Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Un exceso que mutila

   ¡Arriba! ¡Vamos! ¡Pum para arriba! ¡Que no decaiga! ¡Up! ¡Vamos, sonríe! ¡Vamos que se puede! ¡Adelante!

   Mi querido lector, luego de haber leído las 16 palabras antes mencionadas, puede que esté agotado…

   El movimiento de rotación de la Tierra no se modificó, sin embargo, algunos viven en una mezcla de velocidad excesiva y optimismo extremo.

   ¿Se dio cuenta? En las últimas décadas pareciera que no está permitido decaer, “bajonearse”. Si experimenta emociones negativas, propias de todo ser humano, no se le ocurra expresarlas, rápidamente lo tildan de “mala onda”.

   En ese afán por estar “siempre arriba”, con una sonrisa instalada y también plastificada, la realidad se “rebautiza”, los problemas son edulcorados y la informalidad está en auge.

   ¿Se puede vivir con la sonrisa apostada en la cara? ¿Es posible ser y estar “pum para arriba”? ¿Cuál es la dosis adecuada de optimismo?

   Optimismo es “la inclinación a ver, a considerar, juzgar y opinar las cosas en su aspecto o característica favorable”.

   Algunos sostienen que tener una visión de la vida y actitudes revestidas de optimismo o de pesimismo, condicionan las acciones presentes como así también las futuras; por ende, resulta natural creer que una proyección optimista, positiva, garantiza éxito y felicidad.

   Así, en una mezcla de costumbre, ritual y prescripción, es habitual la proliferación de frases en las redes sociales y grafitis; la “industria de la autoayuda” se multiplica y los programas de radio y televisión también están saturados de un excesivo optimismo, al son de gritos, carcajadas y ademanes. Sin embargo, vivir y permanecer en un estado de continuo optimismo es tan perjudicial como hacerlo de forma pesimista.

   Distorsionar la realidad es propio del “optimista permanente” y también del pesimista, ambos perciben los hechos “parcialmente”, determinando la forma en que se vive y procesa la vida, ambos creen ser realistas; el comportamiento en Psicología se lo conoce como “optimismo ilusorio”, siendo lo contrario el “optimismo inteligente”.

   ¿Optimismo “marketinero” u optimismo inteligente? ¿Todo se camufla bajo risas y sonrisas?

   El optimismo excesivo distorsiona, niega la realidad, impidiendo conectar con los problemas y emociones, a tal punto que, en el afán por ver el vaso lleno, desbordado, no hay lugar para las situaciones complejas propias de la vida cotidiana. Así, quedarse sin trabajo debe ser vivido como un “tiempo de oportunidades y transición”, padecer cáncer es “la posibilidad de revalorizar la vida”, que tu marido te deje es “ocasión para conocer el verdadero amor”; me pregunto si la fórmula resiste “la tragedia del submarino” o “la muerte de Matías”.

   Reniego del constituido slogan “tu mente crea tu realidad”, hay dolores, situaciones, que tiran por la borda la teoría de esas personas “super motivadas”. El exceso de optimismo tan de moda, el optimismo “ingenuo o triunfador” muy lejos está de lo que formula Psicología Positiva: ninguna persona es tan artífice ni responsable de sus experiencias y situaciones.

   El optimismo eleva, cuando es permanente arroja al vacío, cuando es desmesurado, mutila; dejándonos desprovistos para entender y juzgar la realidad de forma crítica, sensata, equilibrada; a su vez genera culpa y frustración.

   Saber que no todo puede estar bajo nuestro control posibilita la capacidad de sorprenderse; entender que desear no implica que ocurra; que la sensatez aporta críticas constructivas; que la adversidad, el dolor, son parte de la vida, sin dudas nos hace descender y nos borra la sonrisa; permítame decirle que la exageración siempre fue para los débiles.