Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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El laicismo uruguayo

Escribe Gustavo Chopitea

El sábado 14 de febrero pasado, el Papa Francisco, en el transcurso de un consistorio especial, impuso -en Roma- el birrete cardenalicio a todo un grupo de nuevos príncipes de la Iglesia Católica.

Entre ellos, al segundo cardenal de toda la historia de la vecina Uruguay: monseñor Daniel Sturla, un sacerdote salesiano que el año pasado había sido designado como el séptimo arzobispo de Montevideo.

El nuevo cardenal uruguayo (el anterior había sido, en su momento, el cardenal Antonio María Barbieri) es una enorme alegría para el país vecino y la región toda.

Su predecesor, designado cardenal por Juan XXIII, era fraile capuchino y fue designado cardenal en 1958. Falleció, retirado ya, en 1979.

Hablamos de un pastor al que se tiene por moderado en sus concepciones, pero con un alto compromiso real con la actividad pastoral cotidiana.

El tipo de prelado, entonces, que tiene el “perfil” que parecería preferir el Papa actual.

Por edad, Monseñor Sturla, que tiene 55 años, podrá votar en la elección de los futuros Papas hasta el año 2039, en el que cumplirá sus primeros ochenta años el día 4 de julio, y dejará entonces de estar habilitado para ello.

Con el nuevo cardenal oriental, la presencia del clero latinoamericano en los niveles más altos de la Iglesia sigue aumentando.

Curiosamente, en aquellos días el gobierno oriental de “Pepe” Mujica no envió una delegación especial a la ceremonia de investidura del nuevo cardenal.

En cambio, estuvo presente el embajador de Uruguay ante el propio Vaticano. Hasta allí nomás.

Como consecuencia y muestra, seguramente, del proverbial laicismo que caracteriza a la política oriental.

Poca trascendencia formal, entonces, para un hecho tan significativo como importante.