Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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"Lo único que quería es que se hiciera justicia por mi hijo"

Delia Hernández recordó el camino transitado hasta alcanzar la condena de un hombre imputado de asesinar hace quince años a su hijo, cuando quiso evitar que le robaran una bicicleta.
A fines de 2005, Rubén Heriberto Pereira fue condenado a 18 años de prisión por el crimen de Pablo Andrés Quiroz

“Yo estoy en paz, muy tranquila. No siento nada por esta persona. Simplemente sé que Dios se va a encargar de él y le va a dar lo que merece”, dice Delia Hernández, quien con su voz pausada y serena trasluce ese sentimiento.

“Un día voy a la cárcel de Saavedra, en visita como pastores junto a mi marido, y un chico que estaba en la garita me dijo que en el pabellón al que iba estaba el que mató a mi hijo. Había trescientos hombres, pero no busqué su cara. Hice de cuenta como que no había escuchado lo que me habían dicho. Administré y dirigí con una libertad terrible, Dios me dio paz. En él hay restauración. Él nos ayuda a superar todo”.

Delia, quien reconoce que durante la investigación del homicidio “hice un poco de detective”, es la madre de Pablo Andrés Quiroz (23), quien el 12 de febrero de 2002, en el sector de Drago al 2800, fue asesinado al pretender resistirse al robo de una bicicleta, mientras regresaba junto a su novia, Celia Barrios, luego de despedir a una hermana de la chica en la terminal de colectivos San Francisco de Asís.

“A los poquitos días empecé a averiguar quiénes habían sido los que lo mataron. Nosotros somos pastores cristianos y fuimos a orar al lugar donde cayó muerto nuestro hijo, y mi esposo (Ángel Custodio Quiroz, fallecido hace tres años) dijo estas palabras: 'Señor, tu sabes quién lo mató; entréganos a esa persona. Nosotros reclamamos justicia por la muerte de nuestro hijo'. Y Dios se encargó”.

En un principio la policía acusó del crimen a Martín Omar Castaño, un joven que contaba con antecedentes y resultó herido en un tiroteo cuando los uniformados fueron a buscarlo.

“Sin querer, ese muchacho se salvó por mi declaración. Por lo que veo, a él le querían cargar el fardo. A los que me robaron a mí los seguimos. Y en un momento se bajaron del taxi en el que iban y salieron disparados para distintos lugares. Y cuando fui al reconocimiento (de personas) dije que él (por Castaño) no era el que me había robado”, comentó Héctor Alberto D'Anunzio, propietario de la panadería ubicada en Godoy Cruz 524, que formó parte del raid delictivo desarrollado por los asesinos de Quiroz.

El comerciante, quince años después, tiene registrada la situación porque, entre otras cosas, “la bicicleta en la que andaba (Quiroz al momento de ser asesinado) era de un sobrino mío (Alejandro Olivares, casado con Roxana, hermana de Pablo). De eso nos enteramos después, cuando nos encontramos en tribunales”.

“Nosotros vimos la mano Dios en todo. Él nos entregó todas las pruebas. Y como mamá, lo único que quería era que se hiciera justicia y pagara quien realmente lo había matado, no cualquiera. Dios fue entrelazando eslabón por eslabón”, reflexiona Delia.

La mujer retoma la cronología y comenta que “a los quince días fui a la iglesia que tenemos en Villa Muñiz y mi hija me dijo que una señora había pasado por ahí (en el momento del crimen). Fui a verla, pero no estaba y un muchacho me dijo que él también había pasado con esa mujer pero sólo lo vieron tirado. Recuerdo que le dije que eso no me servía, que yo quería saber quién había matado, y en ese momento había una cierta persona, creo que fue un ángel que envió Dios, que me dijo 'señora, Martín Castaño no mató a su hijo, lo hicieron Rubén Pereira y un menor'. Y luego me dijo: 'señora, usted a mí nunca me vio'”.

