Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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Ana, Elsa y un viaje en motorhome después de los 60

Las hermanas Gundesen partieron de Tres Arroyos a Perú en la camper de un peruano que conocieron por internet. Visitaron distintos pueblos durante dos meses. 

   Anahí González / agonzalez@lanueva.com

   Ana Gundesen bajó de la camioneta y se tiró en la vereda como si fuera la cama de su casa de Tres Arroyos. Pero no estaba allí sino en Quinua, un pequeño pueblo peruano en el cual el ejército del General San Martín libró la última batalla contra los realistas antes de declarar la independencia de Perú,
   No daba más. El camino de curvas y contracurvas que el vehículo había tomado para llegar desde la selva, a 500 metros sobre el nivel del mar, hasta el pueblo, que estaba a 3.300 metros, en unas cinco horas, la había tenido a mal traer. El soroche -falta de oxígeno que se manifiesta en las grandes alturas- no le había perdonado la movida. 


   Por suerte, el “derrumbe” se produjo frente al centro de salud del pueblo. Una médica se cruzó a ver qué pasaba y  Ana terminó internada. La llevaron en silla de ruedas. Su hermana Elsa, con quien había viajado hasta allí, se llevó un susto tremendo.  Por suerte, cuatro horas después, suero mediante, Ana estaba fantástica. 
   Hoy, las hermanas Gundesen ríen a carcajadas al recrear el episodio. Pasó a ser una de las anécdotas tragicómicas de un viaje de dos meses que hicieron juntas por el norte argentino, el altiplano boliviano y Perú. La mayoría del recorrido lo hicieron con César, un peruano que conocieron por internet y  con el que compartieron gastos. 
   “Menos mal que conocimos Quinua ¡es la cuna de la artesanía de Perú!”, contó Ana respecto al imprevisto.
   "Un artesano plasmó en cerámica el sufrimiento de los campesinos del 80 al 92, en la época de la guerrilla. Fue muy fuerte", contó

   La idea
   A los 62 años, jubilada y con mucha energía y tiempo disponible, Ana -quien vive en Tres Arroyos- se propuso viajar a Perú tipo mochilera pero sin hacer dedo: entrar y salir de los pueblos sin prisa, charlar con la gente y disfrutar de las propuestas del camino. 
   "No quería contratar una de esas excursiones que te llevan apurada a todos lados", contó.
   Su hermana Elsa, de 65, también jubilada, la despabiló: “¿Y si buscás en una página de mochileros?”.
   Así llegó a César, peruano dueño de un motorhome que enseguida se entusiasmó con la propuesta y viajó a Tres Arroyos para conocer a su probable compañera de ruta. Al final, fueron tres. ¡Elsa también se prendió! La invitaron y no tardaron demasiado en convencerla.

   La aventura
  El motorhome resultó muy funcional, cómodo y con cinturones de seguridad. Compraron las bolsas de dormir y se lanzaron a la aventura.
   “César resultó una persona muy educada, era muy tranquilo. Quería entrar en los pueblos y yo quería algo así, me parecía interesante”, contó Ana.
    Salieron un 29 de junio y tardaron 12 días en llegar a La Quiaca. Antes pasaron por Catamarca, porque él había dejado su perrita allí, al cuidado de una familia, y  quería saludarla. Ana filmó el emotivo reencuentro y siguieron viaje.
   Las hermanas visitaron las ruinas jesuiticas en Jesús María (Córdoba) y se fascinaron con la norteña Tilcara (Jujuy), entre otros pueblos de la puna. Allí, debido al frío,  decidieron reemplazar el motorhome por hostels durante las noches.
   Quince días después cruzaron hacia Bolivia donde hicieron una excursión de cuatro días en una 4x4 conducida por Alejandro y en compañía de Andrea (chilena), James (inglés) y Porfi, una cocinera.  Allí disfrutaron de aguas termales en medio de la nieve, de las fumarolas -gases y vapores que surgen por las grietas de un volcán- y de la belleza eclipsante del Salar de Uyuni, donde culminó este paseo
   “Es un país maravilloso: la gente, el paisaje, todo. Fuimos primero a Villazón y de allí a Tupiza”, contó Elsa.
   También pasearon por Potosí, Oruro, Copacabana y La Paz. A las dos les encantan los sitios arqueológicos, por lo que no se perdían nada a su paso.

   Perú: sueño cumplido
   Machu Picchu era uno de los destinos soñados por Ana. Y llegó el momento esperado, con paso obligado por la bella Aguas Calientes.
   “Hicimos una excursión a través de la cual se llega en combi desde Cuzco hasta una hidroeléctrica y desde allí caminamos tres horas y media hasta Aguas Calientes por un camino selvático que va a la par de las vías del tren”, contó Ana.
   Desde Aguas Calientes, se llega hasta Machu Picchu. Pasaron dos noches en este pueblo y regresaron a Cuzco, una ciudad construida sobre las ruinas incas.
   Allí visitaron junto a César el Valle Sagrado (Pisac, Ollantataymbo) durante tres días y conocieron las salinas maras.

