Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Las “primas” del orden social

por Ramiro E. Puente

El concepto de moral tiene algunas características bien determinadas por los pensadores a lo largo de la historia. Aquí daré simplemente un punto de vista acotado.

Primeramente, debo aclarar que no la concebiré como una característica de grupos. Es decir, no hablaré de una “moral social” que sería representada por la cultura, costumbres o idiosincrasia que se verifica en determinada sociedad o comunidad. La moral pertenece exclusivamente al fuero íntimo de cada individuo. Lógicamente ese aspecto personalísimo está influido por los factores sociales y culturales externos que lo van moldeando. Pero no por ello deja de ser claramente subjetivo.

Por su parte, la “prima funcional de la moral”, la ética, se exterioriza en la conducta de los funcionarios, regida por aquellos principios y convicciones que emanan de su fuero íntimo y que determinan la gestión al frente de sus responsabilidades como autoridad.

El funcionamiento de “las primas” es recíproco y constante. Unos actúan, otros juzgan esas acciones. Siempre fue y será así. La “vara” con que se mide la ética en el ejercicio de un cargo es emanada de la moral individual que en grupos de personas reunidos en sociedades o comunidades suele ser ampliamente compartida. Pero cuidado, ningún individuo puede considerarse dueño o cultor de una pretendida moral general que, reitero, aquí consideraré inexistente.

Por ejemplo, es inmoral para un occidental que las mujeres musulmanas deban caminar atrás de los hombres o no tengan personalidad política. Y viceversa.

He llegado al convencimiento de que el condicionamiento reciproco entre ambas es la base del funcionamiento de un sistema de orden social.

Podemos considerarlas fuerzas de acción y reacción, que en su puja intentan mantener un natural equilibrio que sostiene la estructura comunitaria. Funcionan como balanza de contrapeso en un pretendido orden social que, como tal, ha sido largamente discutido en filosofía.

La historia de nuestro suelo verifica sobradamente situaciones de desequilibrio entre la ética y la moral.

Ahora bien, la ética, en el ejercicio de la autoridad, ¿sufre desconexión o alejamiento de la moral con el paso del tiempo? Sostengo que en muchos casos la respuesta es positiva.

Según observo en un rápido paneo de la historia del pago chico, ha ocurrido recurrentemente que las autoridades que se desempeñan como tales por períodos extensos padecen un alejamiento sensible de los parámetros morales individuales sostenidos por los súbditos. La permanencia extendida en una función pública genera una irremediable pérdida de contacto con la realidad y, consecuentemente, la ética en la función comienza a ser objetada por la moral del súbdito. Entiendo que los períodos acotados para ocupar cargos públicos impuestos normativamente encuentran fundamento en este fenómeno.

Con algunas dudas, afirmaré que las autoridades normativas con extensos períodos en el ejercicio de la función no se tornan voluntariamente “antiéticos” en su accionar. La llamada “impunidad de las autoridades” puede considerarse como una consecuencia lógica de este fenómeno de desconexión entre la ética y la moral imperantes en una sociedad a la que se adiciona un componente vicioso, como es la voluntad directa encaminada en tal sentido.

Si analizamos someramente algunos postulados constitucionales vigentes en nuestro país, comprobaremos que quienes fundaron filosóficamente las repúblicas y las democracias modernas a fines del siglo XVIII conocían perfectamente la existencia de estos peligros.

Ahora bien, el plexo republicano dividido en los tres poderes del Estado puede sufrir diferentes niveles de desconexión entre “la primas”. Tal vez no sea tan palpable el cortocircuito en los parlamentos. La cercanía de los legisladores con el individuo moral suele ser mas franca y permanente. En los poderes Ejecutivo y Judicia,l esas brechas resultan apreciables con más claridad.

En la inmensa mayoría de los casos, los ejercicios extendidos del Poder Ejecutivo han concluido con un alto grado de desaprobación en la moral de los súbditos. Un rápido paneo de los acontecimientos políticos de los últimos años nos confirma la corrección del razonamiento.

Los grandes porcentajes de éxito electoral van menguando por el paso del tiempo en funciones.

El caso de Poder Judicial es también indicativo del peligro del paso del tiempo en la conjunción de “las primas” ética y moral.

No me internaré en tal análisis desde la óptica profesional. Pero señalo, como simple ejemplo, que el rechazo muchas veces masivo de ciertas decisiones judiciales que toman estado público es claramente demostrativo del desequilibrio entre las primas en estudio.

Muchos dirán con razón que diversos factores de carácter económico, políticos y sociales, internos y externos, etcétera, actúan en tales menguas de respaldo moral a la ética funcional (poder político). Puedo aceptar tales consideraciones. Pero intento reducir la problemática a algo mucho mas sencillo y práctico, como es la medición de la distancia entre “las primas”. Mis conclusiones pueden se inaceptables. Intento plantear analíticamente un problema y no me interno en la búsqueda de una pretendida solución para el mismo.

La especie humana en su generalidad naturalmente es posesiva, territorial, normalmente belicosa, ambiciosa y soberbia. Sospecho que cualquier solución que se pretenda imponer y que tenga por objetivo la borratina definitiva de alguna de estas características de la “especie”, seguramente, con el paso del tiempo, estará provocando que las primas vuelvan, una y otra vez, a ser parientes lejanas…

Ramiro E. Puente es abogado. Reside en Bahía Blanca.