Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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Una puntaltense en el limbo de los refugiados afganos

Ellos dicen que están varados y no tienen futuro. Ella busca darles esperanzas, sobre todo a los más chicos.

Por Gustavo Pereyra / gpereyra@lanueva.com

 

   Belén Monje (puntaltense, 29 años) atesora dibujos que le hicieron chicas y chicos afganos en el campamento de refugiados en Grecia al que fue a dar una mano el año pasado.

   "Este es mi nombre en persa. Me lo hizo Asef. Dibuja, pinta, tiene todos los talentos. Es universitario, empezó a dar clases de inglés en el campamento y es un ejemplo de resiliencia. Todavía no consiguió asilo", cuenta.

   El resto de esos tesoros son casi todos dibujos de corazones y banderas y algunas poesías en inglés y persa que hablan de valores, amor y deseos de paz. Pero también de incomprensión y soledad.

   "Todos tratan de encontrar a la persona correcta, pero nadie trata de ser una persona correcta. Sé feliz frente a la gente que no te quiere, eso los mata. Un día me iré y jamás volveré". Lo escribió Abdullah, otro chico que llegó con su familia al campamento de refugiados de Malakasa, huyendo de la guerra, la persecución y el miedo a morir a manos de los extremistas islámicos.

   Malakasa es una base militar griega abandonada, 40 kilómetros al norte de Atenas. Dentro de su perímetro alambrado, el gobierno y las organizaciones no gubernamentales instalaron carpas y contenedores habitables. Ahí terminan cientos de afganos que llegan desde Turquía en botes precarios, después de haber atravesado por tierra 4.000 kilómetros.

   Como ir de Ushuaia a La Quiaca, pero con lo puesto, cruzando 3 o 4 países distintos y con la esperanza de seguir camino a Alemania para encontrar un futuro mejor.

   Pero "no hay futuro", dicen ellos. Están varados en Malakasa porque las fronteras están cerradas y los países europeos ya no dan asilo.

   "Menos si sos afgano —cuenta Belén—. A diferencia de los sirios, que tienen prioridad para quedarse en Grecia, a los afganos los consideran inmigrantes ilegales y los tienen en el campamento hasta que deciden si los deportan o no."

 

Un testimonio sin fronteras

   Belén viajó 2 veces a Malakasa como voluntaria de Remar, una organización no gubernamental española que brinda ayuda humanitaria en distintas partes del mundo. Primero fue en mayo de 2016 y después estuvo de diciembre a marzo de 2017.

   De esos 2 viajes nació "Amando sin fronteras", un libro que terminó de escribir a su regreso a Punta Alta y que presentó este verano.

   "Después del primer viaje, algo me removió todo lo que había vivido y sentí que tenía que hacer algo para compartir. Y me puse a redactar las historia de las personas que conocí", cuenta Belén.

 

El campamento

   Belén duerme en Atenas y a las 6:30 am ya está despierta. Un camión la lleva hasta el campamento, se pone la pechera verde de su ONG y empieza a pelar papas y zanahorias para la sopa de los refugiados. Después limpia unas mesas y se sienta a hacer manualidades y juegos con los más chiquitos.

   En otro tinglado hay mesas largas con ropa y calzado para los refugiados. A veces es difícil encontrar algo que les guste, pero Belén los ayuda a elegir y revuelve hasta encontrar lo que buscan.

   Afuera, el suelo cubierto de piedritas hace ruido al caminar entre las carpas blancas numeradas: B19, B20, B21... En otra parte del campamento el viento arremolina la tierra en el aire.

 

   Belén camina entre carpas hacia el salón de esparcimiento y una nena la sigue. Es Fereshta, tiene 8 años y nunca falta si hay que jugar. Le encanta saltar la soga y parece que así se olvida de todo. Ríe, salta y su pelo negro, largo y lacio se alborota.

   Fereshta llegó al campamento con sus padres y hermanitos. Cuando Belén los visita en el contenedor en el que viven, la nena hace de traductora porque sus padres no hablan nada de inglés.

   "Fue muy compañera y compartimos mucho tiempo juntas —cuenta Belén—. Su sonrisa era tan genuina que me asombraba su capacidad de disfrute, estando en un campamento de refugiados."

   Hace unos días, Fereshta le mandó un audio en inglés por Whatsapp:

 

También recibió uno en español de Ehsan, otro nene afgano con el que sigue en contacto:

   En el salón de esparcimiento se juntan grandes y chicos a pasar el tiempo. Pero el tiempo parece que no pasa más en el campamento de refugiados de Malakasa. Y Belén no ve la hora de volver.

 

(Videos de Mensajeros de la paz España y REMAR Catalunya)

 

"No hay futuro"

—¿Qué es lo que más te pegó de Malakasa?

   Me impactó ver el estado mental de las personas. Es la nada misma todos los días. Ahora tienen un techito, su ropita y comidita, pero no hacen nada y no hay herramientas para que desarrollen un proyecto de vida. A largo plazo, la salud mental se deteriora.

   Conocí a un refugiado que era profesor universitario de inglés y el tema de la educación de sus hijos lo tenía muy mal. Tenía una casa hermosa, esposa e hijos que iban a escuelas bilingües, pero tuvieron que dejar todo atrás por la guerra. Decía: “Estamos encerrados como animales. No hay comida ni futuro para mis hijos". Con su mujer embarazada todavía no pudieron cruzar la frontera y está a la espera de que los deporten.

   No son pobres que escaparon porque no tenían qué comer. Los pobres no tuvieron los recursos económicos para irse y pagar el viaje por mar. La mayoría es gente culta y muchos ya tienen familiares en otro países de Europa. Hay familias divididas.

   Casos como ese hay muchos, que vendieron la casa y sus bienes para pagarles a las mafias que les mienten y les siguen sacando el poco dinero que tienen con la promesa de hacerlos cruzar la frontera. No quieren estar en Grecia encerrados.

—¿Y los jóvenes?

   Me hice muy amiga de Omid y terminó siendo como mi hermano adolescente. Ayudaba como voluntario y compartíamos el día a día y charlas. Me decía: "Nadie me puede garantizar un futuro. No puedo hacer nada por mí". Yo no le podía responder nada porque su visión era un poco pesimista, pero muy certera.

—¿Cuál fue la barrera más difícil de esquivar?

   Me costó comunicarme con las mujeres, porque casi ninguna habla inglés y son distantes, muy reservadas y al principio me miraban con recelo. Como soy cosmetóloga y me llevé una valijita con todo, pude conectarme con ellas a través de la manicura cuando ya hubo más confianza. Después ya me invitaban a sus casas.

—¿Volverías?

   Sí, estoy decidida a volver a Grecia. Pero no al campamento, porque cambió mucho en este tiempo y me gustaría conocer otra realidad de los refugiados. Iría a los centros de ayuda en Atenas a capacitar a las mujeres en cosmetología. La gente me donó un montón de elementos de estética para las refugiadas. Y a Malakasa sí iría de visita.