Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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Se nos fue un poeta

por Juan Luis Gallardo

Días pasados, a edad avanzada, murió Jorge Adolfo Mazzinghi. De su fallecimiento dieron cuenta los diarios, pues se trataba de un hombre importante. A puro rigor de pensamiento –como diría don Hipólito Yrigoyen-, corriendo el riesgo de equivocarme apuntaría que fue, por dos veces, secretario de Cultura de la Municipalidad de Buenos Aires, decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica, vicerrector de la misma y de la Universidad Austral, jurista especializado en el rubro Familia y varias cosas más. Ello amén de ser reconocido como uno de los mayores entendidos en el Dante y la Divina Comedia con que contó la Argentina.

No me ocuparé sin embargo de los desempeños que hicieron de él un hombre importante sino de otro, que ha pasado casi inadvertido y que merece mi mayor admiración: Jorge Mazzinghi fue un gran poeta.

Sí, un gran poeta, aunque sus obras no hayan poblado los suplementos literarios de la prensa ni las páginas de las revistas dedicadas al tema, salvo algunas colaboraciones aparecidas en “La Nación” y en “Balcón”, la hoja que dirigió el padre Meinvielle. Y pese a haber recibido tempranamente el premio Iniciación, para poetas inéditos, otorgado por la Comisión Nacional de Cultura en 1945, constituido el jurado por Francisco Luis Bernárdez, Pedro Miguel Obligado y Silvina Ocampo.

La poesía de Mazzinghi revela un espíritu superior y una cultura refinada, tanto por lo que expresa cuanto por cómo lo expresa. Cuatro años atrás decidió, por fin, publicar un tomito con una selección de sus poemas y algunas traducciones del italiano. Cometido este que realizaba con destreza pese a ser particularmente difícil, ya que traducir poesía implica un arduo trabajo de recreación, no siempre debidamente valorado. De ese tomito se tiraron apenas 600 ejemplares, de los cuales tengo el privilegio de poseer uno, dedicado.

Para que un país sea un gran país debe contar con un poeta que le cante. Para que una empresa sea una gran empresa debe contar con un poeta que la celebre. Razones por las cuales los países y las empresas que cuenten con ellos han de estarles profundamente reconocidos. Es preciso declararlo para que se valore a los poetas y a su noble oficio.

De manera que, mediante estas líneas, he querido destacar la aptitud poética de Jorge Mazzinghi, que quizá haya sido la menos difundida entre todas sus aptitudes.

Además de un espíritu superior y una cultura refinada, Jorge poseía un agudo sentido del humor. Que quedó plasmado en un verso suyo que hizo camino entre sus relaciones. Dedicado a Victoria Avellaneda de O’Farrell, se trata de una encendida defensa de la letra eñe, en peligro de desaparecer por haber sido suprimida en el teclado de ciertas computadoras. Omisión que indignó a Mazzinghi y le llevó a exclamar en uno de sus pareados: “¡Viva le eñe, coño!”

Cuando yo, viudo, me casé nuevamente, Jorge recitó un poema ad casum en la comida con que me despidieron. La primera estrofa expresa.

Escribir para un amigo

que se apronta al casamiento

es algo para lo cual

ya no tengo entrenamiento.

Cristiano cabal y amante de la belleza, bien se le puede aplicar como epitafio lo que él escribió para su amigo Paqui Fornieles, pintor:

Lo pienso, cerca del Señor, gozando

de formas inefables y colores.