Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Matías Ardito, un joven que despliega toda su energía

Tiene apenas 25 años y se recibió de ingeniero nuclear en el Instituto Balseiro de Bariloche. Actualmente se desempeña en una empresa privada que tiene participación del Estado. Federico Moreno / fmoreno@lanueva.com
Sonriente, Matías Ardito posa en uno de los sectores de la empresa para la cual trabaja.

No es el típico cerebrito. En las aulas del Balseiro tuvo compañeros, pero los amigos los hizo en la cancha de básquet. Matías Ardito es bahiense, tiene apenas 25 años y ya es ingeniero nuclear egresado del instituto más prestigioso de América Latina.

Actualmente trabaja en Nucleoeléctrica Argentina S.A., una empresa privada con participación accionaria mayoritaria del Estado y que administra las centrales nucleares de nuestro país y se ocupa de su puesta en marcha.

Pero la vida de este joven prodigio comenzó sin sobresalir más que por su constancia y responsabilidad. “Nunca fui el alumno 10”, aclara, a la vez reconoce que nunca se llevó materias.

Desde salita rosa y hasta que tiró su birrete al aire fue al Colegio Claret, al igual que sus tres hermanos.

“Tal vez al finalizar 9° año tendría que haberme ido a una escuela técnica, pero en ese momento no tenía todo tan claro. Me tiraba el hecho de terminar el colegio con mis amigos de toda la vida”, recuerda.

Los que toman como fracaso un traspié durante los primeros pasos universitarios, deberían tomar nota. Matías, por haber hecho un polimodal con orientación a la gestión empresarial, manejaba bien la matemática, pero no la física. De hecho la desaprobó en el examen de ingreso a Ingeniería Industrial, pero con decisión fue a la segunda instancia y superó el escollo.

Dentro de la carrera los buenos resultados se hicieron costumbre. Promocionó todo lo que se podía, rindió los finales sin “dejar para mañana lo que podía hacer hoy” y una luz inesperada apareció en el horizonte.

Su madre leyó en Internet sobre el Instituto Balseiro y se lo comentó. Mati se interiorizó en el tema y el segundo año de Industrial “lo cursé de otra manera, ya mirándolo de reojo y dándoles importancia a las materias que me servirían para el ingreso”.

Otro buen año transcurrió, con los finales al día, y ahora sí, Ardito se decidió a ir por esa beca tan preciada.

“Tuve que dejar el básquet (jugaba en El Nacional y tuvo pasos por Alem y Estudiantes) y el primer cuatrimestre de tercero en la UNS no lo cursé. Me dediqué de lleno a preparar, solo, el ingreso.

“El examen lo rendí en 2010 en la Capital, una de las sedes posibles”, recuerda.

La prueba fue muy exigente. A tal punto que dudó en regresar a la segunda parte.

“Después de rendir durante cuatro horas a la mañana salí a almorzar y me senté en una plaza. Me dije 'no vuelvo ahí ni loco, hasta acá llegué'”. Pero algo lo hizo entrar, y la historia tuvo final feliz.

Según cuenta Ardito, su examen “no fue perfecto”, pero, ya que “me habían pedido el analítico del colegio y la universidad”. Tras una entrevista ante 9 profesores y el director del instituto, tenía los dos pies en Bariloche.

Una nueva y fría ciudad lo recibió. “Vivía en un pabellón de 20 habitaciones y compartía la mía con un porteño que no pasó del primer semestre”, recuerda.

Allí, los gastos de comida los cubría con la beca. “Estás a cincuenta pasos del aula y hay lugares de esparcimiento, pero yo tras el primer año no aguanté más la convivencia. Gracias a la ayuda de mis padres me pude ir a un monoambiente”, explica.

“El sistema de cursada es especial, los parciales no te dejan afuera, pero sí suman para la consideración de los profesores a la hora del final. Como máximo tenés dos oportunidades para aprobar, si no lo lograste, fuiste”, advierte.

Después de tres años con vacaciones visitando a la familia, una tarde de mucho frío llegó el ritual que, según Mati, es más bravo que en Bahía. “Me pelaron, me tiraron de todo y para colmo tuve que ir con poca ropa caminando hasta las duchas”, recuerda con sufrimiento y placer.