Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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Las mortajas no tienen bolsillos

Escribe Luis Tarullo

El gobierno argentino tiene demasiados frentes políticos abiertos en estos momentos, y el laboral obviamente no es menor, pese al estruendo que hacen los demás, y que cada vez aclanza un volumen más alto.

Temas como los de la condonación de la deuda del Correo Argentino y la baja del cálculo para fijar las jubilaciones han copado los titulares y no les permiten llegar a las primeras planas a cuestiones como la continuidad de los despidos, las suspensiones y los cierres de comercios y establecimientos.

Una de las clausuras de fuentes laborales más resonantes pero no tan difundidas de los últimos días fue la de la única fábrica de llantas para automotores, en la provincia de Santa Fe, que dejó a 170 trabajadores en la calle y dio paso a uno de los fantasmas redivivos de estos tiempos: la importación de esos elementos.

Ese cierre es un compendio de situaciones que pueden repetirse en muchos otros casos hasta configurar un esquema básico: empleados con muchos años de antigüedad que quedan sin trabajo y sin posibilidad de reinsertarse en el mercado; la denuncia de los despedidos de inflexibilidad patronal -con sede en el exterior, en este caso Alemania- y pago parcial (60 por ciento) de los montos indemnizatorios; la imposibilidad de transformar la compañía en una cooperativa; la colaboración del gobierno provincial para tratar de hallar una solución y la pasividad de las autoridades nacionales (especialmente del ministro de Trabajo), según informaron los propios damnificados.

Otras compañías del rubro industrial están pasando por experiencias similares y el gobierno de Mauricio Macri apela a mecanismos de reconversión y reubicación de trabajadores subsidiados para paliar momentáneamente el problema, pero se sabe perfectamente que eso puede ser pan para hoy y hambre para mañana, y que el tema requiere intervenciones más enérgicas y sustentables a lo largo del tiempo.

Todavía sigue esperándose que lleguen, como maná del cielo, las anunciadas inversiones, y mientras se ponen todas las fichas en la canasta de la obra pública.

Pero las reglas inconmovibles de la competitividad que se exigen a lo largo y a lo ancho de todo el mundo, en la Argentina están lejos de cumplirse y ello espanta a quienes quieren colocar su dinero por largo tiempo y tener ganancias y no pérdidas apenas instalados en un país que no da garantías de estabilidad en muchos rubros.

Es indudable que quienes aumentan sus inversiones o aterrizan con plata también miran con un ojo muy atento al sistema financiero, que les permite tener esa garantía de réditos fáciles e inmediatos, y a un esquema de rápida transferencia de ganancias a sus matrices foráneas.

Es en ese marco que, con ese pensamiento, más las condiciones microeconómicas y macroeconómicas que se les brindan en bandeja, les permiten retirar el mantel sin ningún escrúpulo y -a diferencia de los hábiles ilusionistas que con un rápido tirón pueden dejar intacta la vajilla sobre la mesa-, destrozar platos, vasos, botellas y todo lo que haya debajo de la tela, sin que a nadie se le ocurra pasarles la cuenta.

En este marco de retorno de espectros de recesión y desempleo, condimentado con trabajo en negro contante (constante) y sonante, salarios depreciados por la inflación, aumento de los servicios que sigue vapuleando a toda la gama de la clase media y a los menos pudientes y planes gubernamentales para flexibilizar las condiciones de contratación que ya fueron bastante ablandadas hace más de medio siglo por el menemismo, la CGT todavía anda un poco tambaleante con el tema del paro nacional para mediados de marzo.

Eso le está generando ruido interno, porque hay dirigentes, como ya se ha dicho, que todavía tienen alguna esperanza de que el gobierno les tire un hueso para poder abrir un paréntesis.

Uno de los que enseguida largó el anzuelo fue el colectivero Roberto Fernández, pero su propio gremio tiene un problema serio con la competencia de las líneas aéreas de bajo costo que les van a sacar más clientes a los micros.

El gobierno les dio subsidios a algunas compañías de colectivos para algunos corredores turísticos, pero parece que eso también será una especie de frazada corta.

La UTA de Mar del Plata ya hizo oír su voz de alerta y Fernández tendrá que ponerse al frente del reclamo sin dudas. Y deberá encuadrarse con los duros de la CGT, siguiendo esa misma lógica.

En suma, el tema laboral en la Argentina ya es un drama nacional desde hace una ponchada de años. Y nadie es más ni menos responsable que nadie. Y hay que decirlo de manera llana y con palabras del pueblo para que todo el mundo lo entienda.

Los sindicalistas, los de cualquier pelaje y color, no exudan agua bendita. Los gobernantes -también de diversos matices- se han hecho los chanchos rengos y el juego de toma y daca -como a los gremialistas- les ha traído muchos réditos.

Y los empresarios -no todos, para no cometer alguna injusticia y no meter en la bolsa a las siempre existentes excepciones-, deberán dejar de mirar para el costado, y hacerse cargo, pues tampoco son inocentes.

El conjunto debe comprender que hay muchas vidas que dependen de ellos.

Y que, como lo ha recordado el Papa no hace mucho, las mortajas no tienen bolsillos.