Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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Alejandro Montecchia: “Los padres meten demasiada presión y eso me choca muchísimo”

El exbasquetbolista, campeón olímpico en Atenas 2004, habla de todo.
Video: La Nueva.

Walter Gullaci / wgullaci@lanueva.com

Una ronda de café quizás sea la excusa perfecta para que este hombre de 44 años se despoje, al menos por un instante, de esa apariencia impenetrable que suele ofrecer. Y que nada tiene que ver con aquellas ráfagas tan expresivas de básquetbol que solía regalarnos dentro de una cancha.

Desde la base, el juego de Alejandro Montecchia era una verdadera exhalación. Transiciones rápidas, juego estacionado. Todo lo hacía bien.

Pero fuera del rectángulo. Y para colmo con el grabador encendido...

“Por mi forma de ser me cuesta hablar de mi, contar mis problemas. Me sucede hasta con mi señora. La verdad, me cuesta todo. Y es algo que me gustaría mejorar, encontrar las herramientas para poder comunicar lo que viví, mis experiencias, la manera en que llegué. Quizás a alguien le podría aportar algo. No sé”.

Pensante, reflexivo a ultranza. El Puma Montecchia tal cual es.

Un tipo simple, sin grandilocuencias ni poses o raptos de vanidad.

Pero al mismo tiempo un grande-grande. De esos que hicieron historia. Y nos regaron de gloria con aquel oro olímpico de Atenas 2004.

Alejandro dice ser un hombre agradecido por todo lo que le brindó la vida. Y que para él, no existen remordimientos. Ni mucho menos rencores.

* * *

-Recuerdo aquella omisión lamentable con el cartel de acceso a Bahía por la ruta 3. ¡La Capital del Básquetbol sin tu presencia! ¿Te molestó?

-¡No, para nada! Por mi manera de ser no me afectó. Soy un tipo muy tranquilo. Por otra parte, me considero una persona normal como cualquier otra que camina por la calle. Jugué al basquetbol y tuve la fortuna de ganar un oro olímpico, pero eso tiene que ver con la profesión que elegí. Nadie es más ni menos que el resto de los mortales. Aquello no me sacó de eje. Fue hermoso, sí, que mis seres queridos se sientan orgullosos de mí. Y punto. No más que eso.

-¿Y qué pasa con las muestras de admiración que, seguramente, deben surgir en el día a día?

-Te reconfortan. Que un padre le cuente a su hijo qué hice en el básquetbol o de pronto te agradezcan por aquel logro olímpico, a uno lo llena de orgullo, lo gratifica. Eso es más importante que cualquier cartel u homenaje.

-¿Sos conciente de la llegada a los jóvenes que un deportista exitoso puede tener?

-Es complicado. Para ello uno debería ser un buen comunicador y a mi me cuesta mucho comunicarme. De hecho, lo admito, me sucede en mi profesión como asistente en Bahía Basket. Pero básicamente es porque no me creo el dueño de la verdad ni sostengo: "esto debe ser así, como lo digo yo". Creo en el convencimiento del otro a partir de las acciones o los ejemplos que uno lleva a cabo en la vida, en la casa o en su trabajo.

-Sucede que lo que pueda decir Montecchia en un auditorio de cien pibes por allí logra un efecto mucho más concreto que lo que pueda mencionar, de pronto, un periodista afamado o hasta un político importante.

-Vos querés que yo le hable a cien pibes y a mi me cuesta bajarle línea a mis tres hijos (se ríe con ganas).

* * *

El Puma (apodo que le impusiera Edgardo Vecchio en su etapa de selección juvenil) está casado con Marina, oriunda de Venado Tuerto, de cuyo matrimonio nacieron Luisina, de 17 años; Sofía, de 15, e Ignacio de 13, quien juega en preinfantiles de Bahiense del Norte.

