Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Coronel Suárez: Lothar Hermann dejó un legado de justicia para 6 millones de personas

Sus denuncias fueron determinantes para el hallazgo del criminal nazi Adolf Eichmann en la Argentina. Pero el reconocimiento de su voluntad llegó más de 36 años después.

Liliana Hermann, sobrina nieta de Lothar, en el cementerio suarense, cuando la tumba NN de su tío pasó a tener una lápida con nombre y apellido. / Fotos: gentileza familia Liliana Hermann, Agencia Coronel Suárez, AG Fotos y Archivo La Nueva.

Guillermo D. Rueda / grueda@lanueva.com

   El lunes 1 de julio de 1974, a los 78 años, el general Juan Domingo Perón moría en Buenos Aires. El país se conmovía y más de un millón y medio de personas hacían cola bajo la lluvia —en las avenidas Callao y Libertador— para darle el último adiós al presidente de la Nación. Se ratificaba el liderazgo de un movimiento histórico que, hasta hoy, perdura con su doctrina justicialista.

   Ese mismo 1 de julio de 1974, a los 73 años, el doctor Lothar Hermann fallecía en Coronel Suárez. Pocos se enteraron; bastante menos aún participaron de la ceremonia de sepultura, como NN, en el cementerio municipal. Resultó el ingreso a un espiral de olvido que necesitó 36 años, por lo menos, para que su historia salga del ostracismo.

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   Lothar Hermann vivió sus últimos 19 años en la ciudad de Coronel Suárez, en el norte del sudoeste bonaerense, a 175 kilómetros de Bahía Blanca. Hoy, sin discusiones, puede afirmarse que sus denuncias resultaron claves para el hallazgo del criminal nazi Adolf Eichmann en la Argentina, quien fue secuestrado por comandos israelíes —en Buenos Aires— en 1960, y trasladado, enjuiciado y condenado a la horca en el Estado de Israel, en 1962.

La familia Hermann, Lothar y Marta, junto a su hija Sylvia.

   Hermann llegó a la cabecera suarense en 1955 como consecuencia de las amenazas, cada vez más intimidantes, de parte de la poderosa sociedad alemana de Olivos, en el norte del Gran Buenos Aires, que no le perdonaban su obsesión por denunciar a Eichmann.

   También porque la presencia de una colonia alemana desarrollada contribuyó a un sentimiento de pertenencia semejante al que alguna vez sintió en su Quirnbach natal, al sur de Alemania y cerca de Francia, donde nació —como el tercer hijo de once — en el seno de una familia judía. Solo cuatro sobrevivieron al Holocausto: Hugo, Berthold, Elsa y él.

   “Mi tío era vecino de Adolf Eichmann en Olivos. Vivía a 10 cuadras. También de Josef Mengele, quien tenía su casa a 200 metros”, dice Liliana Hermann, sobrina nieta de Lothar, y la única autorizada por la solitaria descendiente de la familia, Sylvia, a mantener viva —y acrecentar— esta historia.

En su etapa escolar, Sylvia conoció a Klaus Eichmann.

   Sylvia, que tendría su rol vital en la identificación de Eichmann, tiene 77 años, nunca habló del tema en forma pública, reside en los Estados Unidos y vivió en Coronel Suárez desde 1955 hasta 1959.

   La madre de Sylvia, Marta Waldmann, una lituana a quien Lothar conoció en 1936 en Países Bajos, falleció en 1962 en la localidad suarense.

   “En realidad, en la posguerra Argentina fue uno de los pocos países que dejó ingresar tanto a nazis como a quienes se salvaron del Holocausto. Y todos convivían en barrios, no ocultaban su identidad y se movían en forma pacífica. Era común que en una cuadra viviera un sobreviviente y un nazi en la casa de enfrente. Era el contexto de la época”, recuerda.

Adolf Eichmann era Ricardo Klement. Ingresó al país con pasaporte de la Cruz Roja.

   Eran habituales las reuniones de nazis en Olivos. Algunos de los comensales eran refugiados del crucero Admiral Graf Spee, de la Kriegsmarine, mandado a pique en el Río de la Plata en diciembre de 1939 y que, incluso, un tercio de los 1.055 tripulantes fueron alojados en el Club Hotel de Sierra de la Ventana. La participación del referente argentino, Carlos Füldner, incluso luego del secuestro de Eichmann, siempre fue muy activa.

   “Sylvia conoció a todos los hijos de Eichmann, porque asistían al colegio con su verdadero nombre y apellido. Iban a ver cine alemán (el local se denominaba York) en Olivos. Frecuentaban los mismos lugares y eran amigos”, agrega.

El bandoneón, una de las pasiones de Lothar Hermann.

