Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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Los estúpidos balances de fin de año

Por Fernando Monacelli

El año almanaque se apaga en el calor opresivo de diciembre y uno siente la obligación de hacer balances, como si la vida fuera una serie de asientos contables.

En 2014 tuve esto, esto y esto de bueno; aquello, aquello y aquello otro de malo; y, además, todo este paquete de nada vital, que ni pone ni quita. Sumo lo bueno, resto lo malo, aparto lo neutro y me da el resultado de mi año. Si me quedó algo, decido que fue un buen año. De lo contrario, me alegro de que termine y dispongo ajustes para que el siguiente arroje un resultado positivo.

¿Quién piensa así en verdad?

Los balances de fin de año son una estupidez. Si fuera útil hacerlos todo el mundo habría estudiado para ser contador (Dios no lo quiera). ¿Entonces? Entonces hay dos formas de ver las cosas. La ilusoria, la mágica, la que imagina que si cambia el año del almanaque el mundo vuelve a empezar, y la otra: la vida es como un animal que corre sin freno ni ciclos ni pausas con nosotros arriba, y ni siquiera sabe que nos aferramos a los pelos de su lomo. La vida va y lo que podemos hacer al respecto es no caernos.

El único balance real es "sigo acá" o "no sigo acá". El resto de las cosas que uno pueda decirse de sí mismo no tiene perspectiva, es como pensar que uno está quieto, mientras duerme en una butaca de tren. Un error.

La vida va y nosotros también, arriba de ella, hasta el último día. A veces somos más felices, otras menos; a veces estamos conformes, otras no, pero nada nos dice que esa felicidad va a terminar en nuestro haber, o la angustia, en el debe, necesariamente. No hay forma de hacer balances a mitad de camino. El año termina para los contadores; para el resto de nosotros, la vida sigue corriendo.

¿Pero sin balances qué queda por hacer a fin de año? Lo único con sentido. Comer, beber y, si se puede, prever un descanso, que es lo que voy a hacer yo. Durante enero "La palabra injusta" será reemplazada por vacaciones de su autor. Solo queda, entonces, agradecer por tanto acompañamiento y desearles ¡Feliz año! o, mejor dicho, ¡Feliz vida! y, sobre todo, una buena digestión.