Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Los emisarios de la ONU

por Philippe Rater

Su  perfil tiene algo de navaja suiza: experiencia internacional,  gusto por el juego, perseverancia y una piel espesa para resistir  la presión. 
La Organización de las Naciones Unidas tiene una veintena de emisarios en todo el  mundo para quienes pacificar países en conflicto muchas veces es  misión imposible.
“Son funcionarios motivados por sus convicciones y una parte de  ego. Ser llamado ya es un gran privilegio”, resume un funcionario  de la ONU bajo petición de anonimato.
Es el caso del británico Martin Griffiths, que acaba de ser  elegido emisario para Yemen. 
Los hombres y mujeres que asumen la  responsabilidad de poner fin a un conflicto parecen tener la  vocación necesaria para enfrentarse a horrores como en Siria,  Libia o la República Democrática del Congo.
Otras misiones resultan menos peligrosas como, por ejemplo,  reunificar Chipre, encontrar un nombre para Macedonia que agrade a  Grecia o resolver décadas de divergencias en Sahara Occidental. 
Y  a veces el desafío puede ser inaccesible.
La ONU tiene una veintena de emisarios, algunos con misiones  muy puntuales como el secretario general adjunto de Asuntos  Políticos, el estadounidense Jeffrey Feltman, que viajó a finales  de 2017 a Pyongyang. 
El viaje “más importante de mi carrera”,  confesó.
El trabajo de los emisarios, “es un trabajo sucio, un poco una  vida de perros”, señalan algunos diplomáticos bajo petición de  anonimato, que explican que algunos de ellos tienen en sus manos  la responsabilidad de miles de Cascos Azules.
“Sermoneados por unos y otros, concentran todas las  frustraciones”. 
“Les hace falta mucha humildad y paciencia, y  saber aprovechar las oportunidades para crear las condiciones de  un diálogo”. 
“Ser un gran jugador de ajedrez y poder pedir a otros  que muevan las piezas”, precisa uno de ellos.
 Los requisitos del triunfo de una misión son “una voluntad de  las partes”, “la unidad del Consejo de Seguridad” y las  “cualidades” del mediador, precisan en la ONU.
Se puede llegar a  un acuerdo con “un consenso débil en el Consejo y un mediador  mediocre en el momento en el que ambas partes desean un  compromiso”.
En Colombia, “se reúnen casi todas las condiciones”, y el  proceso pacífico entre el gobierno y los exrebeldes a menudo se  muestra como un ejemplo ideal de esta práctica.
El triunfo de un mediador no se mide cuando cesan los  enfrentamientos. 
“Dejar la tapa en la cazuela” a veces es un  éxito. Luego es cuestión de tiempo.
Los mediadores de los mayores conflictos, como Siria, Libia o  Yemen, están al nivel del subsecretario general de la ONU y cobran  unos 12.000 dólares al mes. 
Al aceptar su misión pierden gran  parte de su vida personal, se comprometen a multiplicar sus viajes  y regularmente tienen que rendir cuentas de sus avances y bloqueos  a las autoridades en Nueva York.
El apoyo de los cinco miembros permanentes del Consejo de  Seguridad (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia y China) es  indispensable para una candidatura, al igual que la aceptación de  los beligerantes y de los actores regionales.
El predecesor de Martin Griffiths, por ejemplo, fue rechazado  por los rebeldes hutíes de Yemen, lo que contribuyó al fracaso de  la misión.
Los emisarios, que frecuentemente están dotados de un nivel internacional  reconocido, son propuestos por su país -Alemania, por ejemplo,  propuso a Horst Koehler, encargado del Sahara occidental-, pueden  presentar una candidatura espontánea o son solicitados por la ONU.
En Oriente Medio, están puestos a prueba con dureza. 
Estos  últimos meses el italo-sueco Staffan de Mistura, que se define a  sí mismo como un “infatigable optimista” y que sucedió en el  conflicto sirio a varios emisarios que dimitieron, fue llamado al  orden. 
“Tiene tantas ganas de conseguirlo, que ha incorporado  demasiado las tesis rusas”, señala a propósito un diplomático.
Los emisarios son “fusibles y los más astutos se van antes de  que les echen”, apunta otro diplomático. 
La vida de la ONU está  marcad por estos lanzamientos de toalla cuando no se ha podido  imponer una paz imposible.
“Mi sueño secreto es ser el último enviado especial en Libia. Y  que después dejen al país que se desenvuelva solo”, decía a  finales de 2017 a la AFP el libanés Ghassan Salamé. “No quiero  eternizarme en ese papel (...) Hay misiones que duran 20 años, 25,  no hace falta” con Libia.
En general, “la dura vida de los enviados especiales es  limitada”, estima un diplomático. 
Para la ONU, no hay más fracasos que triunfos, entre los cuales  figuran Camboya (1992-1993), Sierra Leona (1999-2006), Timor  oriental (1999-2012) o Namibia (1989-1990).
A veces los emisarios dejan sus vidas en la misión. 
En Libia o  en Yemen algunos de ellos fueron alcanzados por disparos. En  Bagdad, en 2003, un atentado se cobró la vida del brasileño Sergio  Vieira de Mello, uno de los mejores funcionarios de la  organización, y en 1961 el entonces secretario general, el sueco  Dag Hammarskjöld, falleció en un accidente de avión en Africa en circunstancias que jamás fueron esclarecidas.

Philippe Rater es periodista de la agencia AFP-NA.