Bahía Blanca | Martes, 23 de abril

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Acuerdos y elecciones

Escribe Guillermo V. Lascano Quintana

Mientras los esforzados y sensatos ciudadanos esperan que quienes aparecen como dirigentes de casi inexistentes partidos políticos, formulen promesas creíbles y posibles, sobre cuestiones concretas, tales como qué hacer con el deterioro de la educación pública, con el avance del consumo y comercialización de drogas, con la politización del poder judicial, con el transporte público, con los planes de vivienda y la erradicación de asentamientos precarios, con el rol de las fuerzas armadas y de seguridad, con el auge de la delincuencia, con los sistemas de aguas corrientes y cloacales, con nuestra inserción en el mundo, con la salud pública, con los presos políticos, con las cárceles, etcétera, estos señores discuten de temas que interesan solamente a ellos, entre los que se destacan qué posiciones gubernamentales obtendrán o conservarán.

Son unos perfectos inútiles que respaldan sus decisiones en grandilocuentes declaraciones sin el menor sentido para el común de la gente, pero que encuentran glosadores e intérpretes periodísticos que sacan de ellas las más disímiles conclusiones.

Nadie ignora que existen diferentes ideas respecto del rol de cada uno en la sociedad, así como de los propósitos y medios necesarios para intentar la felicidad de los ciudadanos y la armonía social.

Hay quienes creen que la libertad es el valor supremo; quienes agregan la igualdad como fin superior.

También se sostiene que el Estado debe intervenir en la actividad económica de una manera mínima o máxima.

Hay quienes pretenden una legislación amplia y abierta y quienes la prefieren estrecha y cerrada.

Todo eso se denomina ideología. Y está muy bien que cada uno defienda la que mas acomode a sus íntimos deseos o a sus convicciones.

Lo que está muy mal es mentir sobre los propósitos de cada uno y no admitir error alguno en sus concepciones y en sus resultados.

Y el mayor pecado, ser incapaces de dialogar, de ponerse en el lugar del otro, de aunar criterios mínimos para la paz interior que promete el preámbulo de la Constitución.

En estos días hemos sido anoticiados de los resultados de la reunión entre varios políticos presuntamente representantes de organizaciones progresistas que sólo existen en el papel y en la mente de ellos mismos.

Ese conglomerado teóricamente representa un 15 por ciento del electorado, si nos atenemos a las últimas elecciones; es decir, una minoría. Pero hablan no solamente como si fueran mayoría sino como si fueran los dueños de todas las verdades, omitiendo absolutamente el señalamiento de los propios defectos o errores.

Por ejemplo, están quienes no dicen ni una palabra sobre el tráfico de drogas que se ha instalado en su zona de influencia.

Otros parecen haber olvidado que fueron aliados del oficialismo y de justicialistas; y aún otros que sus últimas perfomances electorales han sido ciertamente lastimosas.

Pero no abordan nunca el tema central, que es terminar con el populismo corrupto que agobia a nuestra sociedad, proponiendo medidas concretas, específicas, analizadas y de eficacia comprobada, en las áreas señaladas al comienzo de esta nota.

Para lograr esto hay que hacer sacrificios, lo cual eluden bajo argumentos falaces.

Y tampoco se ocupan de elaborar acuerdos mínimos que eventualmente les permitan llevar a cabo aquellas medidas, en el marco de la concordia imprescindible para generar bienestar a la ciudadanía.

Se llenan la boca con la democracia, la república y las libertades y obligaciones consecuentes, pero son incapaces de reconocer sus errores, “comparar su estatura con el cielo” y hacer actos de contrición.

Eso sí, declaman que combatirán a los corruptos olvidando que gran parte de sus propios partidarios, y algunos dirigentes, admiten como normales las prácticas demagógicas que generan corrupción y que la ciudadanía, por falta de ejemplaridad, se rinde ante la realidad.

Es necesario reconocer las limitaciones de cada sector y acordar, entre quienes respeten nuestro sistema de gobierno, que es democrático, republicano, representativo y federal, los pactos necesarios para un nuevo amanecer de la Argentina.

Los odios impulsados desde el gobierno o desde sectores afines a él; la pretensión de reescribir la historia con la consecuente imputación o elusión de responsabilidades del pasado; el uso de la violencia a través de la ocupación del espacio público, la canalla pretensión de manipular el Poder Judicial y la arbitrariedad o discrecionalidad con que se distribuyen los ingresos fiscales, deben terminar inmediatamente después del fin del oficialismo actual. Pero para que ello sea creíble debe haber compromisos explícitos de los sectores democráticos y republicanos, que deberán tener presente que quien decide el resultado de las elecciones es el pueblo y que de nada valen las argucias de comités, convenciones, unidades básicas o fantasmas semejantes del pasado.

Porque la disyuntiva frente a la que estamos se reduce a populismo versus república, orden versus caos, libertad versus opresión y de un lado está el gobierno y sus desprendimientos y del otro el resto de la ciudadanía. No importan las dificultades y contratiempos resultantes de una alianza a favor de la libertad, el orden y la república; siempre será mejor, y abrirá más posibilidades y esperanzas, que la permanencia de los depredadores autoritarios que gobiernan y sus reencarnaciones cosméticas.