"Lo voy a ver siempre y no le hincho para nada. Pero a diferencia de lo que uno vivió, no le nace eso de ir al club como me pasaba a mi. Lo llevo al entrenamiento y después estando allí, se engancha, pero no se muere por jugar.

-¿Es que han cambiado mucho las épocas de cuando uno era chico e iba al club a divertirse?

-Era nuestro segundo hogar. Eso hoy se limitó bastante. El chico hoy sólo va a entrenar. El básquetbol, por ejemplo, pasa a ser una actividad más de tantas que desarrolla.

“No se si este tema me choca, quizás sí... Quisiera que mi hijo viviera lo que viví yo en Bahiense, pero es imposible. Lo nuestro era caminar o andar en bicicleta y terminar en el club.

-¿Y cómo desandaste vos ese camino? Supongo que sin presiones.

-El apoyo de mis padres fue fundamental. Tuve la suerte de que me destaqué de muy chico en el básquetbol. Por entonces estaban la selecciones de pre-mini, mini, era muy competitivo de muy chico. En mi caso siempre quería más, jugar en la selección de Bahía. Era una presión que me imponía yo, no me la trasladaban mis padres buscando que yo sea el próximo Beto Cabrera, Fruet o De Lizaso. Fue un motor que siermpre tuve.

-Una vez Oveja Hernández sostuvo que si tenía que elegir entre dos jugadores de iguales condiciones, pero uno había ganado todo y el otro no, él siempre optaría por el primero. Ese no se cansaría nunca de ganar y ganar, mientras que el otro por allí se conformaba con aquello de “hasta acá llegué”. Ustedes son una casta muy especial...

-Es muy personal de cada uno. Yo cuando subí al podio en Atenas y recibí la medalla de oro fue como que hice un click. Para mi fue tocar el cielo con las manos. La concreción de un logro por el que tanto laburé. Me dije: “lo conseguí, ahora a disfrutar". Me autoimponía mucha presión. Uno jugaba para ganar, pero a partir de Atenas todo lo tomé de manera mucho más tranquila. Le empecé a dar más tiempo a otras cuestiones de la vida que por allí el básquetbol me quitaba.

"Pero ves, ahí tenés el caso de Manu (Ginóbili), que para mi es un extraterrestre. No para, no para. Vemos que va por más, siempre por más, y se prepara al cien por cien para dar el cien por cien. Vos te preguntas: "¿cómo hace para mantener esa cabeza tan fuerte, tan constante?”.

-Y su físico, Puma. Porque sigue agachando la cabeza y metiéndose a los 39 años en un mar de manos y golpes como si nada, aunque después le duela hasta el alma.

-Claro, pero se la aguanta. Es el fruto de todo lo que se cuida, de su alimentación. De una conducta que él tiene para poder mantenerse en la elite. Va a un asado y el tipo se cuida. Mientras los amigos comen como unos desaforados él jamás se sale de su esquema. Come un poquito y basta. El tiene muy en claro que quiere seguir en lo más alto de la competencia.

-La palabra “conducta”. Me pregunto de qué manera la pueden cultivar los chicos cual fuere su actividad.

-Lo que hay que fomentar es el trabajo. Saber que no te alcanza con lo que traes de la cuna, con lo que tenés de natural. El sacrificio en el día a día, lo que puedas desarrollar como complemento de lo que pautan en tu categoría. Depende, creo, de lo que el chico crea conveniente. Si está o no convencido de desarrollarse en ese deporte o lo toma como un simple divertimento, lo que por otra parte también vale.

"Hoy, los chicos tienen el mundo a su alcance. Pueden ver, en el caso del básquetbol, los mejores partidos de la NBA. Y aprender cada movimiento y de los mejores”.

-Recuerdo que hace 30 años muchos se volvían locos cada vez que Jorge Severini mandaba videocasetes desde los Estados Unidos con partidos grabados de la NBA.

-Sííí, tal cual. Nosotros soñábamos con todo aquello, mientras hoy los chicos lo ven a diario como algo común. No veo en la mayoría de ellos esa pasión por llegar, por ejempo, a vestir la camiseta de Bahía o, de pronto, soñar con jugar un Mundial.

