Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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El concurso de cada día

Poco a poco, sinónimo de lucha y aceptación, los concursos de belleza se van extinguiendo. Sin embargo, y como fuego que se propaga, en cada ámbito, en cualquier lugar, para algunas los concursos con falsas reinas y coronas de papel no solo siguen vigentes, sino que se encienden, y la llama interroga.

Los hombres se siguen sorprendiendo y la sorpresa no impide que todas caigamos en una misma bolsa bajo una gama de etiquetas: “complicadas, bravas, competitivas, envidiosas, inseguras”.

¿Alguna vez o cotidianamente te fulminaron o fulminaste con la mirada? ¿Vas por la vida cual pasarela compitiendo? ¿Cuál es límite en el que los códigos se diluyen?

¿Qué pasa con algunas mujeres? ¿Qué quieren?

Cualquier escenario es propicio: la calle, el ámbito laboral, el club, un restaurante, el gimnasio, la entrada de la escuela, fiestas; allí donde hay mujeres se repite el fenómeno.

El psicoanálisis se formuló estas cuestiones y si hiciéramos una encuesta seguramente la respuesta coincidente con Freud es que la mujer quiere ser única. Condición y deseo que se pone de manifiesto en la infancia cuando pretende ser “única” para los padres y, luego anhela ser “única” para la pareja. Surge un problema o síntoma cuando se pretende ser única de forma masiva, intensiva, intentando “viralizar” la presencia en redes sociales y en todo ámbito.

¿Deseo de diva? ¿Intento de seducción indiscriminado?

Así, ser la más linda, la más inteligente, la más simpática, la más risueña, la más trabajadora, la más eficiente, la más amiga, la más popular, la mejor, pone en evidencia una exagerada exhibición que en ocasiones se traduce en escenas ridículas y en carcajadas estrepitosas que ensordecen y ahuyentan.

El deseo de no pasar inadvertida expresa inseguridad por perder identidades, espacios, lugares y personas, y cualquier presencia es percibida como una amenaza que hay que aniquilar. Las otras sin saberlo, se convierten en protagonistas y rivales, que, aunque no están alistadas en ningún concurso, son significadas como únicas y triunfantes. Mezcla de celos, envidias y aparición de fantasmas, que se amplifican cuando quien no compite despierta suspiros, admiración o el deseo en los otros.

Cuando las presencias se convierten en espejos que ponen de manifiesto la falta, la carencia, sumerge por momentos en un laberinto sin salida en el que se torna imposible construir una forma y una imagen de ser mujer; precisamente el misterio y el encanto de ser mujer reside también en la posibilidad de hacer algo con aquello que se carece, en lugar de intentar destruir a la otra que se percibe completa, “perfecta” y se torna en una amenaza.

Competir, concursar, compararse, habilita el camino hacia la histeria, implica lanzarse a la concreción de objetivos frecuentemente imposibles, o que si bien pueden ser alcanzados, al poco tiempo reaparecen las fisuras y el vacío.

Si bien es difícil bajarse de la pasarela y dejar a un lado el concurso para ser la “reina”, si bien es complejo salir de la telaraña tejida entre envidias y zancadillas, no es imposible poder resignificar la propia identidad y el modo en el que se entablarán vínculos y se desempeñarán roles en distintos escenarios.

Mientras algunas dilapidan energías en la pretensión imposible de ser únicas masivamente le confieso que no he estado exenta de los rayos X de esa mirada fulminante; mis goces están depositados en pocas personas, en pocos espacios que me completan y encienden un fuego interior; agradezco la zancadilla, inspiró la columna de este domingo.