Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Una frase en un café

Escribe Tomás I. González Pondal
Una frase en un café. Notas y comentarios. La Nueva. Bahía Blanca

En mis habituales idas al café, tuve la oportunidad de escuchar lo que un señor dirigió a una moza. No me llamó la atención el hecho de que alguien le diga algo a una moza distinto del mero pedido de consumición -suele acontecer con mucha frecuencia-, pero sí me inquietó la frase que escuché, por la simple razón de que pone al descubierto lo básico y frívolo de un pensamiento cada vez más común. Palabras más, palabras menos, lo que se escuchó fue: “Qué hace una chica tan linda trabajando de moza”.

No vamos a descartar que en la frase expuesta subyazca la vanidad de quien la pronunció, como así también algún oculto deseo que, solo en miras de una apetencia personal, resalte una hermosura por el mero placer de utilizarla un poco. Pero también la expresión arroja algunas consideraciones más.

Se está dando por supuesto que la belleza solo está destinada a ciertos trabajos; se da por supuesto que hay trabajos inconvenientes para personas cuya belleza resalte. En otras palabras, parece llegarse a la conclusión de que la belleza de una mujer puede denigrar un trabajo, o un trabajo devenir indigno de una dama cuya hermosura llama la atención. Si la mujer no puede ser moza porque es muy bella, se sugiere entonces que el trabajo de mesera está reservado para personas estéticamente feas. Las consecuencias serían terribles. Se iría desde una indebida discriminación, hasta el hecho de que, seguramente, los cafés no contarían con mozas, pues no creo que nadie, conociendo la nueva regla que dice que “para ser moza es preciso ser fea”, se presente por pura modestia para trabajar de eso. No creo que nadie lo haga de seguir la triste y lamentable premisa. Parece incluso que, quien dirige frases como la consabida a mozas que considera bellas, ignoran que muchos comerciantes, teniendo en cuenta precisamente la belleza, la eligen a la hora de realizar una contratación, en el supuesto de que atraerá más gente. Desde luego que esto último es una preferencia que corre más bien de modo oculto, ya que no es fácil encontrar a algún empleador de mozas diciendo a alguna dama “no te tomaré dada tu gran fealdad”, o, lo que es lo parecido, “no te tomaré pues no eres bella”.

El hombre del “piropo”, parece ignorar también el factor subjetivo implicado en la belleza, lo que torna al juicio más relativo, según la materia contemplada. A no ser una mente del todo atrofiada, no hay dificultad en determinar que un lujoso libro del Quijote es más hermoso que un sucio papel de diario tirado en la vereda; pero si consideramos ahora rostros humanos la solución no es tan fácil. Bien dice el refrán popular que sobre gustos no hay nada escrito.

No me resulta un halago decirle a una moza: “¡Qué hace una mujer como vos trabajando de esto. Deberías trabajar de otra cosa!”. Se denigra al trabajo, pero primeramente se denigra a la persona. El mensaje que se le da es: “Trabajando de esto te estás envileciendo”. Claro está que el galán del café verá con mucho agrado si la moza cambia su actividad y se dedica a transitar las pasarelas. En su cabeza no podrá apreciar que tanto en una actividad como en la otra la misma mujer realiza tránsitos, pero se diferencia en cómo y en por qué se lo hace. No alcanzará a comprender que la mínima actividad intelectual bien encausada es más valiosa que el simple hecho de dedicarse a caminar, muchas veces de modo mal encausado. No alcanzará a entender que el ejercicio mental de sacar una simple cuenta matemática –lo que supone cierta abstracción- eleva la mente, que el mero hecho de recorrer diez veces una alfombra roja, sin más complejidad que una correcta caminata y una simulada sonrisa.

Hablando en cierta oportunidad con un taxista, me cuenta que era ingeniero, y que, por esas vueltas de la vida, terminó por necesidad haciendo algo que no era de su agrado. Claro que uno se lamenta al oír esa historia. La mente dicta instantáneamente: “Ese hombre está para más”, traducido como: hay una inteligencia que ha quedado como en pausa, sin poder rendir todo aquello para lo cual se capacitó, porque hubo capacidad intelectiva para ello. Hay una cuestión intelectiva puesta en juego, porque apareció una cuestión práctica que complicó en cierto modo la existencia del hombre. Hoy las necesidades resultan más tiránicas de lo que uno puede imaginar. No se trata aquí de marcar un despreció a la actividad de taxista, lejos de eso; se trata de ver en qué clima respira uno mejor.

No niego aquí que la belleza bien puede tener cierta influencia en temas como los laborales, lo que sí rechazo es la transformación de la misma en una cuestión cuasi absoluta, que llegue al grado de usarse para degradar a la persona y a desacreditar alguna actividad lícita.

Se me ocurre que una mentalidad parecida a la del piropeador del café, podría haber ingresado en cualquier oportunidad a una casa en donde se desarrollaban actividades de carpintería, y ante la presencia majestuosa del carpintero que le dio la bienvenida, haber exclamado: ¡cómo es posible que un hombre tan majestuoso se dedique a trabajar la madera! Y ante el comentario, la respuesta de aquel hombre fue: “Colgado en un madero salvaré al mundo”.