Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

Son chicos, viven en Bahía y recorren la ciudad buscando unos pesos

"No hay que darles ni comprarles", advierten desde el Municipio.
Fotos: Sebastián Cortés, Emmanuel Briane y Archivo La Nueva.

Por Belén Uriarte / buriarte@lanueva.com

     Maximiliano Buss / mbuss@lanueva.com

     Sol Azcárate / sazcarate@lanueva.com

   Nico tiene 12 años. Son cerca de las once de la noche y está vendiendo medias en los restaurantes de avenida Alem. Habla bajito y esquiva mirar a los ojos. En una mesa le ofrecen helado, pero no quiere. Dice que ya comió y cuenta que está con la mamá. Ella lo mira trabajar desde la vereda de enfrente.

  Una moza asegura que desde las 18 a las 23:30 vio pasar a 7 chicos pidiendo y vendiendo medias: “Ahora se ven más que antes y salen mucho con las madres”.

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   Juan primero señala con los deditos que tiene 5 años y después, 4. Apenas habla y muestra un papelito que dice que la mamá no tiene trabajo. Anda con su hermana de unos 12 años, que lo espera afuera de un local de comidas. Le preguntan si almorzó y dice que no. Le ofrecen comida y explica que la hermana no lo deja comer. Le preguntan por su mamá y hace gesto de "qué se yo".

   Juan sale del local y le da a su hermana la plata que juntó mostrando el papelito. Ella está sentada en una vidriera: lo mira, le saca el jugo que le regaló una señora y otra vez lo obliga a entrar al local.

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   Cande tiene 8 años, 10 hermanos y vive cerca del Hospital Penna. A la mañana va a la escuela y después, de 13 a 21, se va hasta el centro a vender medias y repasadores a 3 por $ 100. A veces solita y otras, con sus hermanos que tienen entre 7 y 13 años.

   En una estación de servicio, Cande cuenta que no le gusta la tarde porque hace mucho calor. La noche tampoco: a veces pasa frío al regresar a su casa.

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   Valentín dice que tiene 8 años, pero parece más chiquito. Entra a un local de comidas con un papelito escrito en el que pide "ayuda" para que su mamá pueda pagar el alquiler y muestra una bolsa con medias.

   No está solo: la madre lo espera afuera, donde se sienta a comer con otros dos nenes y una nena. 

*Los nombres son ficticios, pero el relato es verdadero. Las identidades son protegidas para preservar a los menores.

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   Nico, Juan, Cande y Valentín venden y piden en la calle. Son parte de los más de 30 chicos que aparecen dentro de las estadísticas de trabajo infantil en Bahía y se dividen en tres focos: mendicidad, venta ambulante y limpiavidrios. Pero no son los únicos, son los más vistos. 

   Muchos otros trabajan en actividades agrícolas en Cerri, limpian camarones en el puerto de Ingeniero White, ayudan en la fabricación de ladrillos en los campos o reciclan basura en barrios alejados.

   En Bahía, en promedio 30 chicos están en situación de trabajo infantil desde 1985. "Hubo un pico altísimo en 2002, donde llegamos a tener 175 chicos detectados. De ahí fue declinando hasta llegar hoy a 34", dice el director de Hogares, Prevención y Protección, Germán Roth.

   "Sueño de Barrilete" es una casa de día que desde hace 31 años atiende la problemática del trabajo infantil en Bahía. 

   "El foco que más creció es la venta callejera", dice Elmo Fantino, el encargado de esta institución que se ocupa de integrar a los chicos en la escuela, darles talleres, asistencia psicopedagógica, comida e incluso atención médica.

   —¿Por qué salen a pedir una moneda o a vender medias?

   Roth: Muchas veces tiene que ver con cuestiones de supervivencia familiar y otras más con un pasatiempo. Nos pasó que hay chicos que para ir 2 horas a un cyber se ponen a limpiar vidrios. En muchos casos no sé si sostienen el hogar, pero aportan a la economía familiar. Otros, los menos, lo sostienen por exigencia familiar.

   —¿Mientras tanto los padres se quedan en casa?

   Fantino: Depende. En algunos casos sí, esperan a que el chico llegue con el dinero. Sin embargo tenemos 3 o 4 padres de familia que los acompañan con el argumento de estar presentes para cuidarlos. Eso nos da escozor: es una sensación rara esto de exponerlos a una situación que no deberían, pero cuidándolos.

   —En caso de que no junten dinero, ¿les pegan cuando llegan a casa?

