Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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El fracaso de una reforma

Escribe Emilio J. Cárdenas

Robert Mugabe preside dictatorialmente a Zimbabwe desde el año 1987. Lleva entonces casi tres décadas continuas sentado -o, más bien, “abulonado”- en el sillón presidencial de su país. Esto es que, desde el día mismo en que su país obtuvo la independencia, Mugabe lo ha presidido. Nadie más lo ha hecho. Gobierna con mano de hierro y sin que se respeten los derechos humanos, ni las libertades civiles y políticas de sus conciudadanos. En Zimbabwe se hace tan solo lo que Mugabe quiere. Nada más. Mugabe es, en verdad, dueño y señor de un país y de su pueblo.

Como sucede con los líderes que tempranamente se declaran “marxistas”, Mugabe impulsó una reforma agraria, esencialmente para desplazar a los blancos del sector rural y perseguir a sus opositores. Aunque disfrazando de “modernización” y “tecnificación” al intento. Cuando en verdad era apenas un instrumento de persecución y, además, una suerte de válvula utilizada hábilmente para canalizar resentimientos, generalmente subalternos.

Ahora Mugabe admite públicamente que haberles dado tierras a personas que no sabían cómo trabajarlas fue un grueso “error”. Que los beneficiarios no estaban capacitados para administrarlas. Que entregó superficies de tierra que les han quedado grandes a la mayoría de los beneficiarios.

Mugabe admite además, cándidamente, que en la mayoría de los casos los beneficiarios de su “reforma agraria” están trabajando ahora apenas un tercio de la tierra recibida. Y que el resto está ocioso. Lo que antes era un sector agrícola modelo hoy es, en gran medida, un espacio decadente. Con aspecto de abandono en muchas partes del país.

La “reforma agraria” de Mugabe se lanzó en el año 2000. Abarcó unas 4.000 explotaciones rurales. Y generó toda suerte de desalojos, violentos y destemplados. Despreciando e ignorando el esfuerzo de muchos agricultores desalojados que habían sido claramente exitosos todo a lo largo de su vida, generalmente esforzada, cuando no sacrificada. Sin contemplaciones. Desplazados por el color de su piel. Embriagado como siempre por sus resentimientos.

Hoy Zimbabwe importa granos de Zambia. Sus agricultores no saben utilizar la maquinaria, ni la tecnología, que sus explotaciones requieren. Y muchos están profundamente sumidos en la pobreza. Los vergeles que alguna vez fueran orgullo de un país, hoy son matorrales. Cosas de la política, en nombre de la justicia.

Mientras tanto, los amigos y aliados del presidente Mugabe son terratenientes. Y, pese a que la ley dice que cada individuo sólo puede ser dueño de una estancia, la mujer de Mugabe, Grace, tiene varias. Cada una más bonita -como paisaje- que las otras.

Cosas de la corrupción, por cierto. Pero los “ideales” de la “reforma agraria” no han sido tales. Todo se utilizó en Zimbabwe con fines políticos y para satisfacer las ansias de poder de la “elite” que rodea a Mugabe.

Así se escribe la historia. Lo que debe denunciarse, para que nadie se llame a engaño.