Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Réquiem para la justicia escrita

Escribe Miguel A. R. Donadío
Réquiem para la justicia escrita. Notas y comentarios. La Nueva. Bahía Blanca

El actual sistema judicial escrito, concebido con las formas, procedimientos y estructuras establecidas desde fines del siglo XIX está en un estado de agonía terminal. El vertiginoso ritmo del siglo XXI contrasta con los tiempos flemáticos, el diseño procesal y organizacional con los que se manejan los tribunales de justicia.

Las numerosas reformas impulsadas con la pobreza de sus resultados han significado pura cosmética, no habiendo podido conmover ni un ápice el edificio secular y retrógrado que configura el procedimiento judicial escrito que, tal como existe, es una rémora deshumanizante.

El justiciable en esa lógica, una vez que empieza la maquinaria burocrática judicial, queda convertido en un número de expediente en un papel inerte.

El tiempo procedimental muy a trasmano de las urgencias de la gente, y las formas distantes de intervenir por parte de los principales operadores de la justicia, lo único que hacen es ahondar el abismo que existe entre quienes piden una solución a su conflicto civil o justicia por un crimen penal, y quienes debe darla.

Hay expedientes que tramitan años y años, donde los magistrados firman infinidad de resoluciones sobre el mismo y sin embargo nunca llegan a conocer personalmente a las partes implicadas. Puede ser una opinión particular pero me suena ilógico. Es como una suerte de justicia del ser humano sumido a la cosificación del expediente.

Las unidades tribunalicias con intérpretes solo aplicadores de la disciplina jurídica, en un mundo transformado por cambios de todo tipo que ha mutado a la interdisciplinariedad, a las tendencias colaborativas en línea, y/o a interacciones más ágiles para abordar todo tipo de problemas, no logra resultados satisfactorios.

El esquema ganar-perder de los litigios civiles (siempre uno gana y otro pierde) esconde soluciones pobres en contraposición a los resultados que se logran bajo esquemas ganar-ganar en manos de operadores con miradas más abarcativas y herramientas de trabajo no sesgadas solo al prisma jurídico, que generan escaso valor agregado a la solución de los conflictos.

El tiempo de los pleitos, que adquiere mayor importancia en una sociedad vertiginosa, genera una trabazón en la circulación de los bienes. Inmuebles embargados, sumas dinerarias inmovilizadas, viviendas objeto de desalojos, concursos y quiebras interminables, cobros de deudas que no se destraban en tiempo y forma…y todos esos bienes sin poder volver al circuito comercial. De alguna manera se afecta el motor económico del país y habría que hacer un estudio sobre la verdadera dimensión de ello.

Testigos que declaran sin la presencia del magistrado, y la mayoría de las veces habiendo pasado años de los hechos para los que se los convoca. Toda la riqueza del lenguaje gestual y de la inmediatez se pierde porque el juzgador al dictar sentencia simplemente lee lo que el testigo dijo, que muchas veces, el papel no alcanza a reflejar.

Las causas de corrupción en promedio duran 15 años. Los hechos de corrupción de los gobiernos kirchneristas: obvios, patentes, manifiestos, evidentes, irrebatibles, etc., todavía una década después de ocurridos no tienen sentencias condenatorias firmes. En esa burocracia judicial reina la más absoluta impunidad.

Desde una mirada comparativa el sistema judicial no escapa a la lógica decadente de otros servicios estatales como la educación y la salud pública, que en franca decadencia forzaron a una parte de la sociedad, no sin sacrificio, a derivar hacia otras organizaciones en pos de obtener un mejor servicio. Esas alternativas no son posibles para el servicio de justicia, y la sociedad queda rehén de un sistema que claramente está en una decadencia total.

Tampoco se puede soslayar que los recursos que se destinan son muy importantes; solo pensar lo que cuesta cada estructura judicial en recursos humanos y materiales nos convence de ello. Sin embargo el servicio de justicia no se condice con el esfuerzo que hace el contribuyente para que las cosas del estado funcionen como corresponde.

Las medidas que han emanado desde las cúpulas organizativas, léase Cortes de Justicia en lo que a ellas les atañe, han resultado absolutamente inocuas para alterar el declive de un sistema anquilosado y antiguo del que no se puede esperar ningún cambio radical a satisfacción de una ciudadanía que hace años reclama respuestas.

Menos aún han resultado las reformas legislativas y/o las improntas de algunos políticos que creen que con algunos nombramientos el sistema judicial escrito por si solo puede encausarse mágicamente.

La ciencia de la administración bajo las ideas de la planificación, la ingeniería de procesos, la transdisciplinariedad, la tecnología, las políticas de recursos humanos, los sistemas de auditorías, las encuestas de satisfacción, las nuevas formas de organización laboral, etc. tiene mucho para aportar en el campo de las organizaciones judiciales. Sin embargo ello no ocurre.

Y quiero hacer la salvedad de señalar que hay muchos funcionarios judiciales honestos, estudiosos y trabajadores; pero el propio sistema desluce su tarea y hace que las más de las veces no puedan dar respuestas a la altura de las necesidades y los tiempos de una sociedad harta de la incompetencia del estado para brindar los servicios básicos a su cargo.

El sistema judicial escrito, de la forma en que está concebido, es como un viejo Ford "T" de la época de la revolución industrial queriendo competir en un mundo acelerado, donde las automóviles no sólo superan los 250 km por hora y poseen nuevos accesorios tecnológicos sino, más revolucionario aún, en breve no necesitarán siquiera que los conduzcan.

En honor a la verdad debo confesar que la motivación para escribir estas líneas proviene de un expediente de daños y perjuicios en el que intervengo como profesional, en el que después de 17 años de trámite se dictó sentencia de primera instancia rechazando la demanda en un caso de muerte por electrocución de un trabajador.

No por trillado menos cierto: "La justicia lenta no es justicia". Y si encima es injusta, solo nos queda una misa de requiem para enterrar un sistema que no funciona y pensar seriamente en el nacimiento de algo nuevo. Reproducir el modelo es ahondar en la decadencia.