Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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Roca, uno de los mejores

Escribe Alberto Asseff

Sin temor –los dirigentes debemos tener temple-, esta nota es para rendir homenaje a Julio Argentino Roca, el dos veces presidente de la República Argentina por todo el período constitucional. Ello lo erige en el presidente que ocupó por más tiempo el cargo, cumpliendo con la entonces vigente cláusula que impedía la reelección inmediata.

Pese a las críticas, Roca fue un as de nuestra historia. En su último mensaje a la Asamblea Legislativa en 1904 él lo entrevió, al decir: “Hemos construido la cuna de una gran nación”.

A Roca le debemos, y por eso nuestra perenne gratitud, que estemos en el canal de Beagle, en el Polo Sur, y que poseamos una de las ‘pampas’ marítimas más anchurosas del planeta, También es por él que somos ribereños del Pilcomayo, allá en Formosa.

¿Por qué lo recordamos en estos días? Porque el 19 de este mes se cumplió un siglo de su muerte.

El desierto abarcaba desde las áreas meridionales de Mendoza, San Luis y Córdoba, junto con todo el oeste de Buenos Aires –salvo Bahía Blanca y Carmen de Patagones, cual enclaves– hasta Tierra del Fuego y el Cabo de Hornos. A esa inmensa superficie hay que agregarle el mar, entonces una pequeña franja costera y hoy hasta las 350 millas, conforme la Convención del Mar de la ONU. Al nordeste, ese desierto iba desde el Chaco santafesino hasta el Chaco septentrional, hoy paraguayo.

El país era un cuarto de lo que es hoy. La nación entera reclamaba acción, esa que se ordenó por ley y que impulsó el presidente Avellaneda en 1879. Al frente de las columnas que incorporarían esas vastedades se hallaba el joven alto oficial y ministro de Asuntos Militares, Julio Argentino Roca. Lo que hicieron en 1879 fue aclamado por todo el país. En la óptica de ese momento, nadie cuestionó el método militar para conservar esos espacios. Con la mirada de hoy, seguramente podemos formular varias objeciones atinentes a los derechos de los aborígenes y a la distribución de las tierras. También podríamos conjeturar cuánto mejor hubiera sido que el ejército marchara detrás de los colonos, como fue la Conquista del Medio y Lejano Oeste norteamericanos. Empero, acá la conquista nuestra fue con el Ejército a la vanguardia.

A la luz de la mirada de 1879 no hubo genocidio, sino guerra ganada. Al presidente Roca le debemos asimismo la columna vertebral de la colosal transformación de la Argentina de aquella época: la ley 1.420 de educación común, universal y obligatoria. Esa norma nos forjó como país moderno, con más alfabetización que en la vieja Europa.

La inmigración fue alentada por la estabilidad y la vigencia de la Constitución. Apareció la clase media y su protagonismo, incluido el de ser modélica para las expectativas de ascenso social y prueba de movilidad en ese vital plano colectivo. Una sociedad con movilidad es dinámica y progresista por naturaleza y su desarrollo no es retórico, sino tangible y constante. Eso fue Roca, el promotor del progreso social e integral.

No es mera coincidencia que Alem e Hipólito Yrigoyen hayan estado en algún momento inicial próximos a Roca. En rigor, si hubo ley Sáenz Peña –elecciones libres-, fue porque antes emergió el progreso social impulsado por Roca.

La salud pública –red de hospitales mediante- y la estatización de los Registros de las Personas, incluyendo el matrimonio civil, fueron avances sustantivos hacia la modernidad. La construcción de ferrocarriles fue factor decisivo a la hora de consolidar la unión nacional, como proclama programáticamente el Preámbulo. Es de destacar que Roca promovió líneas férreas estatales en zonas en las que la inversión privada estaba desinteresada.

El gran argentino que fue Juan Bialet Massé presentó un informe sobre los sufrimientos de los trabajadores del interior. Ello fue la base para redactar un proyecto de Código Laboral en el que colaboró el socialista patriota Manuel Ugarte. No se sancionó, pero abrió el cauce para los derechos de los trabajadores que fueron consagrados en tiempos de Yrigoyen y, en 1943, alentados por Juan Perón. Roca exhibió, pues, una sensibilidad por los obreros, una rareza en aquellos momentos.

La famosa doctrina Drago, en defensa de los países deudores coaccionados militarmente por los acreedores financieros –fue el caso del ataque a Venezuela– también es parte de la gestión de Roca. Igual que una primera actualización del reclamo sobre Malvinas.

Cuando en 1904 decidió aceptar el ofrecimiento del escocés William Bruce y le compró las instalaciones que había construido en las Orcadas del Sur, Roca produjo un hecho que por sí solo lo hace acreedor al reconocimiento eterno de los argentinos de todos los tiempos, incluyendo la posteridad. El decreto del 2 de enero de 1904 fue el colofón de negociaciones en las que intervino el embajador inglés en Buenos Aires, quien prestó conformidad. Buen antecedente que le debemos a Roca: somos los primeros en ocupar permanentemente la Antártida y lo hacemos con la anuencia de Londres ¡Véase si no fue un visionario y estadista!

Roca forjó el Estado Nacional definitivamente. Obra gigantesca.

Si hubiera sido perfecto habría conquistado el Sur sin matar a un solo aborigen; habría celebrado un tratado con Chile en el cual la mitad oriental del Cabo de Hornos se incluía en la jurisdicción argentina, al igual que la primera angostura del Estrecho; habría llegado a Bahía Negra en el Chaco septentrional; habría desarrollado la industria y repartido las tierras recuperadas a labradores y colonos. Pero entonces, Roca casi habría sido un extraterrestre. Solo fue –nada menos– uno de los mejores y grandes presidentes de la República. Merece nuestro reverencial recuerdo y sincero homenaje ¡Ojalá en 2015 Roca inspire al presidente que vendrá!