Bahía Blanca | Jueves, 18 de abril

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Una vuelta por "El Chaperío", el shopping de los más humildes

“Acá te podés cortar el pelo, desayunar o merendar, comprar una herramienta...”, dice la administradora.
Cientos de personas van en busca de todo tipo de cosas. Irma Luna empezó la movida a partir de un Club del Trueque.

Sergio Prieta / sprieta@lanueva.com

Le dicen “El Club del Trueque”, “El shopping de los humildes” y hasta “El Chaperío”, pero en realidad es una feria donde, según sus organizadores, lo más valioso es que ofrecen la posibilidad a unos 300 feriantes de mantener las ganas de trabajar y buscar un futuro mejor.

Este Club del Trueque o de la Esperanza, como se lo quiera llamar, queda entre las calles Beruti, Piedrabuena , Estados Unidos y Darregueira, en pleno corazón del barrio Rivadavia.

Se distingue del resto de las construcciones porque las paredes son chapas viejas.Los estands son de madera, chapas, fierros y nylon.

Empezó a funcionar como un espacio de trueque en el pequeño patio de Irma Luna, en medio del temporal por la crisis económica que estalló durante el gobierno de Fernando de la Rúa, entre 2001 y 2002. En las primeras reuniones, básicamente, la gente iba para intercambiar vestimenta y herramientas por comida.

Irma es la actual administradora del shopping que muchísimos bahienses desconocen y que a 16 años de su creación cuenta con “locales” que se llenan de todo tipo de productos.

“Con mi marido inauguramos aquel club del trueque para sobrevivir y ahora creció hasta llegar a esto”, dice, señalando a su alrededor.

El lugar ocupa media manzana y reúne a cientos de personas que llegan a comprar ropa, verduras o comidas elaboradas.

“Acá te podés cortar el pelo, desayunar o merendar, comprar la herramienta que te falta, pero lo más importante es que la gente que ofrece todo eso y no tiene trabajo encuentra un lugar de contención y posibilidades”, explica.

El espacio se administra a través de una comisión que le cobra a cada feriante 15 pesos por día. La mayoría trabaja los martes y jueves de 14 a 19 y los sábados de 10 a 19. “Los 15 pesos los usamos para pagar a la gente que cuida o limpia en el espacio y los costos de luz y servicios”.

“También hacemos un estricto control de la mercadería que traen y no permitimos que se vendan artículos robados”, cuenta, mientras camina por los angostos pasillos del predio.

El techo del shopping es de mediasombra y se encuentra a más de 2 metros de altura. “El terreno es de Vialidad Nacional y tenemos permiso para usarlo desde que esto empezó a crecer y otros vecinos pretendían usurparlo”, cuenta la mujer.

Héctor se llama el encargado de cuidar el estacionamiento y lo hace por algunas monedas. Muchas motos, autos viejos, pero también vehículos último modelo cuyos dueños dejan los prejuicios y miedos a un lado y se acercan a conocer los puestos.

“Hay gente que llega y mira con desconfianza, pero al rato se los ve salir repletos de bolsas porque acá las cosas se consiguen casi a la mitad del precio que tienen otros comercios”, dice Irma.

Antes de terminar la charla con “La Nueva.” Irma cuenta que, en una oportunidad, una chica rubia de modales elegantes y “muy bien puesta” apodó el shopping como “El Ranchingui”. “La escuché y me contuve en decirle algo”, dice.

Ella sabe que a primera vista el lugar es humilde, pero asegura que "lo más valioso es dar un trabajo y esperanza a unas 300 personas que encuentran acá un lugar en el mundo".