Delia respetó el pedido y ese testimonio no se presentó en el juicio. Es más, sigue sin revelar esa identidad, aunque hay un relato que puede pertenecer a la misma persona.

El testigo

“Increíble, la sangre fría que tuvieron. Es más, cuando se iban uno le dijo 'b..., dejaste a la piba' y el otro le respondió 'qué querés..., me quedé sin balas'”, detalla quien, sin revelar su identidad, dice ser el único testigo del crimen en el que la desaprensión por la vida humana fue el eje conceptual con que se manejaron los autores del hecho, poniendo en escena otra situación de extrema violencia perpetrada en la ciudad.

“Yo estaba regando, apoyado en la reja y vi pasar a la pareja. Al llegar a la otra cuadra salieron estos dos, que estaban escondidos en el frente de una casa”, dice el hombre.

Refirió que “el chico (por Quiroz) se la bancó, porque se trenzó en lucha cuando le quisieron robar la bicicleta. Y ahí no más le dispararon. Justo venía un policía (haciendo referencia a Hugo Rubén Cabral), el mismo que después estuvo en un tiroteo durante un (frustrado) robo en Vito (ocurrido el 21 de diciembre de 2006 y en el cual el uniformado hirió de muerte a un delincuente)”.

“Cuando le levantamos la remera vimos que tenía el impacto en el pecho, era calibre 22”, siguió diciendo.

Describió que poco después llegaron hasta el lugar un hombre y una mujer, a quienes reconoció como los padres de uno de los homicidas.

“Me vinieron a hablar. Lo único que les dije fue 'qué querés que te diga, fue tu hijo'... Pero no me quise comprometer, fui cobarde porque no declaré en el juicio”, se sincera el hombre.

Arresto y condena

Delia recuerda que dos familiares lograron ingresar al Hospital Penna y dialogar brevemente con Castaño, quien les aseguró que no tenía relación con el crimen.

“No se cómo, pero mi hermana y una nuera entraron a Terapia, donde el chico les perjuró: 'señora, por favor, yo no maté a su sobrino´. Nunca pensé que había sido él”.

La mujer reiteró que “nosotros vimos la mano de Dios en todo. Él nos entregó todas las pruebas. Y como mamá, lo único que quería es que se hiciera justicia por mi hijo”.

Recordó que Rubén Heriberto Pereira “cayó preso el 31 de mayo (de 2002), tras un robo con armas en el barrio Spurr”.

Cuando fue indagado, no sólo negó haber matado a Quiroz, sino que acusó a dos menores de estar en el patio de su casa intentando esconder el arma homicida.

“Al año siguiente salió porque faltaba una firma en la foja donde estaba el reconocimiento en fotos y quedó anulado, por lo que la misma jueza (María Pía Fava) que lo detuvo lo debió soltar”.

La resolución fue revocada por la Cámara de Apelación, por lo que se dictó una nueva orden de captura respecto de Pereira.

Cuando la policía fue a buscarlo no estaba en su domicilio de Beruti al 2100, aunque meses después fue atrapado en la ciudad de Rada Tilly, donde se encontraba radicado bajo una identidad falsa.

Casi cuatro años después del trágico episodio, precisamente el 8 de diciembre de 2005, el Tribunal en lo Criminal Nº 3 le impuso la pena de 18 años de prisión, luego de ser hallado culpable del homicidio, como así también de otros delitos, como por ejemplo el hurto de una motocicleta y la portación ilegal de un arma.

“Pablo era un hijo hermoso, que amó a Dios, a su familia y a sus padres. Era muy expresivo. Era como un ángel”, recuerda.

También asegura que la fe le otorgó la fuerza suficiente para sobrellevar la situación.

“Es un golpe muy tremendo. Hay personas que cierran la puerta y no quieren luchar ni vivir, pero Dios te hace fuerte en la debilidad y te entrega las cosas que esperás de él”.