Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Nuevas protestas en Túnez

Escribe Emilio J. Cárdenas

Las protestas callejeras han regresado con vigor a las calles de las ciudades tunesinas. Desde hace algunos días. El Ministerio del Interior ha dispuesto la prohibición de salir a las calles desde las 20 horas hasta las cinco de la mañana del día siguiente.

Ocurre que, desde la primavera árabe de 2011, las reformas económicas esperadas no han sucedido y para los desocupados de entonces nada ha cambiado, siguen mayoritariamente desocupados.

Las interesantes discusiones políticas ocurridas a lo largo del reciente quinquenio se han concentrado en el papel del Islam en la política y en la mejora del estatus de la mujer en la sociedad. En ambos casos, con progresos sociales ostensibles. Pero en cambio poco y nada se ha avanzado en el plano de la economía, el que concretamente encendiera las protestas del 2011.

De allí el natural cansancio de muchos, cuya paciencia obviamente no puede ser abusada eternamente. Particularmente entre los jóvenes, que conviven con una desesperante tasa de desocupación, casi del orden del 30% y con una sensación de desesperanza creciente.

La falta de trabajo es dura, más bien feroz. Del orden del 15%, pero como se ha dicho es casi del doble entre los jóvenes. Incluyendo a los universitarios. La única respuesta es un plan quinquenal de ayuda y asistencia francesa. Pero no la creación de empleos, especialmente más allá del superpoblado sector público.

Ocurre que la tasa de crecimiento de la economía es ahora negativa. Con esa situación, la creación sustancial de empleos resulta casi imposible. Por primera vez desde la independencia de Francia, la tasa de inversión del país está por debajo del 15% del PBI y la tasa de ahorro, con salarios deprimidos que no siguen siquiera el curso de la inflación, está por debajo del 10%. Malo, por cierto.

El gran potencial agrícola tunesino está realmente desperdiciado. Por razones típicas estructurales. La propiedad de la tierra, hablamos de la de mejor aptitud agrícola, esto es de unas 700.000 hectáreas que fueran “expropiadas” a los colonos franceses, o sea “nacionalizadas” al tiempo de la independencia, está aún lamentablemente en manos del Estado. Lo que no genera los rendimientos, ni la alimenta el empleo. Como podría ser si la tierra estuviera, en cambio, en manos privadas. Lo que es de todos, no es de nadie.

Hablar retóricamente de los bienes o males de la privatización no conduce a nada, lo que se requiere es acción concreta en ese sentido. Hacerla. Poner la tierra en manos de quienes la trabajan o de quienes están seriamente dispuestos a invertir en ella, poniéndola en producción con tecnologías de punta. Todo luce en el agro con capacidad de ser mejor explotado, pero no se ha hecho nada para modificar un estado de cosas que a todos perjudica.

El potencial en este capítulo es grande. Pero no está aprovechado. Además, hay tierras “comunales”, también mal explotadas. Y para hacer las cosas aún más absurdas, los precios de los productos esenciales del agro son fijados por el Estado, con todas las rémoras e ineficiencias que ello supone.

El turismo, que es una de las actividades que más rápidamente podría crear empleos y ocupación, está cercenado por el miedo extendido al terrorismo islámico que ha crecido exponencialmente después del atentado del 18 de marzo de 2015 en un museo de la capital, que dejara 22 muertos, al que se sumó luego el del 26 de junio contra los turistas que simplemente estaban en una playa y fueron ametrallados por ese “pecado”, causando 38 muertes. El temor espanta, con razón, a los turistas que vendrían desde el exterior, que ciertamente siempre tienen otras opciones.

Túnez está, queda claro, nuevamente bajo tensión. Una verdadera pena. En mi entender, es hora de pasar a la acción en el capítulo de la economía. De producir cambios dramáticos de rumbo en los esquemas productivos del país, dejando de lado el primitivismo y la retórica frustrante, privilegiando especialmente al deprimido sector rural, facilitando de una vez a todos el acceso a la propiedad de la tierra, sin el cual todo en materia de producción deviene frágil y endeble, porque es casi provisorio.