   “César decía: ¡Estas danesas suben y bajan, parecen de treinta años! No nos perdíamos nada. Todo alucinante. En la próxima vida vamos a tener que estudiar algo vinculado a la arqueología”, comentó Ana.
   Entonces llegó la oferta de César de llevarlas a la selva peruana. Ellas tenían la ilusión de conocer Choquequirao -muchos dicen que es la hermana menos conocida de Machu Picchu- pero finalmente no fue posible porque no era tan fácil llegar.
   En la selva visitaron pequeños pueblitos como Palma Real, donde hallaron  una fábrica cerrada de la firma Odebretch y recorrieron Pichari, un sitio muy castigado por el accionar de Sendero Luminoso. 
   Allí, la Municipalidad, feliz de ver turistas en la zona, les proporcionó de forma gratuita un vehículo con chofer y una licenciada en Turismo. 
   “Vimos a los nativos pero no sacamos fotos. Visitamos unas termas en la reserva y nos bañamos. Para llegar tenías que cruzar un río por encima de un tronco. ¡Yo me caí y me empapé las zapatillas! Es un lugar al que llegan muy pocos turistas aunque tienen la idea de empezar a explotarlo en este sentido", dijo Ana.
   También visitaron siete cascadas, algunas de más de 200 metros de altura.
    “Nos encantó la gente de la selva y la de los pueblitos. Grandes y chicos se paraban a charlar con nosotros. Nos preguntaban “¿Son gringas?”. Y nosotras les decíamos que no, que hablábamos en su mismo idioma”, narró.
   Desde la selva contrataron un vehículo y se fueron a Quinua sin César. Allí hicieron un alto por las descompostura de Ana y luego siguieron viaje hacia Huamanga, la ciudad de las iglesias. estuvieron en Ica y Pisco y se detuvieron en Paracas para ver el Pacífico. 
   Se despidieron de César en  Punta Negra, donde él vive,  y luego pasearon por Lima hasta tomar el avión de regreso. El viaje comenzó el 29 de junio y culminó el 28 de agosto.
   “Fue una experiencia fabulosa. Nos parecemos tanto. Siempre que una proponía algo, a la otra le encantaba”, remató Ana.

   Icaño
   Icaño, el pueblo Catamarca al que arribaron luego de estar en Jesús María, fue como llegar a un oasis porque “es muy bonito y cuidado”. Allí se hicieron tan amigas del matrimonio que cuidaba a la perrita de César que ahora quieren comprar una combi para viajar con ellos. 
   “El plan es conocer todo el norte de Perú. No estamos muy seguras si en 2018 o 2019. Pensamos en hacer este viaje con nuestra otra hermana, Sara”, dijo Ana.
   Fin
   -¡Que alegría tengo, hermana, de que hayas venido! ¿Vos estás contenta? -repitió Ana, cada día del viaje.
   -¡Estoy feliz! -contestaba Elsa, emocionada.
   Un viaje que no olvidarán. 

   Un sueño cumplido y van por más

   Ellas. Nacieron en Copetonas y se criaron allí. Ana vive en Tres Arroyos y Elsa en Reta, balneario en el que ambas llevan adelante la heladería Nesser, en la que ofrecen postres y demás exquisiteces artesanales de la gastronomía danesa. Sus cuatro abuelos eran daneses. Ana se jubiló tras trabajar 40 años en la Asociación Mutual de Daneses y Elsa fue toda la vida autónoma, siempre vinculada a la actividad gastronómica y a los paradores. Tienen una hermana más grande, Sara y un hermano, Jorge.

   Viajes. Antes de este viaje conocieron Cataratas juntas. Ana es amateur de fotografía. Junto a Sara, otra de las hermanas Gundesen, toman clases de tango. Para 2018 planean recorrer Europa y hasta piensan en ofrecer un show tanguero "algo bizarro". El año pasado las tres viajaron con su mamá de 87 años a Puerto Madryn.

   Risas. “Este viaje era mi sueño. Así me gusta viajar, sin apuro, lo que no quita que siga haciendo otro tipo de viajes”, dijo Ana.

   Familia. Ana es divorciada y tiene dos hijos: Carolina, de 36 y Matías, de 34. “Mi hija me decía: “¡Qué genia sos por hacer este viaje y qué bueno que vas con la tía!”. Cada vez que podía les mandaba fotos. “Mi mamá, Tove, usa Whatsapp y sabe más de Perú que nosotras. Nos preguntaba todo”.

   Buen momento. Elsa es separada y luego viuda de su posterior pareja. Tuvo tres hijos varones, dos de los cuales fallecieron hace unos años. “Tengo una historia muy dura pero a esta altura de mi vida estoy pasando un momento maravilloso, aunque mientras diga estas palabras esté lloriqueando”, dijo. Es abuela de siete nietos: cuatro mujeres y tres varones.