Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Muerto el fiscal, se acabó la causa

La denuncia de Alberto Nisman contra Cristina Fernández murió el mismo día en que la bala despegó de la pistola Bersa .22 y le quitó la vida a su autor.

Esta hipótesis se oyó mucho durante el último tiempo, en voz baja, de boca de personas allegadas a investigaciones y acusaciones judiciales.

¿Por qué suicidar a Nisman? Nada tan complicado como un intento desestabilizador o una guerra de servicios secretos. Es más simple, decían esas voces: con Nisman muerto, moría la denuncia. Cualquier otro fiscal que la tomara, como finalmente ocurrió con Pollicita, no podría sostenerla en Tribunales.

La denuncia era la batalla de Nisman, no como un capricho o cruzada personal (o no solo por eso), sino porque él la había estudiado, elaborado e impulsado. Era su obra. Solo Nisman conocía lo que estaba por debajo de lo escrito. El sustento de innumerables datos, que pueden parecer mínimos en forma individual, pero que, en conjunto, habrán ganado peso a los largo de los años, hasta esculpir la convicción del fiscal de que allí había un delito.

En la hipótesis de estas voces, el punto está en que nadie pelea las batallas de otros o, si lo hace, siempre es a desgano, obligado, vaciado de convencimientos. Entonces, una vez que Nisman cayó, la suerte de su denuncia quedó sellada.

Ahora, la profecía de "la denuncia muerta desde la muerte de Nisman" parece hecha realidad. El juez Rafecas la ha desestimado porque considera que no se sostiene ni siquiera para iniciar una causa. El paso previo a su entierro junto a la sepultura de su autor.

Por supuesto, no hay forma de afirmar que el destino de la denuncia hubiera sido otro con Nisman vivo. Sí, que hubiera habido menos premura para desestimarla y más empeño en sostenerla. Como sea, hoy, el espectáculo de Cristina en el Congreso será eufórico y victorioso y mientras ocurre, tal vez alguien pueda pensar que en esa desmesura de alegría y agravio sigue flotando una muerte sin respuesta.