Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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El Mundial está en la puerta

Parece ayer que la selección argentina entraba lentamente, junto a la de Alemania, en el estadio Maracaná, para disputar la final del mundial de fútbol de Brasil. Esa final que perdimos por un gol en tiempo suplementario y que, por esa absurda manía exitista, no tiene demasiado valor histórico.
La selección nacional ha sido protagonista de este maravilloso torneo desde su primera disputa, en 1930, cuando jugó la final con Uruguay, sumando el primero de sus tres subcampeonatos mundiales, la primera de las cinco finales a la que logró acceder.
Rusia vuelve a poner al fútbol en todas las agendas y a entusiasmar a todos. Es el fútbol, posiblemente el más popular de los deportes, y es un Mundial, la fase final de un largo camino que se inició con las rondas clasificatorias, donde a la excelencia del juego se suma la representatividad de cada equipo por su país.
Escapa este escrito a un análisis deportivo de la selección albiceleste. Un equipo que ha tenido poca y nula preparación equipista, que se ha reunido unas semanas antes del campeonato, con jugadores provenientes de todo el planeta, estrellas de sus equipos pero con poco rodaje para este, del que todavía no se sabe cómo formará.
Pero es importante desear que el Mundial no funcione, como en épocas que duele mucho recordar, como una enorme cortina para tapar hechos trascendentes. Que no sea la mejor de las excusas para distraer a la sociedad y sacar provecho para tomar decisiones o implementar medidas que en otro contexto sería delicado hacer.
Es cierto que la duración del torneo tampoco permitirá -sobre todo si el seleccionado nacional no sortea la primera ronda- implementar grandes cambios, pero a veces se necesitan un par de horas y la distracción del público para reacomodar cuestiones aprovechando el ruido y el color.
No es malo el Mundial. Por el contrario. Es una fiesta deportiva. Que ha servido para unir al país detrás de un objetivo, que hace olvidar diferencias partidarias y poner en el centro de la escena un objetivo común donde los matices son nada más que eso. Es, de alguna manera, un ejemplo de cómo superar ciertas diferencias.
Hay mucho para disfrutar y aprender de esta competencia. Pero también todos deben recordar que la sociedad argentina ha perdido la inocencia hace mucho. Y que la práctica romana de “pan y circo” ya no tiene entre nosotros lugar ni lógica.