Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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La voluntad del pueblo

por Guillermo Lascano Quintana

En la ciencia política, al igual que en la sociología y en la psicología social y por supuesto, en el periodismo, se hace constante referencia, cuando se analiza una elección de representantes parlamentarios o jefes de Estado, a la voluntad del pueblo.

Ello se hace más frecuente cuando se avecina –como ahora en la Argentina- una elección, que incluye al jefe del Estado, a varios gobernadores, cientos de diputados y senadores nacionales y provinciales y miles de intendentes y concejales municipales.

Son los ciudadanos quienes eligen a sus representantes y sobre ellos cae el mazazo de la propaganda, la alharaca de los comentarios y las especulaciones de todos. Ello sin mencionar a quienes se ocupan de auscultar la opinión pública, con métodos más o menos científicos y difundir posibles resultados.

La cuestión, sin embargo, sigue siendo materia de especulaciones y suposiciones que parten de algunos supuestos que hay que analizar con cuidado.

Por ejemplo, se les asigna a ciertas personas, instituciones o grupos, como Cristina Fernández de Kirchner, Daniel Scioli, Sergio Massa, Mauricio Macri, pero también a Héctor Magnetto, Hugo Moyano o Estela de Carlotto, Barack Obama, Raul Castro, el FMI, los “fondos buitres” y tantos otros, facultades capaces de torcer la voluntad del pueblo, por medios desconocidos, entre los que estarían los subsidios y prebendas varias, los aportes de dinero para asegurar la propaganda, las órdenes, instrucciones o persuasiones a supuestos seguidores de esas personas y cuanto otro artilugio se nos ocurra, capaz de orientar voluntades al emitir el voto.

En algunos casos, esos instrumentos son meras elucubraciones producto de la imaginación, que supone que lo que digan ciertas personas destacadas por su presencia en los medios de difusión o por su desfachatez, en muchos casos, va a ser aceptado y seguido por los pretendidos partidarios o por sectores independientes.

Hubo momentos, en nuestro país, que la orden de un líder se cumplía a rajatabla, fuera por convencimiento o por temor. Existieron, también, organizaciones gremiales que adoctrinaban a sus integrantes, quienes cumplían disciplinadamente la instrucción, consejo o mandato recibido, fuera para movilizarse o para votar.

Hubo, además, partidos políticos que enseñaban, contenían y orientaban a sus afiliados y a sus simpatizantes y sobre esa base podía preverse su comportamiento en los comicios

Los “dirigentes” actuales tienen que tomar conciencia que las lealtades por dinero, por militancia gremial o partidaria, no existen ya, al menos con la intensidad de otros tiempos.

Los partidos políticos no son más lo que fueron y en algunos casos son meras pantallas tras las cuales se agazapan pocos individuos, con el único fin de ganar las elecciones, lo que está muy bien siempre que se sepa para qué.

Las organizaciones gremiales han perdido el poder casi absoluto que tenían sobre sus afiliados, que ahora o son adversarios de sus autoridades o no les responden incondicionalmente, como otrora.

Las “primeras figuras” son actores de un teatro que atiende muy poca gente y que no tienen, en realidad, poder o influencia suficiente sobre los votantes, para orientarlos en sus decisiones.

Sobre esa base hay que analizar el estado de la situación a pocas semanas de las elecciones y, si nos guiamos por lo que se percibe y no por lo que trasmiten los primeros actores, la gente común, el votante medio, tiene muy poco interés en el resultado de la contienda.

Los primeros actores están enfrascados en dilemas y disputas que revelan que carecen de poder de convocatoria y capacidad de adoctrinamiento. En todo caso lo que sobresale son las peculiaridades de la situación.

Un candidato oficialista a duras penas admitido por la militancia kirchnerista, que hace malabares para aparecer como independiente y que sabe que gane o pierda le va a ir mal; si gana porque no va a poder gobernar y si pierde porque desaparece de la escena política.

Su contendiente más importante puede ganar o perder y eso no le cambia su presencia política, ya que ha sido un destacado gobernante que se distingue, clara y terminantemente, del régimen gubernamental vigente desde 2003 y puede aspirar a permanecer en la escena política, a diferencia del primero.

El tercero en discordia tiene el estigma, para algunos y para otros el mérito, de haber sido parte del oficialismo, al que –queriendo o no- puede ayudar a triunfar si resta votos al oponente principal, lo que resulta significativo, sorprendente y paradojal.

Frente a este panorama el público común y corriente y sobre todo, el independiente, es el que decidirá el resultado de la disputa.

A ese público es al que los candidatos tienen que seducir con propuestas y con conductas.

Y tal vez, aunque no es seguro, esos ciudadanos entiendan que Macri es lo único distinto –tal vez no lo óptimo-, pero mejor que el peronismo, como fue distinto Alfonsín en 1983 y mejor que el peronismo.

Porque, señores lectores, Scioli y Massa son peronistas y Macri no.

Puede ser que en la segura segunda vuelta muchos que hayan votado a Massa piensen votar a Scioli. En el fondo estarán votando la continuidad de lo mismo que soportamos desde 2003: autoritarismo, inseguridad, narcotráfico, pésimos servicios públicos, pobreza, falta de educación y sobre todo mentiras.

Mentiras sobre las causas de la inflación, de la pobreza; mentiras sobre de la historia, sobre nuestra relación con el mundo, sobre la honestidad de los gobernantes, sobre nuestro futuro y el de nuestros descendientes.

Guillermo Lascano Quintana es abogado. Reside en Buenos Aires.