   La historia de Lothar Hermann aparece, claramente como nunca en la reedición de una historia que lo coloca en un sitio preponderante, en la reciente superproducción titulada Operación final, que estrenó Netflix el último miércoles 3 de octubre y fue filmada en nuestro país. El ganador del Oscar 1982 Ben Kingsley tiene el papel de Eichmann y Peter Strauss el de Lothar.

   Liliana Hermann admite que la plataforma puso en valor a la historia de su tío.

   “Más allá de que haya errores en cuanto a fechas y acontecimientos, lo que tiene de bueno es que a Simon Wiesenthal, el famoso cazador de nazis, que se había llevado todos los laureles de Lothar, lo han corrido totalmente de la historia. Creo es consecuencia de tantos años de lucha y de haber trabajado en función de conocer, y hacer conocer, la verdad”, añade.

   Sostiene que, por ejemplo, según la película Sylvia ayudó en 1960 a la localización de Eichmann. “En realidad, en octubre de 1959 mi tía ya estaba en los Estados Unidos”, aclara.

   “Tampoco estoy de acuerdo con el papel de ella. No se dice claramente, pero basan su participación en un romance y mi tía en ese entonces era muy chica. Tenía 12 años y Klaus (Eichmann, el hijo mayor de Adolf) era mayor de edad. Pero es una película y eso se puede presumir”, aclara.

Trailer oficial de la película Operación final.

   “Pero sí importa que el rol de Lothar está bien representado”, insiste.

   La historia de Netflix recrea que Sylvia estaba con una amiga y Klaus con otros chicos. Y que, para uno de los asaltos que se acostumbraban hacer en los garages, ella fue hasta la casa de Klaus para invitarlo. Tocó la puerta de la calle Garibaldi 6067, en San Fernando, muy cerca de la ruta 202, y se la abrió Adolf Eichmann, que solo era Ricardo Klement —empleado en la planta de Mercedes Benz— a los efectos del documento local elaborado por el pasaporte falso que le facilitó la Cruz Roja para ingresar al país.

   La primera denuncia de Lothar sobre la presencia de Eichmann —ante la embajada de Israel y la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA)— se realizó en 1954. Comenzó entonces un derrotero de idas y vueltas, de entendidos y desentendidos y de peligrosos correveidiles en Argentina, Alemania, Estados Unidos y el Estado de Israel para resolver el caso Eichmann, una figura esencial en la denominada Solución Final. Es decir, este tiempo llevó responder a la pregunta: ¿qué hacer con Eichmann?

Lazo en el sur bonaerense

   Tras la denuncia inicial, y habida cuenta de las presiones que comenzaban a poner en riesgo su vida y la de su familia, Lothar Hermann —de profesión abogado— creyó conveniente marcharse del barrio donde vivía. No lo hizo cerca: eligió Coronel Suárez, a 580 kilómetros de Buenos Aires. A esta zona llegó en 1955.

   “Trabajó en el tema de jubilaciones y pensiones. Tenía algunos conocidos por la existencia de las tres colonias alemanas”, dice Liliana acerca de su tarea alternativa a la de gestión de trámites para refugiados —por sus buenos contactos con Europa— que lo trajo, en 1938, a la Argentina tras el anuncio de las Leyes de Núremberg. Primero se instaló, de todos modos, en Montevideo, Uruguay; luego en la ciudad de Rosario (allí nació Sylvia) y finalmente en Olivos, en el norte del GBA.

   Sin que la mayoría de los suarenses conociera su historia de vida, ni siquiera cómo había perdido un ojo durante las torturas en un campo de concentración de Dachau en 1935, ni tampoco por qué se estaba quedando ciego, Hermann continuó denunciando la presencia de Eichmann.

Lothar Hermann pasó por el campo de concentración de Dachau. Allí conoció a Bauer.

   En 1956, Alemania emite el pedido de extradición de criminales y ahí es donde Lothar encuentra otra vertiente a sus denuncias. Se contacta con el fiscal de Hesse, Fritz Bauer, una pieza clave en los procesos de Auschwitz, con quien había coincidido en los campos de Dachau.

   Con no poco esfuerzo, Bauer logró convencer a las autoridades israelíes de venir a verificar a la Argentina la eventual presencia de Eichmann, algo que no habían logrado Simon Wiesenthal ni Tuviah Friedman, el director del Instituto para la Documentación de los Crímenes Nazis en Haifa, a la sazón los dos cazadores más reconocidos.

   Mientras tanto, el inicio del año 1959 agregó otro elemento.

   “Sylvia le leía todos los días el diario a su padre”, recuerda Liliana.

Carta para el investigador Tuviah Friedman, desde Suárez.

   “Ese año salió una solicitada en un diario alemán, de acá (por Buenos Aires), diciendo que había una recompensa para quien brinde datos certeros sobre el criminal. Venía de Tuviah Friedman. Ahí es cuando Lothar reactualiza las denuncias iniciadas en 1954, reafirma su pedido final de enjuiciamiento y, además, reclama la recompensa”, agrega.

