Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Tabú: la versión oculta

Escribe Tomás I. González Pondal

Calculo que todo lector encontrará algo raro en expresiones como “debería hablarse de economía”, o “la gente no habla de política”, o “¿por qué será que las personas no opinan sobre lo que sucede en la televisión?”. La cuestión es simple; por supuesto que van a sonar raras tales manifestaciones, por la sencilla razón de que lo que se da por inexistente en verdad existe, y en demasía. En otras palabras, se suponen cosas que no son, se dan por realidades cosas que no suceden, se dice que deberían acontecer determinadas cuestiones que, en verdad, acontecen sobradamente. Entonces, ¿por qué insistir con afirmaciones de ese estilo? Por lo que se estaría buscando. Se querría lograr, precisamente, que se hable de algo en demasía, más de lo que normalmente se habla, y que se lo haga de “determinado modo”. La gente habla de economía, pero se buscaría que hable más; la gente habla de política o sobre temas televisivos, pero se intentaría que todo el mundo se empache con esas materias.

Para lograr el efecto anterior, nada mejor que presentar los asuntos como temáticas tabú. Transformar las cuestiones de las que ciertamente la gente cada tanto habla en cuestiones vedadas, de las que, al parecer, nadie se anima a hablar o que están prohibidas. Manipular palabras es un ejercicio predilecto, elegido con total intencionalidad por muchos medios de comunicación.

Temas como el aborto o la homosexualidad, son, según se dice, temas tabú, temas que antes casi todo el mundo tenía prohibido mencionar. Y eso no fue así. Se hablaba de esos temas, pero se hablaba de “determinada manera”. Y como lo que hoy molesta es “esa manera”, entonces se opta por decir que estaba prohibido hablar. Lo paradójico es que, en los tiempos que corren, lo que se prohíbe es, concretamente, estar de acuerdo con la forma de pensar de antes y que hoy se tiene por mal vista. Entonces, implícita y explícitamente, imponen una prohibición. Dicen: “Como aquella forma de pensar la tenemos como algo malo, por favor, no queremos que se piense más así. Y como lo que deseamos es eso, prohibimos que haya manifestaciones en tal sentido. Es más, haremos leyes condenatorias de aquellas formas retrogradas de pensar”. Y así, las formas de pensar que no se avienen con las ideologías modernas, pasan ahora a ser realmente tabúes, prohibiciones. Lo anterior responde perfectamente a una definición de tabú, que significa una prohibición impuesta sobre algunas cosas por las convenciones sociales, fundada en prejuicios.

Que en épocas pretéritas se recurriera a la leyenda de la cigüeña para explicar a un niño que “mamá estaba embarazada” no implicaba ningún tabú tal como hoy se pretende, sino una forma conveniente de resolver una pregunta según la edad de quien preguntaba. No se trataba de una prohibición de conocimiento, sino de adecuar una enseñanza utilizando una figura llena de riquezas en cuanto a leyenda, cosa que seguramente ignoran los que desprecian el relato por considerarlo improcedente. Explicarle a un pequeño el proceso de embarazo con la rigurosidad necesaria con la que se lo explicaría a un adulto, es lisa y llanamente una gran torpeza. Si el pequeñín señala un teléfono celular como queriendo saber qué es, la mamá simplemente le dice “hola, hola”. El chico en su sencillez ya capta algo de qué se trata. Pero la madre, ante la interrogación, no le explica que está frente a un “dispositivo electrónico para telecomunicaciones personales con red inalámbrica”. El niño no entenderá nada. Y que la señora le diga “hola, hola” en vez de darle una explicación técnica innecesaria para esa edad no significa que cuando el niño crezca sufra alguna especie de confusión o retroceso. Tiempo habrá para profundizar. Para explicarle a un niño que el planeta Tierra es algo un tanto redondo, puede decírsele que es como una papa, sin tener que explicarle que el ecuador se engrosa veintiún kilómetros; el polo norte está dilatado diez metros y el polo sur está hundido unos treinta y un metros. Optar por esto último es lograr, una vez más, que el pequeño no entienda nada. Y demás está decir que, cuando el chico crezca, no hará puré con la tierra. Lo reitero, aquí no se trata propiamente de un tabú, sino de buscar lo más conveniente. Lo paradójico en los nuevos pensadores es que ellos sí imponen una prohibición: impiden al niño gozar del equilibrio propio de la naturaleza. Fundan un tabú tapando la normalidad.

Todo mal implica una prohibición, pero no todo mal ni toda prohibición es un tabú. Esto debe quedar bien claro, porque la estrategia moderna para quitarle a un mal el carácter de prohibido consiste simplemente en hacerlo pasar por un antiguo tabú que ya es hora de desechar. El tabú se funda en la irracionalidad, y por eso, para desacreditar a algún mal, nada mejor que hacerlo pasar por algo completamente falto de razón. Que esté prohibido abrir el paraguas en la casa porque a alguien se le ocurrió que eso trae mala suerte, es algo supersticioso, es una prohibición irracional, es un tabú. Pero que esté prohibido cruzar el semáforo en rojo es algo con fundamento racional, pues de no cumplir la regla seguramente alguien quedará destrozado. Lo que hacen los innovadores en sus planes es tanto como si presentásemos la prohibición del semáforo como un tabú, cuando bien sabemos que no es irracional acatar tal prohibición y, por tanto, escapa al listado de tabúes. Y bien… por eso están destrozando la naturaleza.

Como se aprecia, el ejercicio es sencillo. Los mismos que actualmente ven mal expresiones como “te prohíbo pienses así”, en la práctica, para realizar prohibiciones, utilizan hasta el hartazgo la palabrita “tabú”. Funciona bastante bien. Es la forma paradójica y camuflada de prohibir, es la forma moderna de liberar verdaderos males quitándoles su carácter de prohibido, al tiempo que se prohíbe llamarlos males. Es, en definitiva, la forma que deja bien a salvo la total incoherencia de sus postulados.