Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Un político ejemplar

Escribe Miguel A. R. Donadío

Esmeralda 22. Una casa de departamentos cuya entrada es oscura, casi lúgubre. En el segundo piso habita Lisandro de la Torre. Tiene arrendado un departamento desde fines del mil ochocientos. En él ha pasado casi siempre sus temporadas de residencia en Buenos Aires. Ahí se despidió a los 70 años, en un acto reprochable, aquel fatídico 5 de enero de 1939.

Se recibió de abogado a los 20 años, con su famosa tesis sobre gobierno municipal. Fue diputado nacional en 1912 y en 1922, obvio senador nacional por Santa Fe desde 1932 hasta su renuncia en 1937, candidato a gobernador en su provincia y también dos veces candidato a la presidencia de la República en 1916 y en 1931. Fue el primer presidente del Partido Demócrata Progresista, que sobre fin de este año cumplirá su centenario.

Sí, leyó bien el lector: a pesar de tanto lustre político, era inquilino.

Fue un ejemplo de trinchera cívica. Incorruptible. Insobornable. Ocupó con brillo las bancas parlamentarias del Congreso de la Nación. Fue un luchador por la decencia, la democracia y la libertad. Su inteligencia lúcida agregaba un valor inapreciable a los debates políticos de la época. Político culto y estudioso que dominaba como pocos todas las materias de interés público. Cuando se presentaba algún conocimiento que le era ajeno, “lo ahondaba con afán de artesano hasta aprehender su sustancia”.

Cuenta la leyenda que, en oportunidad de defender a la industria de la yerba mate, viajó a Misiones visitando los grandes y pequeños yerbatales. En conversación con un poblador, con treinta años de oficio, demostró tan agudo saber sobre el proceso de industrialización que el agricultor debió comentar: “Este hombre sabe más que yo, que me he pasado la vida aquí, oliendo desde mi infancia la yerba mate”.

Pasó a la posteridad como célebre “fiscal de la Nación” por llevar la voz de denuncia clara y valiente contra los negociados de funcionarios del gobierno de la conocida década infame y los frigoríficos ingleses. Impugnó sin tapujos la inmoralidad del pacto Roca-Runciman. Esa polémica le costó la vida a su amigo, el senador electo Enzo Bordabehere, quien muriera en pleno recinto a manos de un matón a sueldo: Ramón Valdez Cora.Hombre de principios democráticos innegociables, era amigo de años del tristemente general José Félix Uriburu, el primer militar golpista, quien lo sondeó para ocupar algún cargo público en el gobierno dictatorial del 6 de septiembre de 1930. La respuesta fue inequívoca: “Es inútil Pepe. No puedo aprobar un movimiento de ese carácter, donde los militares van a llevar el coro cantante...”.

Su espíritu federal y republicano afloró en toda su dimensión cuando el Poder Ejecutivo Nacional instó la intervención de su provincia, que gobernaba en forma ejemplar Luciano Molinas, y en pleno debate parlamentario, sin pelos en la lengua, exclamó: “Santa Fe debe ser avasallada porque su partido mayoritario me ha proclamado a mí candidato a gobernador. Santa Fe debe ser avasallada en revancha del debate sobre la investigación del comercio de carnes. No bastaba con dejar en pie todos los vicios revelados por la investigación, más lozanos que nunca; no bastaba con que el monopolio mantenga su dominio imperturbable en detrimento de la riqueza del país, no bastaba con que la sangre de un senador por Santa Fe haya manchado este recinto, cobardemente asesinado; no bastaba con que se le niegue a la madre del muerto el derecho a querellar, no bastaba con que la Justicia no se interese en recibir los testimonios formidables que yo revelé en esta Cámara; no bastaba todo eso. ¡Era necesaria, todavía, la venganza!”.

El paso del tiempo lo convirtió en una reserva de decencia donde abrevar y un ejemplo para la posteridad, aunque poco se hable de él y permanezca condenado a una suerte de ostracismo.

Repasando la historia de nuestro país desde esos tiempos a esta parte, se puede señalar que el pueblo argentino se ha caracterizado por desechar almas nobles y cultivadas para el ejercicio del poder y ha preferido elegir una caterva de personajes sin preparación para la cosa pública y, peor aún, sin valores ni principios morales para su actuación.

Y cuando uno mira el paisaje político actual, repleto de mediocres y corruptos en el poder, y los compara con conductas cívicas como las de don Lisandro de la Torre, es fácil advertir el porqué de la gran decadencia argentina.