Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Acaba este artículo

Escribe Tomás I. González Pondal

Quiero hacer una brevísima explicación sobre el título de este artículo, no sea que a alguno, afectado ya por el veneno que fue metido por todos lados -y del que en las líneas venideras daré cuenta- se le ocurra, en un “acto de espontaneidad y espíritu libre”, pasar a destruir por completo este escrito. Cuando hablo de “acabar”, quiero expresar simplemente el intento de que el lector, si es posible y si no le resulta densa la lectura, pueda llegar, tras haber leído todo, al final de las reflexiones que mentaré.

La mayoría, apoyados en el sentido común, pensarán que las aclaraciones anteriores devienen innecesarias, acaso superfluas. Es totalmente entendible. Pero la cuestión no resulta tan banal, si se tiene presente que ya está circulando por todas las librerías de este país (y por varias del resto del mundo) el nuevo libro de la autora canadiense Keri Smith, Acaba este libro. Este nuevo experimento que recibe el nombre de libro lleva igual consigna que otro experimento de la misma autora, cuyo título es Destroza este diario, que es un best-seller, y al que también osadamente se lo llamó “libro”. Tanto en uno como en otro experimento, aparece la idea de “destrucción” como consigna, como idea predominante, como regla conceptual a manejar, como concepción superadora, como un nuevo avance intelectual y de acción, y en definitiva, como una positiva transformación mental.

Las obras referidas están destinadas a un público en general, tienen mucho (tal vez casi todo) de vivencias personales de la propia autora, y el diario “La Nación”, refiriéndose a Acaba este libro, deja bien claro que el “imperativo del título (…) alude más bien al mismo concepto de destrozarlo”.

Estamos frente al denominado “arte conceptual”, y a Keri Smith le gusta que la definan como artista conceptual. La autora canadiense explica: “El acto de destruir puede ser en sí mismo creativo porque involucra un proceso de reacomodamiento de los materiales en una nueva configuración, permitiendo así que emerjan nuevos procesos. Cuando hablamos de destrucción nos referimos a transformar algo. Y lo que es más importante aún es que estamos ingresando a un experimento para ver qué puede ocurrir (¿qué pasa si vuelco café en esta página?) (…) A lo mejor empiezas a ver destrucción creativa en cualquier sitio y a vivir de manera más despreocupada”.

Ambos experimentos de la consabida autora forman parte de la revolución deformante de inteligencias y voluntades, cada vez más medrosa y a grados, tengo que decirlo, cada vez más disparatados. El arte, cualquiera que sea, está formado entre otras cosas y principalmente por un conjunto de reglas que conducen a la belleza de algo. El “arte” propuesto por Smith presenta básicamente una sola “regla”: la destrucción, vale decir, una conducción a la fealdad, al caos, al desorden, a la anarquía, a la pérdida de límites, a la violación de fines.

He recorrido las páginas de los experimentos indicados. Por ejemplo, en Destroza este diario, puede leerse: “Crear es destruir”; “haz lo contrario de lo que te dice la razón”; “garabatea sin control, violentamente, sin ningún orden”, “muerde esto” (y una flecha indica que se haga eso con la misma página); “escribe sin pensar. Ahora”; “busca una manera de desgastar el diario”. Todo esto en el marco de una aclaración aparecida en “Instrucciones”, que dice: “Las instrucciones están abiertas a la interpretación personal”, con lo cual cualquiera puede fácilmente advertir que la puerta al mundo de la superlativa contradicción está abierta de par en par. Realmente me asusta el pensar que esto es consumido masivamente.

Partiendo de que la noción de crear es algo eminentemente divino, solo le queda al hombre la realización de cosas con “cierto orden y perfección”, pero a partir de lo ya creado. Sería una estupidez sostener que al explotar un petardo estoy creando; de esa explosión solo sale caos y desorden, y solo queda la desorganización a partir de acabar con una forma superior a la que se la dotó de antemano de cierta organización. La co-creación es algo propio de un ser inteligente, en cambio la destrucción no necesariamente.

Supone una invitación a la bestialidad eso de “haz lo contrario a lo que te dicte la razón”. Les será fácil a todos imaginar la reacción de unos padres al advertir que, tras las nuevas consignas aprendidas tras ciertas lecturas, su hijo tiene ahora el hábito de destrozar los textos escolares. Fácil será suponer qué es lo que hará un buen docente si observa a un alumno rompiendo con todo gusto sus cuadernos y los de sus compañeros. Y fácil será para toda persona con sentido común advertir que no es nada maduro observar en una reunión empresarial al dueño de la empresa masticando con toda energía una planilla, pues se ha puesto nervioso. Y desde ya que no será tenido como un argumento inteligente el hecho de que, frente a los atropellos expuestos, se está haciendo uso de lo que ahora varios llaman “arte conceptual”.

La locura anterior, que fue vista en su exposición más burda y elemental, está en definitiva en la base de otro tipo de actos bestiales, destructivos y sanguinarios como el aborto, a los que, llamativamente, se los sostiene bajo la eufemística frase “arte de curar”.

Mientras hay quienes quieren acabar en el mundo con la cordura, con la razón, con la inteligencia, aquí bregamos con denuedo para que todos acabemos amando a la verdad; lo primero supone acabar con el hombre, lo segundo, elevarlo.

Para el que ha acabado de leer este artículo, no será difícil acabar rechazando de plano las sinrazones vanguardistas que algunos quieren difundir como cosas loables.