   La presión sobre la familia Hermann por sus constantes denuncias sobre Eichmann ya se hacía insostenible, aunque muy pocos lo sabían lo que ellos vivían por entonces. Lothar y Marta deciden, entonces, salvaguardar a Sylvia.

   Ese mismo año, 1959, la enviaron a los Estados Unidos. Marta ya estaba enferma de cáncer y falleció, también en Coronel Suárez, en 1962.

La otra imagen conocida de Lothar Hermann.

   Antes de eso, en 1961, se produce un episodio policial que, desde Coronel Suárez, tuvo repercusión mundial. Alguien, con una presunción ideológica evidente, denunció que Josef Mengele (un fugitivo oficial de las SS, médico y antropólogo con participación en Auschwitz) vivía en Avda. San Martín 241 de la cabecera suarense; casualmente, la casa de Lothar.

   “Fue una causa mediática —dice hoy Liliana— que le armaron para hacerlo callar y decirle hasta acá llegás. Lothar había mandado otra serie de cartas a Israel, pidiendo que le reconozcan su labor por haber permitido la localización de Eichmann. Primero fue un periodista de origen inglés a la casa y le preguntó si conocía el paradero de Josef Mengele; él dijo que no, claro, pero más tarde volvieron cinco agentes del Estado de Israel y dos de Alemania. Y se lo llevaron detenido”.

   Fue la noticia principal del diario "El Imparcial", de Coronel Suárez, del viernes 24 de marzo de 1961. En tres columnas centrales decía: “No soy Jose Mengele”, nos declaró enfáticamente Lothar Hermann.

El diario suarense del 24 de marzo de 1961, con la cobertura de la detención de Hermann.

   “Estuvo 15 días preso, hasta que compararon las huellas dactiloscópicas en la embajada de Alemania y quedó claro que no era Mengele, pero la pasó mal. Según la gente de Coronel Suárez, durante esos días se cortaron calles y hubo muchos agentes de policía y periodistas de todos lados”, recuerda.

   La demora en la comprobación sobre la eventual presencia de Eichmann en la Argentina, que se suma al cierre de la causa por las “características inusuales del denunciante”, termina con el fiscal Bauer viajando a Israel.

   Algo sucedió a partir de ese momento para que, en mayo de 1960, agentes de servicio secreto, el Mossad, secuestren a Adolf Eichmann a su regreso del trabajo, en San Fernando, y lo trasladen a Israel para someterlo a juicio. Lo que sigue es historia.

Fritz Bauer, con los antecedentes de Eichmann.

   Desde la primera denuncia de Lothar Hermann ya habían pasado seis años.

   “¿Por qué se retrasó? Había otros negocios”, dice Liliana.

   “Las razones son múltiples. Por ejemplo, se estaba negociando con Alemania el pago de las indemnizaciones de la guerra y nadie quería seguir hablando del tema. Es una cuestión política, y como tal, solo puede analizarse en el contexto de entonces”, resume.

   Recién en 1972, la primera ministra de Israel, Golda Meir, reconoce la labor y el heroísmo de Lothar Hermann y decide pagarle la recompensa de 10.000 dólares. Para entonces, ya estaba muy enfermo. Ese dinero le sirvió para pagar el tratamiento que realizaba en Buenos Aires y que, por unos años, prolongó su vida hasta aquel 1 de julio de 1974.

Quejas de bandoneón

   Liliana Hermann conoció Coronel Suárez en el año 2010.

   Supo de Lothar  —hermano de su abuelo Hugo— viendo en internet una nota de la cadena BBC sobre tumbas en el mundo. Javier Zaffora había enviado una foto del cementerio suarense donde era evidente el abandono y la desolación. Se preguntaban: ¿Cómo alguien tan importante en la captura de Adolf Eichmann está condenado a semejante olvido?

   “Ver eso me produjo un sock. Y también intriga por empezar a conocer la historia. Ahí empecé a trabajar”, asegura Liliana.

Así encontró Liliana la tumba de Lothar en 2010.

   El primer ingreso a la tumba fue con el documentalista suarense Juan Rinland. Luego participó el doctor Rodrigo Vecchi, también suarense, profesor de la UNS e investigador del Conicet.

   “La primera vez que vi la tumba me sentí muy triste. ¡No había nada en realidad! Fue fuerte. Incluso, esa vez estaba con mi papá Luis”, relata.

   “Ahí decidí trabajar para que tenga una tumba como se merecía. Me puse en contacto con la municipalidad y me abrieron las puertas de par en par, en especial el intendente Ricardo Moccero y su equipo, así como su hermano Gustavo y Marcelo Castorina”, añade.

