Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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No enseñaron a pescar

Por Alejandro Olmedo Zumarán

Al cabo de 12 años de inclusión social, producción, progresismo, defensa de los derechos humanos, recuperación de la soberanía, de educar y luchar contra el imperio y las corporaciones, arribamos a un fracaso estrepitoso.

Frente a una crisis como la de 2001, tenía sentido implementar planes sociales como ayuda a los sectores más pobres, así como también subsidios a los servicios públicos.

No obstante, estos paliativos, incorporados de manera permanente y consolidada, desgraciadamente terminan en lo que estamos afrontando ahora.

De golpe los servicios aumentan desproporcionadamente y la población, sobre todo la más desfavorecida, dispone de menos dinero para vivir, porque debe pagar mucho más por dichos servicios.

La gran mayoría de los sectores más favorecidos sostuvo siempre que era ilógico lo que abonaban por los servicios públicos, al tiempo que reconocían que podían pagar más; ello no justifica una irrupción violenta con nuevos valores. Hubiera sido preferible que los cambios se operasen en forma razonable y progresiva, atendiendo a los casos de la gente más humilde y no de un día para el otro.

De pronto, las cifras exultantes y la recaudación extraordinaria se volvieron insuficientes para continuar con la política de subsidios.

Repasando, vemos que en 12 años se ha hecho poco y logrado casi nada en materia de educación, crecimiento de la industria, producción, renovación de la tecnología, inversiones en áreas que den un panorama alentador para el futuro. Ni hablar en la modernización de las autopistas, calles y rutas, construcción de hospitales, servicios de trenes y transportes, entre otros. Varios países de la región presentan en estas áreas un progreso significativo en comparación con el nuestro.Ante tanta evidencia de que la presente no ha sido una “década ganada”, nos preguntamos: ¿Cuál o cuáles han sido los errores?

Reiteramos que, aunque inicialmente fue acertado destinar fondos para palear la situación de extrema pobreza en que millones de argentinos se encontraban luego de la crisis de 2001, posteriormente esta “ayuda” se convirtió en un medio extorsivo, prebendarlo y clientelista, dándoles protagonismo a los “punteros” que mal destinaban estos fondos según quién, cómo y qué hicieran y votaran los destinatarios. La supuesta “inclusión social” se convirtió en “extorsión social”, ya que se otorgaba según el comportamiento de los destinatarios, y a aquellos que no fueran dóciles se les negaba, aunque su situación fuera de extrema necesidad.

Quizás la consecuencia más grave de este proceso derivó en que, en lugar de enseñar a pescar, se promovió la corrupción y el ocio al darles el pescado. Sustituyeron el trabajo por los planes sociales y muchos argentinos optaron por no trabajar, ya que ante ganar lo mismo trabajando o incluso un poco más optaron por no hacerlo, para que el Estado siga proporcionándoles ayuda a cambio de sus votos.

Así se ha llegado al absurdo de que en la Argentina hay ya tres generaciones que no saben lo que es trabajar y educarse.El gobierno mantuvo el sistema prebendario y clientelista, al que llama de distintas maneras, y abandonó áreas importantísimas, como el desarrollo de la educación, donde, aunque las cifras oficiales revelan cierta mejora, la realidad las desmiente categóricamente. No se educó al soberano, y este quizá es el peor mal hecho al país por esta gestión, y el motivo fundamental que explica la exclusión.

Para incluir a “todos y a todas” no solo es necesario destinar una masa de dinero que puede en un primer momento sanear la emergencia, sino que el sistema más exitoso para lograr la “inclusión”, y darle las mismas posibilidades a todos por igual, es la aplicación de un serio plan educativo, lo cual nunca se hizo.

Educar, dignificar y crear fuentes de trabajo es lo que necesita la Argentina, y no meras cifras fantasiosas que incluyen como empleados a quienes reciben dádivas de parte del Estado sin contraprestación.

Por último, una administración que permanentemente se ocupa de buscar un “culpable” en quien cargar todas sus equivocaciones muestra su fracaso. Esto es lo que ha ocurrido en los últimos 12 años: siempre hubo un enemigo, un “ser maligno” que busca la destrucción del país y quiere apoderarse de la tierra, el agua, los pozos petroleros, los medios, etcétera.

Es inútil pedir dignidad, honestidad y valor a este gobierno, ni que reconozca que, luego de tantos años, estaba equivocado, su “modelo” ha fracasado y la principal responsabilidad es propia. Han tenido todo para lograr que esta fuera una “década ganada”, pero los únicos que ganaron fueron “ellos”, y la Argentina ha resultado abrumadoramente la única perdedora.

Alejandro Olmedo Zumarán es abogado. Reside en Buenos Aires.