Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Orden y progreso

por Alberto Asseff

Sí, el título se corresponde con el lema del Brasil, estampado en su bandera. No es nuevo, pues, pero para nosotros los argentinos es imperioso renaturalizarlo – reinterpretarlo, comprenderlo - para adoptarlo definitivamente.
Cierto es que nuestro vecino pareciese que se alejó de esa consigna, entreverándose en el pútrido laberinto de la corrupción que, por sí misma, es un gran desorden. Empero, es innegable que ‘orden y progreso’ le dio a Brasil un fenomenal impulso hasta un lustro atrás.
Entre nosotros orden es un término no sólo equívoco, sino que prejuiciosamente se lo asocia a injusticia, abuso de poder  y hasta a represión.
A esta altura podríamos reflexionar sobre la causa profunda de nuestro desapego a la ley. La norma se liga comúnmente  a imposición del poderoso para mantener sus privilegios. Por eso, gambetear al precepto no sólo es propio de la ‘viveza criolla’, sino que es el modo de eludirpresuntamente inicuas obligaciones que se establecen contra los más débiles. 
Por supuesto, esta deformación del concepto acerca de la ley le da un resquicio a los poderosos para aprovecharse. Ellos también se apean del sistema legal y ello les posibilita mantener precisamente su dominio y sus conductas avasallantes. En suma, vulnerables y encumbrados comparten la misma perversión: reñir con la norma, es decir producir una anomia colectiva. Ese es uno de los cuadros de situación más oscuros de nuestra Argentina: un país enemistado con la legalidad, pronto y presto para eludir sus mandatos, creyendo que así estaremos más satisfechos y hasta más felices.
El orden es pariente consanguíneo de primer grado de la ley. No resulta pues para nada descabellado ni sorprendente que entre nosotros no impere. Desde el desorden del tránsito vehicular hasta nuestras formas de protestar haciéndole la vida más difícil a los congéneres, la Argentina es lo más parecido a una cotidiana desarticulación. Nuestra convivencia está como desencuadernada, cual hojas sueltas que buscan desesperadamente su rumbo, incapaces de juntarse y así formar un conjunto. 
El desorden patentiza su desprecio por el patrimonio común. Lo mostró en la Plaza de los dos Congresos en diciembre. Fue la reciedumbre de una protesta desmadrada, pura apuesta al desorden. No dudo que los manifestantes, además de lanzar piedrazos, se dispararon a los pies inconscientemente, comprometiendo su propio progreso. Porque si su país es una literal anarquía, los primeros en sufrir las consecuencias son y serán los más necesitados. Ahora bien, si se destruyen las plazas públicas que son para el pueblo raso, ¿qué queda para las arcas del Estado? ¿Quiénes las van a custodiar? Las arcas son lejanas, las plazas cercanas. Si a lo se tiene a mano, se lo destrata, ¿qué le espera al Tesoro Nacional? ¿Acaso cuidarlo? ¿O saquearlo como a los cestos, veredas, hamacas, canteros, bustos, ornamentación y demás? ¿Cómo reclamarles a los de la cumbre socio-estatal que se comporten con los recursos de todos, si en el llano se propaga tal menosprecio por nuestro patrimonio? La destrucción en la calle es el correlato de la  inveterada apropiación de fondos públicos por parte de quienes detentaron el gobierno.
Hoy se vocifera en la calle que necesitamos progreso. Se lo busca por el camino del desorden, confrontando con la legalidad. No se lo encontrará jamás, pues se usa una ruta desviada que nos lleva inexorablemente al atraso. A más atraso y a más necesidades insatisfechas. 
Los llamados ‘progresistas’ llamativamente vinculan toda invocación al orden como si se tratase de reprimir a la protesta social. En realidad, el orden es el aliado natural del humilde porque la ley es la nivelación social por antonomasia. Nuestro Himno lo proclama: igualdad en el trono. Si la ley se cumpliere a rajatabla tendríamos un país de más iguales y de genuina justicia. 
No tendremos progreso sin vigencia del orden. Ningún ahorro argentino se invertirá si el caos y la anomia siguen su despliegue. Ahorro ‘argentino’ porque acá, entre nosotros, se halla la fuente principal de recursos que requiere una economía hambrienta de impulso y actividad. 
Ese ahorro interno en proceso de emerger a la luz de la economía de producción y servicios traerá al ahorro externo. Me atrevo a decir que sin necesidad de ir a la nieve de Davos ni al frío de Moscú ni a ninguna otra parte. 
Una Argentina en orden es la garantía de un país progresista y más justo.

Alberto Asseff es diputado del Mercosur y presidente de UNIR.