Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Otra cortina de humo

Escribe Gustavo Chopitea
Nicolás Maduro.

Todo es, para el inocultablemente ineficaz presidente venezolano Nicolás Maduro, bueno -o útil- para distraer o disimular a la gente, de modo que “se note menos” el monumental desastre económico-social en que su gestión ha transformado a la pobre Venezuela, que tiene hoy un enorme 48% de pobreza (casi la mitad del país), superando ampliamente los niveles de pobreza en los que Venezuela se encontraba en 1998, del orden del 42%.

Esa es, desgraciadamente, la más obvia y dura medición del triste caos que -de la mano de los “bolivarianos”- se ha abatido -cual plaga- sobre el golpeado país caribeño.

Todo sirve. Tan es así, que también la diplomacia puede ser útil al objetivo de “hacer ruido” para que todos “miren para otro lado”. Concretamente, para atacar al “chivo emisario” ideal, los Estados Unidos. Como también lo hacen las FARC en las negociaciones “de paz” que están en curso en La Habana, donde pretenden culpar de todo al país del norte. Hasta de sus propios crímenes, por los que están obviamente tratando de “sacarse el lazo”, procurando eludir las responsabilidades que les caben de acuerdo a la Cuarta Convención de Ginebra, aplicable a los conflictos armados internos que definen a los “crímenes de guerra” como delitos de esa humanidad, esto es imprescriptibles.

Existe, recordemos, una llamada: “Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas”, que regula internacionalmente el tema.

Su artículo 11 nos dice que, a falta de acuerdo sobre el número de miembros de una misión diplomática, el Estado receptor puede exigir que ese número esté dentro de lo que considere razonable y normal, según las circunstancias y condiciones y las necesidades de la misión de que se trate.

En función de ello, el 28 de febrero pasado la ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela, Delcy Rodríguez, pidió formalmente al encargado de negocios norteamericano, Lee McClenny, que adecuara -en el plazo de quince días- el número de los funcionarios de su misión a los 17 funcionarios diplomáticos que, señaló la inefable Delcy, tendría Venezuela prestando servicios en los Estados Unidos.

Los dichos de la Rodríguez no resultaron ni son ciertos. Venezuela tiene nada menos que 74 funcionarios diplomáticos acreditados ante el Departamento de Estado norteamericano, entre la sede de la embajada en Washington y los ocho consulados que el país mantiene distribuidos por los Estados Unidos.

A los que hay que sumar, si de dimensionar la presencia diplomática venezolana se trata, los diplomáticos que están afectados a la misión venezolana ante las Naciones Unidas, que naturalmente no se computan como pertenecientes a la misión ante los Estados Unidos, entre los que está, gozando de la vida, una de las hijas de Hugo Chávez.

Los norteamericanos, por su parte, tienen un centenar de funcionarios en Venezuela. Estos son los números básicos a tener en cuenta, sobre los que ya se negocia bilateralmente.

Para molestar un poco más y “hacer olas ruidosas”, Nicolás Maduro exige que los diplomáticos norteamericanos informen a su gobierno acerca de las reuniones y encuentros que celebren en Venezuela. Los Estados Unidos, en espejo, ya han anunciado idéntico requisito para los venezolanos.

La misión norteamericana en Venezuela, además, tiene unos 600 empleados locales, no diplomáticos, que ciertamente no se computan a los efectos de la reciprocidad en lo que tiene que ver con la mencionada “Convención de Viena”. Es naturalmente la más grande del país, seguida de la cubana, en la que no se computan los miles de “asesores” cubanos que prestan “servicios” para el gobierno venezolano, particularmente en materia militar y en los enormes y poco transparentes servicios de seguridad e inteligencia -y espionaje- que tienen responsabilidades en el plano doméstico.

Curiosamente, mientras esto se discute, Venezuela no ha hecho todavía públicos los nombres de los siete altos funcionarios norteamericanos a los que, por estar sancionados, no se les permite pisar suelo venezolano.

Ese listado se ha denominado, eufemísticamente, la “lista de terroristas” estructurada por Venezuela. Para reírse. O llorar.

Todo sirve, recordemos, para tratar de disimular lo horrendo que hoy es vivir en una Venezuela donde todo falta o todo es escaso, menos la arrogancia de sus gobernantes, con una creciente sensación que sugiere que las cosas ahora se deslizan de mal en peor. Cada vez más rápido.