Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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Usos de la cadena nacional

Escribe Leónidas Colapinto

Transcurría la Segunda Guerra Mundial. La batalla aérea sobre Londres, en la que se enfrentaron la R.A.F. inglesa y la Luftawaffe alemana, había concluido con la derrota de esta última. Un puñado de aviadores ingleses, muchos de ellos muertos en combate, había logrado la hazaña e impedido la invasión nazi a la isla. Fue entonces cuando el Primer Ministro Winston Churchill decidió honrarlos. Para ello utilizó la cadena nacional de radiodifusión, algo que no era habitual. Fue el momento en que pronunció una de sus más celebradas frases: Never in the field of human conflict was so much owed by so many to so few (“Nunca en el campo del conflicto humano, tantos le debieron tanto a tan pocos”). Era el 16 de agosto de 1940.

Tora, tora, tora (“tigre, tigre, tigre”). Los oficiales de la aviación naval japonesa escucharon por los altoparlantes la aguda voz de Fuchidu Mitsu, jefe de la fuerza aérea, impartiendo por los altoparlantes la orden de ataque. Su misión: bombardear, sin previa declaración de guerra, el puerto norteamericano de Pearl Harbour, en Hawai. Era la hora 7,45 del domingo 7 de diciembre de 1941. Ese día, en horas de la tarde, el “Honolulu Star” lanzó un boletín extra donde anunciaba que la isla había sido bombardeada por aviones japoneses.

Washington, Estados Unidos, 9 de diciembre de 1941. El presidente Franklin Delano Roosevelt utiliza la radio en cadena para anunciar al mundo que, a raíz del “súbito y criminal ataque perpetrado en el océano Pacífico”, su país se encontraba en guerra (la declaración había sido firmada por el presidente el día anterior) con el imperio del Sol Naciente. Al anunciar este hecho de enorme gravedad, también informó que su país entraba en la lucha plena, dado que “mal serviríamos a nuestra causa si después de rematar esta tarea (vencer a Japón) dejáramos el resto del mundo sometido al dominio de Hitler y Mussolini”.

¿Era esta la primera vez que el presidente Roosevelt utilizaba la red nacional de emisoras? No. Un año antes había hablado desde la Casa Blanca a raíz de la grave situación internacional. Para ese entonces, la maquinaria militar nazi esclavizaba a buena parte de Europa y el presidente anunció que las potencias del Eje podían llegar a acumular enormes recursos militares y navales contra este hemisferio. “No exagero – concluyó – al decir que todos los habitantes de las Américas viviríamos entonces con el cañón de una pistola en el pecho”. Era el 29 de diciembre de 1940.

Dando un salto histórico de setenta años y otro geográfico de miles de kilómetros nos encontramos, hoy, con una Argentina gobernada por una presidenta que también usa la red nacional de comunicaciones. Los medios deben acallar sus programaciones habituales para escuchar la voz de la titular del Poder Ejecutivo. La verbosa presidenta ha utilizado la cadena oficial en decenas de oportunidades. Pero, a diferencia de aquellos líderes políticos, la arbitraria monopolización de la cadena nacional, salvo alguna excepción, no es empleada para anuncios sobre épicas gestas ni hechos de real valía institucional. Se la utiliza para formular anuncios de menor cuantía, de nula trascendencia. El monólogo presidencial tampoco está exento de la soporífera autopropaganda de su gestión. Ni de su inquina contra los medios periodísticos que no se han doblegado ante el poder. Ni de su irrespetuosa actitud hacia la fracción sana del Poder Judicial que se ha negado a arrodillarse ante las bravuconadas de su gobierno.

Ese monólogo, donde se mezclan nimiedades con mezquindades, es habitualmente matizado con la referencia a domésticas anécdotas hogareñas de nula significación para los oyentes. Así, la audiencia fue informada que su jubilada madre “ahora tiene dos aires acondicionados y no se los regalé yo, que soy la presidenta” (sic), como también que los titulares de una empresa argentina “inventores mundiales del alfajor triple me trajeron el mini porque me dijo el dueño que no me quiere ver gorda” (sic). La profundidad del pensamiento presidencial quedó rematada con una intimidad que recorrió el mundo: “A mí me encanta el arroz, pero me constipa un poco” (sic). De de esta forma los ciudadanos han quedado anoticiados que en la Argentina “nacional y popular” una jubilada accedió a los beneficios de la técnica moderna, una empresa local catapultó al país al podio de las grandes potencias mundiales por el invento de una notable golosina de tres pisos, y que buenas personas se esmeran en cuidar de la silueta de la señora presidenta quien, por causa de otros alimentos, queda aquejada de molestos estreñimientos. Faltó comunicar sobre inseguridad, corrupción, inflación, narcotráfico, pobreza, creciente desocupación, caída de la producción, tragedia de Once, carencia de insumos, cepos cambiarios, “extravío” de pruebas en una causa donde se procesa a su vicepresidente y demás. Para nuestros gobernantes estas cosas no son más que simples “sensaciones”, futilidades de menor cuantía argumentadas por los “agentes del desánimo”, perversas inventivas elucubradas por la “corporación mediática” y por “destituyentes” (término acuñado por la militancia) que se complotan contra el gobierno.

Como corolario, hace algún tiempo (marzo de este año) la mandataria afirmó sentirse “un poco la madre de los 40 millones de argentinos”. Los argentinos vienen, desde antaño, contando con un padre espiritual. “Padre nuestro que estás en el bronce, hemos hecho la patria que soñaste”, vibró la voz de Belisario Roldán en el homenaje rendido a San Martín (1909) en Boulogne sur-Mer. El calificativo pergeñado por el orador caló hondo en la ciudadanía. Claro que aquella patria soñada por el prócer es la antítesis de la elaborada por los hacedores de la pomposamente llamada “década ganada”. Como también es evidente que existe una gran diferencia entre aquella madre y este padre. Y no solamente por razón de género.