Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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¿Lo digo o no lo digo?

   ¡Qué momento! No sé ni cómo, ni por dónde comenzar; más difícil aún es encontrar las palabras.

   No sé cuál puede ser el instante adecuado; tal vez al principio, de forma tal de terminar rápido “con el asunto”; tal vez al final, como para darle tiempo para que se vaya preparando.

   Busco la fórmula adecuada y me pregunto si la habrá. Directamente y sin rodeos, o tal vez con una selección de frases estudiadas, “hechas”; o mejor analizo un poco más, demorando el momento, como si la postergación pudiera mitigar el impacto.

   ¡Malas noticias!

   Trato de imaginar la sucesión de imágenes e ideas que irrumpen en su mente; también trato de anticipar el efecto que causará en Usted mi querido lector.

   Una variedad de circunstancias nos obligan, sin querer y sin desear, a recibir malas noticias. Como si fuera el reverso de una moneda, también diferentes hechos nos obligan, casi como en una estampida, a comunicarlas.

   ¡Malas noticias!

   En el ámbito familiar, dentro del círculo de amistades, en el ámbito laboral, también debo incluir a nivel social, debemos enfrentar la “temible” posibilidad de tener que trasmitir una mala noticia. Un accidente, una enfermedad, un diagnóstico médico, la muerte, ponen en vilo un cúmulo de capacidades y habilidades que se requieren para tales circunstancias.

   Desde un jefe que comunica despidos a sus colaboradores, o pérdidas materiales y daños irreparables en objetos de sus clientes, también podemos aludir a malas noticias.

   Si bien la razón de los medios es comunicar, me atrevo asegurar que hasta el periodista más avezado requiere de maestría para dar a conocer esas noticias que seguramente quedan grabadas en la historia. Por su parte los políticos las evitan y caen en el extremo opuesto de trasmitir “buenas nuevas”, a veces irreales, mientras que la realidad nos cachetea y sacude.

   ¿Hay una fórmula para dar malas noticias?

   Dar una mala noticia causa malestar por partida doble; el desagrado lo experimenta tanto quien la comunica como el receptor del mensaje. No existe una fórmula, pero tener en cuenta una serie de recaudos, cual escalones, devienen en fortaleza.

   Primero hay que evaluar quien es la persona indicada para expresar una mala noticia, considerando grados de cercanía y confianza. Luego pensar en el estado emocional de quien la da y obviamente de quien la recibirá; a veces estar demasiado implicado no es adecuado, se puede y es oportuno solicitar ayuda.

   Elegir el momento y el lugar son condiciones nodales para acaparar la atención pertinente. Dejar a un lado la prisa y emplear un lenguaje sencillo; las palabras simples son apropiadas para comenzar a relatar aquello más importante.

   Poder anticipar reacciones posibilita prever ciertos comportamientos y considerar distintas soluciones. La cercanía es recomendable, seguramente un apretón de manos, o un abrazo pasen a ocupar el lugar de las palabras con posterioridad.

   Algunos estarán en condiciones de ofrecer sugerencias y consejos adicionales, si no se cuenta con dichos saberes lo mejor será el silencio.

   Dar malas noticias es un acto de generosidad y empatía, implica ponerse en el lugar del otro, dando… Dando lugar, lugar para que el otro pueda expresar el dolor, el enojo, la ira bronca, la impotencia, la preocupación, el malestar.

   Dar malas noticias es casi un arte, máxime cuando las explicaciones no bastan, se extinguen los fundamentos y las palabras se diluyen, en ese preciso instante se abre paso a la intensa asimilación que permitirá en tiempos únicos y personales la aceptación.