Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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Cumplir años, cumplir sueños

Por Guillermina Rizzo

El tema de hoy nos involucra a todos y es bueno que así sea, de lo contrario y como se acostumbra a decir en el mundo artístico, cabe el “se fue de gira”. El tema de hoy comprende variados sentimientos con efectos colaterales para el entorno. Algunos lo viven con emoción, se preparan durante meses para el acontecimiento, se emiten “indirectas” para los integrantes de la familia respecto de regalos; a su vez implica organización y un presupuesto de gastos; otros prefieren la austeridad y lo simple y, en las antípodas se encuentran aquellos que optan desaparecer “ese día…” tal vez porque es un trauma o peor aún porque es un amarrete que prefiere no ser parte de su propio evento: me refiero a los cumpleaños.

Un cumpleaños es el día en que se celebra el nacimiento de una persona. En la mayoría de las culturas es habitual organizar una fiesta con familiares, amigos, entregar regalos al agasajado y es un momento para compartir. En el caso de los niños se espera con ansias el día, épocas anteriores el lugar ideal era la casa del “cumpleañero”, la familia elaboraba la comida, algún familiar osado mutaba a mago o payaso, se improvisaban guirnaldas de papel y el “tío gordo” inflaba los globos, infaltable la torta con velas y el canto a coro del “cumpleaños feliz”. Actualmente la esencia es la misma solo que las características de la sociedad conllevan a que el festejo se traslade a las ya tradicionales “casitas” en las que todo el preparativo recae en manos de profesionales y expertos.

A medida que se soplan velas tal vez el festejo se reduce a una celebración más íntima en la que ya no hay piñata y solo se limita a un encuentro moderado y en tanto pasan los años, se sopla una sola vela, pero indefectiblemente siempre se canta y el agasajado hasta se liga “un tirón de orejas”.

Reflexión especial merecen aquellos que viven el cumpleaños como un hecho traumático; con actitud pesimista afirman que además de sumar un año más emprenden la cuenta regresiva respecto del tiempo que les queda rememorando a los integrantes del árbol genealógico que murieron a una edad cercana a la que deberían celebrar. Conozco seres que ese día se deprimen y apagan el teléfono celular para no responder saludos, y otros que programan un viaje para evadir la fecha. En una tercera categoría está “el amarrete”, el mismo que se lleva los sobrecitos de azúcar del café, el que en la cena de amigos se dirige al toilette al advertir la llegada del mozo con la cuenta que deberá ser compartida, el mismo que no acepta regalos puesto que de lo contrario deberá retribuirlos y que tampoco asiste a los cumpleaños, no sea cuestión que un día sea él el que deba celebrarlo.

Ayer cumplí años y estoy convencida de que a esta altura prefiero cumplir metas, pero no obstante un cumpleaños implica tantas sensaciones que no alcanza este espacio para describirlo. Cumplir años es tomar conciencia, una vez más, de quién soy y del mundo que habito, es crecer, madurar y reflexionar, es comprometerme con el otro y por el otro; es descubrir lo afortunada que soy al tener la posibilidad de escribir y de que usted me lea. Cumplir años es aprender a perdonar y perdonarme; es aceptar y disentir cada día. Es vislumbrar lo mucho que resta por hacer y es advertir la ausencia de los que ya no están; es concretar y soñar. Cumplir más de 40 años hace que coincida con Lewis Carroll y emulando a Alicia en el País de las Maravillas decida festejar “el NO cumpleaños”, pues cada día trae consigo un motivo para celebrar.