Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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El Gobierno en su laberinto

Archivo La Nueva.

   El macrismo pasó del triunfalismo de octubre a la zozobra de diciembre casi sin escalas intermedias. En ese tránsito y mientras la Casa Rosada intenta atemperar las consecuencias de la clara derrota parlamentaria sufrida el jueves, quedó a la vista que otra vez la improvisación, las marchas y contramarchas, y una ligereza para calibrar el estado de ánimo social y hasta las fidelidades de sus repentinos aliados, como los gobernadores y los caciques sindicales con quienes había firmado aquellos pactos para las reformas fiscal y laboral, campearon con generosidad en la cima del poder. Sin contar a algunos socios radicales de Cambiemos que sostienen que la soberbia es un pecado que abunda en varios altos despachos del gabinete nacional.

   Primera comprobación: el gobierno otorgará un bono en marzo de 2018 a los jubilados que cobran menos de diez mil pesos para compensar el menor aumento que recibirán ese mes como consecuencia del cambio del cálculo de sus haberes. En el caso, claro está, que el Congreso apruebe la ley previsional del macrismo. Es decir, el gobierno está reconociendo de manera explícita que efectivamente el nuevo método para calcular el porcentaje de incremento de los haberes de la clase pasiva significará que cobren de aumento menos de lo que les hubiese correspondido si se mantiene la actual ley sancionada por el kirchnerismo. Y que por esa razón acordó el viernes con los gobernadores peronistas, sin cuyos diputados será imposible obtener la media sanción de la nueva ley.

   Lo paradójico, para no abundar, es que el mismo gobierno jugó todas sus fichas, y manejó todos sus ejes de comunicación, en defensa de una ley que juraba que no le restaba fondos a los jubilados, quienes no iban a sufrir ninguna merma en sus haberes. De hecho, el bono acordado ahora no figuraba en los planes del gobierno antes del pataleo de Elisa Carrió, que lo anunció por su cuenta en la infernal tarde del jueves. De hecho, Marcos Peña titubeó durante la conferencia de prensa en la que le preguntaron si el gobierno preveía la posibilidad de otorgar una compensación a cambio del menor aumento. Dicen buenas fuentes que el estiletazo de Lilita sorprendió a los ocupantes de la Casa Rosada. Sencillamente porque el bono no estaba en los planes a esa altura de una de las peores jornadas que le tocó vivir a Mauricio Macri desde que llegó al poder.

   El gobierno pecó otra vez de ingenuo y de improvisado.

   De ingenuo porque creyó en la primera palabra de los gobernadores peronistas y de algunas de sus primeras espadas en el Congreso. Supuso de antemano que el sólo hecho de tener a los gobernadores atados al Compromiso Fiscal, que les significará a todos ellos más plata para sus administraciones, por más que hayan renegado de su ex jefa y se apresten a buscar un nuevo líder, alcanzaba. Y lo primero que no comen esos hombres políticos es vidrio.

   Ninguno de ellos estaba dispuesto a incinerarse en medio de un dato que el jueves era incontrastable, más allá de las intenciones del cristinismo, de sus socios habituales de la izquierda y de la novedosa alianza con el massismo, de reponer en la escena la pancarta del helicóptero y apelar a la vieja y vocinglera estudiantina universitaria: si no puedo ganar una asamblea, entonces rompo todo. Ese dato incontrastable no era otro que el altísimo rechazo que la mayoría de las consultoras registraron de parte de la sociedad, y en especial de las organizaciones de jubilados y del grueso de los movimientos sociales duros o blandos, al recorte liso y llano que significará para los haberes de la clase pasiva el cobro del aumento en el mes de marzo.

   De improvisado porque el gobierno, como suele ocurrir, lo advirtió tarde y mal, corrió otra vez detrás de los acontecimientos, terminó cediendo a lo que hasta un puñado de horas antes se había negado, concedió lo que presumió que no era necesario, y que la ley debía salir de Diputados sin tocarle una coma. Basta un ejemplo: para conseguir el voto de los diputados del tucumano Manzur, eliminó el impuesto a las gaseosas de la reforma tributaria que Nicolás Dujovne consideraba intocable.

   Todo eso ocurrió, para colmo, en medio de las quejas públicas de Carrió por el impresionante operativo de seguridad montado en los alrededores del Congreso, del que responsabilizó a la sufriente Patricia Bullrich. No le faltó razón a la única mujer que hoy se ufana de ser capaz de corregir de un plumazo una decisión de Macri que a ella no le gusta. Algunas postales del jueves parecieron sacadas de jornadas más trágicas ocurridas en el país en el año 2001.

   El gobierno debió necesariamente saber que la previsibilidad que se puede obtener en el Senado es un condimento inhallable en Diputados. En especial cuando la oposición se pintó la cara simplemente para que la ley, buena o mala, no salga. El presidente, que hasta se comprometió en llamados personales a gobernadores para preguntar dónde estaban sus diputados, quiere que la ley salga esta semana. Mañana habrá otro intento aunque con el panorama nuevo del bono de marzo que ablandaría algunas voluntades. La amenaza de un DNU fue eso, una amenaza que duró lo que un suspiro.

   Hay otro condimento. Macri no quiere ni en sueños que Diputados modifique la ley y la devuelva al Senado. Jamás, si puede, le dará esa escena a su archienemiga ex presidente para que monte su previsible propio show.