-No es el caso, pero no imagino por ejemplo a Juan Pablo Vaulet despreciando la posibilidad de seguir los movimientos por TV de esos monstruos de la NBA, aprendiendo detalles, fundamentos...

-Justamente el caso de él es especial, porque se compromete muchísimo con todo lo que tiene que ver con el juego. Pero pasa, obvio que pasa. Creo que es el formador quien tiene que inculcar esos conceptos para que el jugador los incorpore. Y sepa que sin entrenar o no tratar de mejorar en el día a día sus fundamentos, con todas las herramientas que dispone, se torna muy difícil crecer.

-¿Qué situación te desvelaba en cuanto a tu juego o tu personalidad en la etapa formativa?

-Yo quería meterla como sea. Tener buena mano. Y tiraba muchìsimo. Ya cuando tuve la oportunidad de jugar en la Selección Argentina y enfrente a equipos muy fuertes de Europa, ahí me di cuenta que físicamente tenía que mejorar muchísimo si quería llegar a competir de igual a igual. Había una diferencia muy grande. Esa fue un poco mi obsesión. No tanto crecer o ponerme más fuerte, sino ganar en ritmo, en intensidad de juego.

-¿El roce que el jugador pueda tener pasa a ser clave en ese aspecto?

-Y en eso la Liga Nacional nos ayudó mucho. Para mejorar jugadores nada mejor que este tipo de competencia. Soy un convencido de que el jugador argentino de básquetbol tiene un talento increíble. Falta que quienes se destacan en la Liga tengan la posibilidad de pegar el salto y poder irse a Europa, y algunos directamente a la NBA como ahora está ocurriendo.

"Si Milanesio (Marcelo), Campana (Héctor), Uranga (Sebastián) y Montenegro (Hernán) hubiesen tenido esa posibilidad, estoy seguro que los resultados hubiesen llegado antes, porque tenían todas las condiciones y un talento increíble".

-Un jugador por el que tenés cierta debilidad es Facundo Campazzo, ¿no?

-Es el jugador que uno siempre quiere tener en su equipo. Por su entrega, por la intensidad que le pone al juego, porque contagia. A veces en su afán de ir por más comete errores, pero todavía es joven. Ya manejará mejor esos impulsos que por allí hoy lo traicionan. Además suple la falta de talla con un carácter que sorprende a sus rivales.

San Antonio, la experiencia que no fue

-Lo de San Antonio y aquella posibilidad que desechaste de sumarte a sus filas en 2004, ¿cómo la analizas hoy a la distancia?

-Y... es una espina clavada. En su momento fue una decisión pura y exclusivamente mía y ahora me arrepiento de haberla tomado. Conociendo cómo es la filosofía de San Antonio y cómo se manejan, hoy lo pienso así. Por entonces, la verdad es que tuve mucho miedo de no poder hacer pie y que mi familia quede un poco descolocada, más allá de que seguramente algún otro equipo iba a conseguir. Pero era tener que reacomodarme otra vez, siendo que en Valencia estaba muy cómodo.

-De hecho, al poco tiempo se pudo establecer Pablo Prigioni en la NBA. Y no le fue nada mal...

-Seguro. Es más, él me puso como ejemplo, como diciendo que él haría lo contrario. La verdad es que me arrepentí de aquella decisión. Creo que, por lo menos, aquel año lo hubiera jugado completo para San Antonio. Máxime después de haberme encontrado con Gregg Popovich, quien me preguntó: "¿por qué no viniste con nosotros aquella vez?" Pero el orgullo de que me hayan tenido en cuenta no me lo saca nadie. Es grande igual. Creo que es de lo único que me arrepiento de mi carrera, aunque no sea algo que me vuelva loco.

-Bueno, si hablamos de experiencias afuera tenés bastante para contar. Y en general buenas.

