Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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Minar y trascender un concurso

¡Minas! ¡Sí! Hoy quiero minar este espacio de ideas para generar vías de pensamiento.

¡Concursos y competencias! Palabras omnipresente en estos tiempos; inseparable de los deportes a edades cada vez más tempranas. A su vez se concursa en programas de televisión, para acceder a un puesto de trabajo; hay olimpíadas de matemáticas, de biología, de química, de filosofía. Hay competencia de precios, de marcas, se habla de competencias en educación, de competencias para la vida; la lista es interminable.

Concursar, competir son expresiones del siglo XXI; implica ganadores y perdedores, también elegidos y personas o cosas que quedan por fuera del criterio de selección.

¿Qué les parece si antes de prohibir ampliamos el horizonte, corremos los ejes, pensamos y debatimos?

En pleno siglo XXI prohibir es una expresión presente y me inquieta, ya que prohibir significa “aquello que no está autorizado o que carece de permiso para su desarrollo o existencia”. En ocasiones se transgrede lo prohibido, y si no se cuestiona previamente prohibir y sepultar por momentos se asemeja.

¿Prohibir los concursos de belleza erradica la violencia simbólica? ¿Reivindicamos a las minas desde otra perspectiva?

De un tiempo a esta parte hay una tendencia a prohibir los concursos de belleza, pues se considera que cosifican y promueven la violencia simbólica contra la mujer. En la década del '70, el sociólogo francés Pierre Bourdieu acuña el concepto violencia simbólica para describir una relación social en la que el “dominador” despliega de forma indirecta y no físicamente directa violencia hacia los dominados; la nota es que los “sometidos” no la perciben, y se convierten en “cómplices de la dominación a la que están sometidos”.

Se han naturalizado imágenes y situaciones que a las verdaderas minas nos sublevan y nos impulsa a pensar en profundidad, en las que los concursos de belleza son una cuestión menor, pues la violencia simbólica se halla presente en “las secretarias” de los programas de televisión, en la sirvienta de novela que siempre es del interior, en la que se sube a un ring para anunciar el round, en los eventos sociales y empresariales con promotoras curvilíneas, y la lista seguiría coronada por las “mujeres decorado” que tuvo Sofovich y ahora Tinelli.

¿Y Pocho? ¿Qué desencadenó Ezequiel Lavezzi cuando mostró músculos y tatuajes? La pasión del gol y su cuerpo se amalgamaron y, sin pasar por concurso de belleza, las mujeres lo proclamaron “macho argentino”. ¿Se cosifica también al hombre o se convierten en fetiche los abdominales?

La violencia me preocupa, me ocupa, y pienso en la violencia del que asiste a un comedor, en la violencia del que no accede a un puesto de trabajo, en la violencia del que pisa una y otra vez al que se destaca, en la violencia hacia los ancianos cuando se los sepultan vivos; cosificados y sometidos en diversas situaciones, remitir la violencia simbólica a un concurso de belleza es limitar el debate.

Si bien “mina” tiene connotación negativa coincido con Paloma Sneh, quien sostiene que mina es una expresión de origen italiano, arraigado al vocablo femmina, con algo del significado de la mina de oro.

Estoy convencida de que más espacios deben ser minados, es decir ocupados por mujeres. Reivindico a la mina que es bella de acuerdo a cánones propios, portadora de principios que le confieren una riqueza superlativa, que brilla con sus actos y arranca suspiros, que compite por superarse y elegir en libertad. Hoy firmo esta columna: GuillerMina