Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Breve divague sobre las ratas y nosotros

Roedores de toda calaña han invadido Bahía Blanca, las calles, las casas, las escuelas, los barrios, los clubes. Casi no hay lugar que haya quedado a salvo, excluido.

El origen de esta plaga es incierto. Algunos dicen que se trata de un fenómeno más o menos reciente; otros, en cambio, sostienen que la invasión lleva años ocurriendo y lo que se está viviendo ahora es solo la ebullición de una presencia que había ido ganando espacios mientras nadie se daba cuenta, solapadamente, bajo el disfraz, el ocultamiento, el paso silencioso y el engaño. "Al abrigo de las alcantarillas, en la oscuridad", dicen casi a manera de disculpa. Ratas, ratones y lauchas son expertos en esconderse con malas artes, en disimularse.

Sostienen, también, que no hay manera de prevenir una invasión si los grupos de roedores han decidido tomar el control de un sitio. Bajo esta mirada, entonces, la sociedad es inocente, incluso cuando todos sus espacios han sido ocupados, por delante o por detrás de sus narices.

Por supuesto, como en todo análisis de un fenómeno social hay teorías contrapuestas y el advenimiento de roedores sobre la ciudad no iba a ser la excepción. Así, a quienes creen que estas cosas ocurren de una forma que es imposible de anticipar, se oponen otros, más pesimista en cuanto al alma humana. Ellos dicen que, en general, el proceso de invasión de roedores, que hoy parece irrefrenable, ya había sido advertido, pero que, por distintas razones que van desde el miedo a la conveniencia o la desidia --todas formas ineludibles del alma--, se dejó evolucionar hasta el estado de infestación al que se ha llegado últimamente.

Bajo esta concepción, entonces, nadie puede jactarse de ser una víctima si, cuando pudo hacer algo, gritar en el más ancestral de los casos, se quedó cruzado de brazos por la razón que fuera, como se ha dicho, temor, conveniencia, desidia.

Mirando al futuro, la pregunta es si la situación puede revertirse o si las heridas de esos dientitos filosos contra las madera de nuestra ciudad serán permanentes.