Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Claudio Gúngolo: un maestro con Síndrome de Clown

Ingeniero, docente y payaso social. Creó una ONG que lleva su alegría a hospitales, hogares de ancianos, merenderos y jardines, entre otros espacios de la comunidad.

Fotos: Emmanuel Briane -La Nueva.

   

   Anahí González
   agonzalez@lanueva.com

   Claudio Gúngolo es bahiense, hijo de inmigrantes italianos llegados a la Argentina en la posguerra. Vecino desde siempre del barrio Pacífico, siguiendo el mandato familiar se recibió de Ingeniero Mecánico en la Escuela Industrial y luego ejerció la docencia por más de 45 años en ese y otros establecimientos. Se casó con Kuky Navarro -hace 38 años- con quien tiene cuatro hijos y una vida en común.

  Si bien siempre tuvo una veta artística no fue sino hasta que atravesó una dura crisis personal -signada por la quiebra de una empresa familiar y la irrupción de problemas de salud- que se permitió explorar este terreno. 

   “Estaba re mal y dije: 'Tengo que romper estructuras. Hacer algo'”, contó.


   El arte era una deuda pendiente. Un tren que había dejado pasar por hacerse cargo de obligaciones y del “deber ser” impuesto por modelos sociales y familiares.

   De a poco, con mucho entusiasmo se fue adentrando en un universo que lo cautivó y le permitió encontrarse a sí mismo y poder brindar lo mejor de sí a los demás: el arte clown.

   “La actividad del clown es pendular, un ida y vuelta. Lo que recibís te potencia a dar más, aunque también tenés que controlar las emociones y la frustración”, dijo.

   En un primer momento, Gúngolo tomó clases de improvisación con el actor Rubén Cordi -impulsor de Impro Delivery- y se acercó a Payamédicos. 

   Si bien esta organización le aportó muchas herramientas, pronto descubrió que lo suyo pasaba más por ser un “clown social”, lo que le permitía elegir su vestuario con mayor libertad y trascender el ámbito hospitalario para llegar con su impronta a espacios sociales, artísticos y educativos. 

   Y así, paso a paso, entre talleres y cursos en Buenos Aires se encontró brindando talleres de clown de forma privada y también en la escuela.  De esta experiencia se desprendieron dos grupos  que se fusionaron en la ONG Síndrome de Clown. Uno de ellos es Patrulla Clown 044, que nació en la Escuela 44, actual EESNº 19.

   Síndrome de Clown está compuesta por más de una docena de jóvenes y adultos que tienen como misión llevar la alegría curativa del clown a distintos espacios de la ciudad y la zona de influencia. Tienen actividades fijas y van a lugares a los que son invitados.

   Los jueves, por ejemplo, arriban con sus colores y propuestas lúdicas la sala de pediatría del Hospital Italiano. Además, el primer sábado de cada mes la visita es para el Hogar del Anciano Adelino Gutiérrez y el tercer sábado concurren al Hogar del Peregrino Don Orione. 

   También visitan centros de día, escuelas, barrios y jardines y participan de campañas de concientización de otras organizaciones civiles sin fines de lucro, como AYUDALE (Fundación de Ayuda al Leucémico).

   Gúngolo participa de gran parte de las propuestas y a su vez es el clown invitado de Música para el Alma, una orquesta que realiza intervenciones en diversas instituciones.

Foto: gentileza Martín Baretta.

   “Los jóvenes me sorprenden mucho. Se han dado cuenta de que un abrazo o una sonrisa cambian al otro. Eso es lo que a uno lo potencia", dijo Gúngolo.

   "No pretendemos grandes cosas: jugar, divertirnos y hacer que el otro esté bien nada más. El público puede ser uno, mil o dos mil", remarcó.


   Asegura que no hace falta  falta tener ropa de payaso para serlo y viceversa: tener nariz no te vuelve clown.

   “Hay muchos músicos que son clown, que se enamoran de su instrumento y lo transmiten. Como Baglietto -Juan Carlos- con su guitarra. Juega con ella, disfruta y te regala ese disfrute. es músico y clown”, dijo.

   En su caso, a veces encarna roles como el Profesor Savelotodolino o el payaso Clau Cloun, pero sin encasillarse. 


    “A los chicos no les importa tanto el nombre del payaso, sino el color, el juego, compartir ese momento”, dijo.

   “A veces me preguntan ¿qué es jugar? Es disfrutar de lo que uno hace. Podés jugar en tu casa, en tu trabajo o en situación de encierro", explicó.

