Bahía Blanca | Martes, 23 de abril

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La pasión y el amor por la medicina en un primer plano

Los Gabbarini: Carlos Vicente y su hijo Carlos Esteban. Son dos profesionales muy queridos. El papá, quien cumplió su labor durante 50 años, merece una distinción en el hospital local.
Carlos Gabbarini junto a su hijo, en el diálogo que mantuvieron con "La Nueva.".

Claudio Falzoni

cfalzoni@lanueva.com

El buen humor y la alegría. Esa es la mejor receta para la vida. Carlos Vicente Gabbarini, 85 años, la recomienda, en una extensa charla con “La Nueva.”, en su casa. Su hijo Carlitos, 48 años, fue también protagonista de ella.

Carlos, con rapidez, afirma que la profesión le dejó el “el amor y el cariño de la gente. Siempre fue muy considerada conmigo”.

Es inevitable que el apellido surja en alguna conversación. "Gabbarini atendió a mi familia", Una frase muy natural que muchos pacientes así lo certifican, Lo propio sucedió con otros profesionales de su época.

Con su popular motoneta, en sus comienzos, Carlos fue a Villa del Mar, a Villa General Arias, Arroyo Pareja, entre otros lugares.

No había horarios. Ello transcurrió durante muchos años.

Medio siglo después tres bypass lo alejaron de su profesión.

Recuerda, especialmente, a “Spanky” Vázquez --hoy integra su familia-- a quien lo ayudaba en las cirugías en el hospital municipal.

En dicho nosocomio, donde fue director durante siete años, Carlos merece una distinción. Hay que sacarle literalmente el sombrero.

¿Anécdotas? Miles. Carlos recuerda que llegó a su casa un cordero vivo, en agradecimiento, porque no cobraba la consulta.

Gallinas, lechones, peludos, conejos, huevos y tortas son otros ejemplos del aprecio de la gente hacia su labor.

La tradición hoy prosigue con Carlitos: recibe más de 400 vinos por año. Atiende en el “famoso” consultorio que heredó de su padre con la totalidad del mobiliario que luce impecable y que impacta a simple vista.

Sus amigos de toda la vida “colaboran” con él para que el stock no se siga incrementando.

Carlitos recuerda que su mamá Amable Inés Gencarelli fue su secretaria de su papá y después lo hizo otra persona. El pago era a voluntad.

“Quería ser médico como mi papá. El teléfono sonaba 200 veces. Cuando venía del hospital, mi mamá --fue presidenta de la Casa del Niño-- le tenía preparada la lista de los domicilios. Comía en menos de 10 diez minutos y se iba. No nos veíamos a la noche porque nos acostábamos antes para ir a la escuela al día siguiente”.

Recuerda que, con ocho años, lo empezó a acompañar a los domicilios de los pacientes. “Me llamaba poderosamente la atención lo que él despertaba en la gente. Esa admiración. Cuando se iba, las personas lo corrían para ponerle un billete adentro del bolsillo".

“Me lo daba a mí, en el Fiat 600, así como sucedía con la comida, en los años 1975-1976. A los 12 años aprendí a manejar y lo llevaba, en algunas ocasiones, a visitar los pacientes”.

Carlos también fue "famoso" por algunos exabruptos que decía con regularidad.

“Mi hijo es un excelente médico, muy bien formado”, afirma con orgullo.