Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Metas de inflación: a veces, las bibliotecas se incendian

     Francisco Rinaldi

     frinaldi@lanueva.com

      El consenso de los analistas ya lo anticipó. Y no porque desconfiara de la pericia ni los pergaminos técnicos del titular del Banco Central, Federico Sturzenegger, sino porque la experiencia así lo indica. Con todo, las metas de inflación se recalibraron (leáse, se relajaron) y pasaron de un rango del 8 al 12% al 15% para el año que comienza en pocos días.

      Y la evidencia empírica es concluyente: un artículo del economista Matías Carugati advertía, ya en mayo de este año, que desde que Nueva Zelanda comenzó a aplicar las metas de inflación en 1990, otros 26 países implementaron este régimen, lo que da un total de 472 casos a evaluar. Sobre esta cifra, en poco menos de la mitad (46%), los bancos centrales lograron que la inflación estuviera dentro de la meta (en el caso de bandas, o por debajo si el objetivo era una cifra puntual).

      El ala de economistas “duros” saldrá a repetir a coro que correr las metas tiene un elevado costo reputacional para el Central. Es que cuando se habla de inflación, la credibilidad es un activo central, por lo que las metas no se tocan.

      Sin embargo, en el caso de nuestro país, los “duros” evitan profundizar acerca de porque cuesta tanto llegar a las metas, característica que comparte con el resto de los emergentes. Es que mal que les pese, la naturaleza híbrida del proceso inflacionario argentino, algo de lo que diera cuenta ya a finales de la década del 50, el célebre economista santiagueño Julio Olivera, impone una clarísima restricción que algunos parecieran olvidar: tratar de bajar la inflación exclusivamente con políticas monetarias restrictivas -que conllevan altas tasas de interés- es como querer parar un auto, pero tomándolo por la antena del techo.

      Así, quizá obligado por las presiones políticas, relajar la meta fue el camino elegido, mientras el gobierno tratará de tomar aire para continuar con su programa gradualista de reducción del déficit fiscal (algo también relativizado y criticado por el ala dura de la profesión), confiado en que las reformas de segunda generación -laboral e impositiva- y un Banco Central menos duro permitirían afianzar una recuperación económica insuficiente para expandir un mercado de trabajo todavía aletargado, donde la mayoría de las nuevas posiciones laborales están asociadas a empleos de baja calidad.

      Que lo logre o no dependerá de múltiples factores. Pero a estas alturas, los hacedores de la política económica argentina deberían haber tomado nota de que no hay manual ni paper que se resista a la compleja e intrincada economía nacional.