 

   "Si hacés algo y te gusta, estás jugando. Es sentirte bien en tu interior", expresó.

   También aseguró que el  disfrute del clown no es para nada egoísta. 

   "Para dar alegría a otro tenés que estar bien, ser creíble y esto pasa más por los hechos que por las palabras. Hay que disfrutar para poder compartir ese disfrute con el otro”, dijo.

   Su visión
   Una de las mayores satisfacciones de Gúngolo es llevar alegría y juegos a los niños y jóvenes de los barrios periféricos más vulnerables. 

   “En el Día del Niño, casi todos los espectáculos están en el centro, pero en algunos barrios hay chicos que no conocen el centro, a pesar de que están a 15 cuadras. Es una realidad que algunas personas desconocen”, dijo.

   De su encuentro con el reconocido Patch Adams en Buenos Aires se llevó mucho aprendizaje. Participó de una intervención en la villa Rodrigo Bueno y descubrió que las intervenciones pasan por las simples cosas. 

   Le quedó grabada una frase de Adams: “Lo único que nos va a cambiar es la revolución del amor”. 

   Para Gúngolo, nacemos como un eucaliptus, con muchas ramas, y la sociedad y la familia las van recortando hasta que quedamos como pinos. 

   “El clown rompe esas estructuras. Te lleva a descubrirte a vos mismo y a descubrir que podés jugar sin que te importe el qué dirán, que podés ser feliz con lo que estás haciendo”, dijo. 

   Para un payaso social la comunicación no es solo verbal. La mirada es fundamental. El clown no solo mira, sino que ve. Produce un juego cada vez que mira. 

   “Desde que soy clown no volví a enfermarme, sentí un gran alivio. Tengo mis problemas, como todo el mundo pero ser clown requiere de mí una energía positiva, poner lo mejor”, dijo.   

   En la cárcel

   El año pasado dictó un taller de clown para internos de la Unidad Penal Nº 4, experiencia que repetirá este año, con frecuencia semanal.

   El objetivo de la actividad es abrirse al diálogo respetando las individualidades y favoreciendo el compañerismo y la convivencia, valores esenciales dentro de una dinámica grupal. Dentro del proyecto se planteó la posibilidad de cambiar la postura frente a la agresividad, transformándola en cooperación y amistad.

   "Siempre veo a las personas como personas mas allá de la situación. La idea del clown es darle al público la mejor cosa posible, sea cual sea el contexto”, dijo. Un largo camino para encontrarse a sí mismo

   Resiliencia. A mediados de los 90, Gúngolo atravesó una crisis personal. Su esposa lo ayudó mucho a salir a flote. Tuvo una fábrica de guardapolvos que quebró. Aparecieron tumores, se quebró el maxilar y luego debió atravesar un trasplante de córneas. “No me pregunto por qué pasan las cosas, sino para qué. Si te preguntás por qué las respuestas son infinitas. El para qué pasan las cosas, tiene otro sentido. Todo te lleva hacia algún lugar, a estar donde estás” dijo.

   Su trayectoria. Estudió en Buenos Aires con Martín Pons, clown del Cirque Du Soleil y realizó dos talleres con Marcelo Katz, quien lidera el Espacio Aguirre y con Erica Jung. El año pasado convocó a Vanina Grossi, mano derecha de Patch Adams, para tomar un taller. 

   Esencia. “El clown no tiene edad, no discute, no tiene partido político ni religión. Una persona de 60 y un chico de 18 juegan de forma pareja. Eso nos une. Siempre nos tenemos que poner en el lugar del otro. Y debemos saber jugar con las emociones, no tiene que afectarnos en nuestro interior”, dijo.

   El arte. “Lo descubrí de grande, aunque lo traía conmigo. Vengo de una sociedad en la que nuestros padres nos obligaban a estudiar para ser médicos, ingenieros o abogados. Por un lado estaba bien pero por otro nos cortaban muchas libertades. Para ser libre había que ser rebelde. Si querías se artista todo el mundo te decía : “de eso no se vive”.

   Familia. Tiene cuatro hijos con Kuky, quien es ama de casa y disfruta cantar. El mayor es abogado y escritor, Rosina y José son bailarines y profesores de Danza Contemporánea y el menor, Pedro, es profesor de matemática y participa de la murga Vía Libre. Juntos llevan adelante el espacio Cultural Pez Dorado.