Bahía Blanca | Martes, 23 de abril

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Justificar al verdugo

por Alberto Buela

El sedicente gobierno progresista de los Kirchner va a dejar el poder después de doce años, cuatro el varón y ocho la mujer, con la bonita cifra de 31.000 asesinatos, la gran mayoría sin resolver y los resueltos sin castigo para los culpables mediante el sistema permisivo que maneja actualmente la Justicia argentina.

Un récord más de este largo y tortuoso gobierno de los K, logró superar la falsa pero emblemática cifra de los 30.000 desaparecidos durante la dictadura militar.

El garantismo o, mejor, buenismo jurídico, que consiste en echarle la culpa a la víctima y exculpar a su verdugo, quiere lograr finalmente que las víctimas justifiquen a su victimario.

Cuando se llegue a semejante desatino, concepto que Aristóteles define magistralmente en su primerizo escrito denominado Protréptico, como “la falta de educación combinada con el poder engendra el desatino”, se cumplirá en forma acabada el ideario progresista del buenismo jurídico.

La buena profesora de filosofía Diana Cohen Agrest, a quien le asesinaron un hijo y a partir de su profundo dolor se ha transformado en nuestro país, en la voz más autorizada de la crítica a este nefasto sistema judicial que se ha ido imponiendo desde hace doce años, afirma que se razona diciendo que no está permitido que a un mal causado ayer a la victima, se le sume un nuevo mal hoy: la pena al victimario.

A lo que responde: esta visión igualitaria entre víctima y verdugo pasa por algo no solo que los sujetos de ambos males son distintos: uno merecido y el otro inmerecido, sino que el mal perpetrado es la causa de la sanción.

No hay que olvidar que hoy en Argentina el anticatolicismo ha reemplazado al antisemitismo. Así, por ejemplo,los jueces condenan al presidente de los pequeños comerciantes de Buenos Aires por decirle a Eduardo Elsztain, tesorero del Consejo judío mundial y máximo comerciante y terrateniente de nuestro país, por decirle “avaro”.

Elsztain, que es el mayor tenedor de casas y terrenos de la Capital Federal, está destruyendo la ciudad de Buenos Aires convirtiéndola en un gran supermercado, y solo falta que logre el apoyo de los legisladores porteños para que así las víctimas -los vecinos- terminemos justificando al verdugo.

Por supuesto que, cuando salte exaltado un vecino perjudicado por la ambición desmedida de Elsztain, como sucedió con la inundación del barrio pobre que está en Saavedra, al lado de uno de sus supermecados, y diga “Elsztain judío avaro”, prestos irán los jueces a condenar al vecino perjudicado,por decir avaro, o por decir judío, o por decir Elsztain, porque este hombre no quiere que lo nombren, quiere pasar desapercibido.

Entonces el pobre vecino perjudicado terminará justificando a su verdugo, pues además éste (Elsztain) en definitiva, se sacó una foto con el Papa Francisco en Roma y él, que, es un católico mistongo, no pudo hacerlo.

La causa fundamental los 31.000 asesinatos durante los doce años del gobierno de los K y de todos sus funcionarios -alrededor de unos 30.000 en todo el país- es que se rompió la proporcionalidad entre la culpa y la pena, y entonces lo único que vale es el poder: el poder del dinero, como en el caso de Elsztain, o el poder político, como en el caso de los funcionarios del gobierno.

El poder simbólico, que es el denominado “poder blando” en oposición al “poder duro” del dinero y los puestos políticos, no corta ni pincha en nuestro país. El caso emblemático es el del Papa Francisco, quien, siendo argentino y de procedencia popular, no es tenido en cuenta. Ni en cuanto a sus sugerencias: creen trabajo para los pobres en lugar de darles subsidios. Ni, menos aun, en sus propuestas dogmáticas: no al aborto, ni al divorcio, ni al matrimonio entre homosexuales, a la droga, a la prostitución, al tráfico de personas, de órganos, a la venta de niños, etcétera.

Estas son las dos grandes paradojas que nos ha dejado el 2014 y la última década: a) un sedicente gobierno defensor del pueblo que entregó la economía y la política del país a los grupos concentrados del imperialismo internacional del dinero, como lo denominaba Pío XII, y b) la elección de un Papa argentino escuchado por Putin y Obama pero ignorado por la economía y la política vernáculas. Es más, ni la Iglesia argentina, que en su meollo es liberal, lleva a la práctica cotidiana sus consejos. Los pastores no tienen olor a oveja sino olor a burócratas y el pueblo se sigue alejando de ella. Y así, en un año de pontificado no se ve ni se aprecia un solo cambio –por restauración o modificación- en la Iglesia argentina.

Alberto Buela es filósofo. Reside en Buenos Aires.