Bahía Blanca | Martes, 23 de abril

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Cartoneros: cómo ganarse la vida con lo que tiran los demás

El negocio del cirujeo permite subsistir a más de 300 de familias en la ciudad. Hay un modelo de trabajo que se trasmite de padres a hijos. El fin de la tracción a sangre impone un cambio urgente difícil de asimilar.
La recolección informal creció y se asentó en nuestra ciudad. Ya hay tres generaciones de cartoneros.

Por Pamela Subizar / psubizar@lanueva.com

En Bahía Blanca hay más de 300 familias que viven de la basura. No sólo se trata de levantar cartón y venderlo. En los recorridos por la ciudad pueden recibir pollo, tallarines, heladeras y televisores viejos. Además, en las bolsas deparan las más diversas sorpresas, por ejemplo, desde un Blackberry hasta zapatillas. Lo que para la ciudad es un desperdicio, para ellas es el sostén de sus hogares.

“Estamos haciendo un trabajo de reciclaje que no lo hace nadie, todos los días. Sacamos planchas, ropa, cucharas, tenedores, madera, de todo. Tiran de todo y a nosotros nos sirve. Tiran hasta los teléfonos grandotes, por ahí porque tienen una raya en la pantalla o está salido un botoncito”, cuenta Graciela Carreras.

Graciela es una joven que vive en el ingreso a la ex Villa Caracol, ahora Vista al Mar, y es cartonera “de toda la vida”, al igual que su marido, su cuñada y su suegra, Norma de 48 años, quien desde los nueve cirujea con carro y caballo.

La situación se repite en gran parte de las precarias construcciones dispuestas están entre las vías y la ruta 3: la economía y rutina de la familia se organiza en torno al negocio del reciclaje.

Se trata de un complejo sistema con trabajadores de distintos niveles de ingresos, unos de apenas 2.000 pesos y otros de 8000 al mes, que son desde simples separadores hasta dueños de una pequeña flota de carros.

Mujeres y hombres hacen circuitos pautados para levantar residuos y donaciones, sobretodo en el centro. En algunos casos, arrancan a las 6 de la mañana y siguen hasta la noche, aunque haga frío, calor o impere el viento. En otros, sólo salen cuando hace falta.

La clasificación y el “bolseado” --revisar las bolsas de basura-– se hace en el barrio, compartiéndolos con el cuidado de los chicos y las tareas cotidianas de cada hogar. Muchos no trabajan con guantes sino “así no más”, aunque a veces se encuentren con residuos como pañales, preservativos o restos de animales. Es la vida del “rebusque”, de conseguir el peso de cada día.

Cambio profundo

“Queremos seguir trabajando para, como hicimos siempre, darle a nuestros hijos lo que necesitan”, apunta Carreras, rodeada del apoyo de madres recolectoras de Caracol.

La principal propuesta oficial, una cooperativa, genera desconfianza y está a contramano de las costumbres. “¿Para qué quiero ahora un jefe?”, pregunta una. “¿Cómo vamos a comer con los 2.000 pesos que nos ofrecen?”, agrega otra.

“Nosotras, como mujeres y como familia, necesitamos una solución para todos y no que nos saquen del centro para esconder la pobreza”, enfatiza Graciela Provins, quien tiene tres pequeños. Como muchos, sospecha que la prohibición de la tracción a sangre es sólo una excusa. La posibilidad para que circulen un tiempo más, pero lejos de la Plaza Rivadavia, no hace más que fortalecer esa creencia.

“Ahora están todos con los cartoneros porque vale 1,40 el kilo de cartón, cuando antes valía 20 centavos, ni venían a molestar”, agrega Ariel, conocido como “El Peludo” en Vista al Mar.

Horacio, que lleva 38 de sus 52 años en el rubro, también cree que se está detrás del gran negocio de la basura. “Tengo 9 hijos y 15 nietos. Nacieron todos en el carro, y con el carro les di de comer a todos... y ahí los tenés gorditos y sanos”.

El caballo es una parte fundamental del sistema y los recolectores no saben cómo seguir sin él. La prohibición de usarlos a partir del viernes que viene implica un cambio radical de vida que requiere de más tiempo.

“No sé que voy a hacer. Hace más de 20 días que no puedo laburar, ya sólo me queda un cacho de yerba”, dice Horacio. Agosto, para, él resulta un inmediato e incierto futuro. “Si mañana me sacan el carro, ¿qué comemos?”.

El caballo, parte de la familia

“Primero está mi yegua y después mi mujer”, dice Gustavo, alias “El Ruso”, en el barrio Maldonado. Es su chiste de siempre pero que tiene algo de verdad: cuando habla del animal se le ilumina la cara. “Que el pelo, que la altura, que la elegancia con que anda...”.

“La 'Princesa' sólo carga papel, y si levanta la patita y está sin ganas la pongo de vacaciones una semana”, asegura Gustavo, de 28 años, quien a los seis quedó en la calle y entró al cirujeo hace más de 10, después de quedar desempleado y con una grave lesión en la rodilla. Con el cartoneo levantó su casa y ahora, si puede seguir trabajando, cumplirá en noviembre el sueño de casarse con su compañera, Valentina, con quien tiene tres niñas. Como él son muchos los que sienten a los caballos como parte de sus familias, y los cuidan de acuerdo con sus posibilidades. También están los casos de maltratos y trabajo excesivo porque tal como lo repiten los recolectores “no se puede meter a todos en la misma bolsa”.

Los cartoneros sacan la cuenta rápidamente y hablan de gastos de al menos 1.200 pesos al mes en fardo, vacunas y herrajes, pero a veces eso no alcanza, como en el caso de María, a quien se le desplomó su animal en el macro centro.

“Hace más de un mes me sacaron el caballo y todavía no tengo una respuesta. Sé que tengo una denuncia penal, pero no tengo respuesta. Hago lo posible para que mi caballo esté bien; compro vacunas, compro esto y lo otro”. María no puede saber qué pasó.

En números

Según el censo del municipio, hay 149 caballos y carretas en la ciudad. Se calcula que por cada uno puede haber entre dos y tres familias trabajando, por lo cual serían arriba de 300. Los trabajadores aseguran que hay más.

Entre 2.000 y 8.000 pesos suman los cartoneros al mes. El total está sujeto a la jornada de trabajo y a lo que obtengan de la venta del material. Alrededor de 1.200 pesos puede demandar el mantenimiento del animal, incluyendo fardos, vacunas y herraje.

El kilo de cartón se suele pagar 1,30 o 1,40 y el de chapa 0,75. Cada recolector tiene su comprador, como Papelería el Moro, “Facundo”, sobre Paunero, o una chapería en Maldonado.

Los recolectores pagaron por sus caballos entre 5.000 y 8.000 pesos. El alquiler de los carros entre vecinos puede costar unos 100 pesos la jornada o canjearse por el 50% de la producción o el cuidado del animal.