   Fantino: Eso es más una cuestión folklórica. Muchos creen que los padres esperan acostados a que llegue el dinero para ir a comprar el vino y estar borrachos todo el día. No digo que no pase, pero no es común encontrarse con eso.

La mitad son gitanos

   "El 50 % de los chicos que están en la venta ambulante son de la comunidad gitana. Es muy difícil el abordaje, pero en los últimos 6 meses logramos documentar al 21 %. No podemos darles una ayuda si no tienen el DNI", dice la subsecretaria comunal de Protección de Derechos, Soledad Monardez.

   La comunidad gitana en Bahía Blanca está compuesta por 3 o 4 familias que viven en el Saladero y otras tantas que estaban en avenida Arias y fueron desalojadas, según informaron desde "Sueño de Barrilete".

    "Las familias con estas estructuras creen que están haciendo bien [mandando a los chicos a trabajar] y más allá de todos los derechos que se vulneran en un niño que trabaja, no necesariamente son padres que no los quieran", explica Monardez.

   Muchos se dedican a la venta ambulante, a la compra-venta de automóviles o la mendicidad.

   "Los operadores de calle conocen a todas las mujeres porque trabajan mucho en la comunidad. Yo fui a charlar con las reinas gitanas sobre el trabajo infantil, la escolaridad o la integración. Nunca tuve un problema. Y de a poco estamos logrando que nos comprendan", dice Fantino.

¿Y el resto?

   Los chicos que no son gitanos llegan al centro desde el sector noroeste de la ciudad: Bajo Rondeau, Vista al Mar, Villa Caracol o Villa Nocito.

  "Es un sector que creció enormemente con muchísimos asentamientos", explica Fantino.

El primer paso

   Muchos de los chicos que están en "Sueño de Barrilete" llegaron ahí por los operadores que caminan por la ciudad.

   —¿Qué hace el operador de calle una vez que se contacta con un chico?

   Fantino: Trata de establecer un vínculo con él. Hay otras formas con actitud más policíaca, pero nosotros no las compartimos. El nuestro es un abordaje más paulatino, no buscamos despejar la calle.

   —¿Y después?

   Roth: Se encargan de realizar un relevamiento de la estructura familiar, contacta a la escuela del chico y busca información en la sala médica del barrio. Con ese panorama visitamos a los papás con una propuesta concreta.

Tienen que ir a la escuela

   Monardez dice que "muchos piensan que el chico que trabaja no va a la escuela. Y no es una variable correcta pensarlo porque para algunas familias, como por ejemplo las bolivianas —representan un alto porcentaje de los extranjeros en la ciudad—, la escuela es sagrada".

   "Según el foco, tenés distintas maneras de vivencia. Tenemos chicos que trabajan pero también estudian, chicos que viven cambiando de escuela porque son familias golondrina [nómades] y chicos que directamente no van, como nos pasa con algunos de la comunidad gitana", explica.

El miedo a las adicciones

   Ninguno de los chicos que reciben atención en el centro de día municipal tiene problemas de adicciones, sin embargo las madres de "Sueño de Barrilete" se muestran preocupadas por la "mala junta", que son los adultos que comparten la calle con sus hijos.

   "Nuestro trabajo también consiste en formar vínculos con esos adultos que consumen alcohol o sustancias. Trabajamos fuertemente para impedir que metan a los chicos en eso", explica Fantino.

Medidas de abrigo

   Monardez asegura que, en general, tratan de evitar sacarles los chicos a los padres.

   "La familia tiene que entender que sus hijos no deben trabajar, pese a que les parezca que les están haciendo un bien", dice.

   Por otra parte, Roth indica que las "medidas de abrigo" se toman en última instancia. Y cuando se toman, la situación recobra dificultad.

   En Bahía solo hay 5 hogares para cuidar a los menores que esperan una familia y su capacidad está prácticamente agotada. Sobre todo en los de adolescentes: desde el Municipio advierten que quienes adoptan quieren preferentemente niños de hasta 5 años. El resto va quedando...

Si no le compro, no hay trabajo

   En 2013 se hizo una campaña de concientización porque los números eran abrumadores: más de 50 chicos pedían o vendían en la calle.

   "Lo que recaudaban era tremendo: arriba de 300 pesos por cabeza por día. Y con esto de la moneda, muchos creemos que colaboramos. En realidad, provocamos que el chico se perpetúe en esa situación", dice Fantino.

   "En una reunión con gastronómicos, ellos nos explicaban que el gran problema que tienen es que la gente se encuentra con un dilema de conciencia: ¿le compro o no le compro? Entonces empezamos una campaña para que todos tomen conciencia de que no hay que darles ni comprarles", concluye Monardez.


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