-De Reggio Calabria y Valencia tengo fantásticos recuerdos, aunque no tanto de mi paso por Milán. Aquellas dos primeras experiencias me terminaron de moldear como jugador. Así pude dar el saltito de calidad que necesitaba para darle una mano a la Selección.

 “Los clubes equivocan el camino”

-¿Qué te genera el pibe de buena altura que lo mandan a jugar debajo del aro con el solo objetivo de ganar y con el tiempo ya no es tan alto y se encuentra con que debe desempeñarse lejos del cesto? Entonces no tiene tiro, dribling, penetración, pase.

-Lo están matando. Se prioriza el resultado por encima de otorgarle fundamentos al chico. Lamentablemente, se lo ve a diario en Bahía.

-¿Y qué sucede con las presiones a las que están sometidos muchos de los chicos mediante las exigencias de sus padres?

-Voy a la cancha a ver inferiores y noto a los papás que reaccionan como si sus hijos, en vez de estar ahí para divertirse y aprender, estén jugando una final del mundo. Meten demasiada presión y eso me choca muchísimo. No los entiendo. Y eso que lo intento. Por allí estoy frente a un individuo que quiere que el chico gane, triunfe y así poder comentarle a sus amigos que su hijo salió campeón o goleador en un partido de preinfantiles. Cuesta entenderlo.

"Los clubes equivocan el camino cuando piensan en salir campeones en las divisiones menores en vez de formar futuros hombres y jugadores. Por otra parte, sería bueno alejarlos de las presiones y que puedan decidir ellos por sí mismos, si quieren seguir jugando, a qué nivel y de qué manera. Pero como venimos, el chico que pretenda progresar chocará contra una pared que le impedirá saltar a un nivel más competitivo".

-¿No es casual, entonces, que hayan aparecido escasas figuras en el básquetbol de Bahía durante los últimos tiempos?

-No, para nada. ¿Cuántos jugadores surgidos acá se instalaron últimamente de manera fuerte en la Liga Nacional? Pocos. Lucas Faggiano, ahora Lucio Redivo. ¿Y quiénes más? Fabián Saadi, que en un momento alternó y ahora se asentó. Y pocos más, cuando Bahía debería ser un semillero constante de grandes jugadores.

-Y ni siquiera por su rica historia, sino por su competencia de base.

-Tal cual. Marca la pauta que no se está trabajando bien. En algo estamos fallando.

Con los mejores

“Tuve la suerte de tener a muchísimos grandes entrenadores, como Oveja Hernández en inferiores y en Sport Club, a Julio Lamas que me hizo debutar en la Selección, a Rubén Magnano con quien llegamos al oro en Atenas".

Tato López, el ídolo

“Mi papá no se perdía ninguna de las grandes noches de básquetbol. Recuerdo haberme enamorado del juego de Tato López, el uruguayo. Yo soñaba con ser alto como él, pero no lo logré (risas). Esas cosas a uno lo marcan. Como haber presenciado el partido de despedida de Beto Cabrera en Estudiantes. Nos enloquecía ver de cerca a esos monstruos. Soñábamos con emularlos".

La Generación Dorada

"Más pasan los años y más se toma dimensión de que fuimos parte de algo increíble. Todos los jugadores que vinieron después están marcados por una comparación injusta, que no tiene razón de ser. Hay que bajar línea para transmitir cómo se debe jugar en la Selección, con la idea de laburar, laburar y tratar de ser competitivos, pero sin pedirles a estos chicos medallas ni nada parecido".

Bahía por mal “tránsito”

"Me gusta Bahía. Lo que no me gusta es que se llenó de autos. Ahora quedó como una ciudad chica frente a tanto parque automotor. Olvidate de andar en bicicleta con los chicos. Después, mas allá de alguna otra cuestión que siempre pueda surgir, es la ciudad que yo elegí para vivir. Que no es la ideal, porque conocí lugares mejores y más lindos, pero me gusta estar aquí".