   Para saber más de la historia de Lothar, que abrió en varios frentes, Liliana continuó yendo a Coronel Suárez y, en 2012 Liliana, estuvo para la remodelación de la tumba y el segundo reconocimiento de Israel.

La tumba de Hermann se remodeló en 2012.

   El misterio sobre Lothar en Coronel Suárez, de todos modos, era un común denominador que su sobrina estaba dispuesta a poder atravesar.

   “Me llamó la atención de que haya vivido tanto tiempo acá y que casi nadie sabía de él. Fue una historia oculta”, asegura el licenciado Ricardo Moccero, quien hoy es concejal del Movimiento para la Victoria.

El entonces intendente Moccero recibió a Liliana Hermann en 2012.

   “Nosotros estuvimos, y con gran orgullo, junto a Marcelo Castorina cuando Liliana acudió a nosotros para reinvindicar la historia de su tío. Ya la había encontrado en un acto en Buenos Aires y lo habíamos hablado”, sostiene.

   La comuna participó activamente en los actos de 2012, también en los de 2014, y la historia de Hermann y su tumba fueron declarados Patrimonio Historico de la Ciudad. Otro tanto sucedió, en forma oficial en agosto de 2012, por parte de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas y de la embajada de Israel.

Avda. San Martín 241 de Coronel Suárez, hoy. Allí vivió Lothar Hermann.

   “Hablé con Liliana por primera vez en 2010”, asegura el doctor Vecchi desde Coronel Suárez, donde reside.

   “Había publicado en el diario ‘El Nuevo Día’ una nota sobre Lothar Hermann con algunos datos que, luego se comprobó, eran erróneos. Pero los había conseguido con la información de entonces”, añade.

   “Sí me llamó la atención que, en su momento, alguna gente grande me contó que se acordaba que había venido gente que no era de Coronel Suárez, y que vestía muy ‘a la europea’, con gabanes largos y demás, en coincidencia con la confusión de Hermann con Mengele (NdR: 1961), pero, luego, esas mismas personas se desdijeron”, relata.

   “Su vida era una gran incógnita, a excepción de la gente que lo conoció y que era de la colectividad judía”, sostiene Vecchi.

   Algunos de los pocos que recuerdan a Hermann dicen que tenía un clásico: entre las 6 y las 7 de la tarde, en el porche de su casa en avenida San Martín 241, tocaba el bandoneón.

El Vals del Emperador, de Johann Strauss II

   Para iniciar, a veces también para terminar, lo hacía con El Vals del Emperador, de Johann Strauss II.

   En Coronel Suárez, Lothar tuvo varias secretarias.

   “He charlado con todas ellas; ninguna sabía el idioma alemán. Les dictaba las cartas, letra por letra en alemán, y luego les preguntaba: ¿Ud. entiende lo que le estoy dictando? Y le decían que no. Bueno, siga entonces”, recuerda Liliana.

   “Las cartas tienen correcciones, que hicieron ellas, pero nunca supieron qué escribían y a quiénes les escribía”, agrega.

   Liliana Hermann, quien no habla alemán ni conoce Alemania ni Israel, ha logrado recuperar todas las cartas con las denuncias que Lothar envió desde Olivos y desde Coronel Suárez, y las tiene traducidas. También un compilado de correspondencia entre Lothar y Tuviah Friedman, la mayoría de ellas desde 1959, cuando ya vivía en la cabecera suarense.

Liliana y Luis, su padre, en la plaza suarense, en la primera visita de 2010.

   “Otro libro compilado lo tenía un amigo de Freidman, ya fallecido, por si alguna vez aparecía alguien de la familia de Lothar. Y me lo mandaron hace unos años”, afirma.

   Desde 2010, Liliana Hermann ha sumado documentos relacionados con la vida de su tío. Tiene la (lógica) expectativa de poder escribir un libro.

   También es su intención instalar un museo en Coronel Suárez, que amplíe la consideración de la historia y de la tumba como patrimonio de la ciudad.

   “Sería bueno armar algo serio y que esta historia esté en todos lados, desde el Museo del Holocausto (de Buenos Aires) hasta Coronel Suárez”, sostiene Liliana.

Diálogo de Eichmann con su abogado Robert Servatius, durante el juicio en Jerusalén. Fue condenado a la horca; murió el 1 de junio de 1962.

   Sería otro acto de justicia. Como el que persiguió Lothar Hermann durante años para lograr que el teniente coronel de las SS, Adolf Eichmann, y uno de los ideólogos de la Solución Final que determinó el exterminio de 6 millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial, tenga un juicio y una condena por sus actos.

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   “Señores: Eichmann está acá, ¿no piensan venir a buscarlo?”. Las palabras de Lothar Hermann aún retumban.