Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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“Milonga” y “milonguero”

Escribe Eduardo Giorlandini

La palabra “milonguero” tiene una larga antigüedad. Esto no debería sorprender mayormente, porque la historia de la humanidad también presenta un tiempo que sí causa extrañeza. Como consecuencia de este aspecto temporal y de la diversificación histórica, desde cualquier lugar donde se mire, bastante ha quedado registrado en el substrato o base de la cultura.

Es bueno reconocer que a través de un vocablo se descubren variedad de facetas vinculadas al hacer humano. Esto es lo que define a la cultura y también a la civilización.

Estudiar la etimología ilustra al respecto; lo que se inscribe en los textos no es la última información, pues puede pasar que una voz aparezca con mayor lejanía que la que figura en las obras de etimología, que estudia el origen de las palabras.

Pero sucede que en el término de marras, “milonguero”, en una de las fuentes más importantes, como en la Enciclopedia del idioma, de Martín Alonso, no se registra fecha y la ubica en el Plata, para designar al cantante que participaba de las payas (payadas); asimismo, agrega que milonguear (en la Argentina y en Uruguay) es bailar o cantar la milonga y, finalmente, puntualiza que la milonga es un género de danza de filiación africana cultivada en Montevideo, a fines del siglo XIX, como una evolución de una danza cubana que aportaron allí los marineros de las Antillas, en el cual se aplicaron primero que en el tango las figuras del corte y de la quebrada; en una segunda acepción o significado se refiere a los departamentos o casas habitadas por negras y mulatas que rodeaban los cuarteles. Es decir que todas estas palabras las relaciona más con el Uruguay que con la Argentina; las vincula al payador, al canto y al baile y a la música de un modo implícito, porque es claro que el payador, el cantor, no se destacaba como músico, no lo era porque la pequeña guitarra con que se acompañaba al canto era un instrumento precario, la vigüela.

El milonguero es un personaje que también puede ostentar distintas formas. Una es el hombre a quien le gusta bailar, frecuentemente; otra, el afecto a concurrir a bailes y que generalmente se encuentra en centros poblados y en los tiempos lejanos los lugares en los que baila son cafetines arrabaleros, casas de baile, juego o “academias” donde trata de alzarse con una mina, o lucirse en el arte de la danza del tango. Hubo un tiempo en el que el milonguero seguía a determinada orquesta de tango y se distinguía por la corbata o el pañuelo en el cabalete (bolsillo superior izquierdo del saco. Este personaje fue prevalentemente el compadrito de otros tiempos, cuya principal motivación de su vida era la danza del tango, lo cual originó duelos, riñas y trifulcas; es un mito que el bailarín compadrito era proxeneta y cuchillero (en casos sí lo fue, pero no siempre); era un laburante y desaparece no por obra del revólver sino de la fábrica.

El vocablo “milonguero” pobló a la literatura gaucha (la de los gauchos) y gauchesca (de los literatos que escribieron como los gauchos); el cuento, la poesía y la novela lunfardas o no. Fue palabra despreciada por los puristas o creadores de laboratorio, porque pertenece al habla popular, al habla nacional.

Contemporáneamente existen en las milongas –particularmente en la ciudad de Buenos Aires- miles de milongueros, y son los que enriquecieron la difusión del tango en el mundo, además de los restantes personajes de la tanguidad (músicos, directores, compositores, letristas, cantantes, musicalizadores, arregladores, etc).

Entre los milongueros de hoy no hay discriminación ni conflictos individuales, generalmente. Existe un código especial que se nutre de usos y costumbres: aliño, buena presencia, respeto a la pareja, prioridad del abrazo, cabeceo o algún otro gesto ceremonioso o cortés, prudencia en la oferta o en el rechazo, comunión que obliga a la parquedad verbal, amor por el tango, atención a la música, conocimiento de la idoneidad del discjockey, que es quien tiene la experiencia de la música popular y selecciona temas y orquestas para componer las tandas y que cada vez más se convierte en maestro y artista. Por excepción, hay entre los milongueros quienes flirtean, o tienen motivaciones eróticas, soberbios, profesores a los que nadie les dio título y son cazadores de alumnos para lucrar. Y algo como contrapartida: no han sido pocas las mujeres que quisieron tener novio milonguero, como en una versería gotanera: “Mamá, yo quiero un novio / que sea milonguero, guapo y compadrón, / que no se ponga gomina / ni fume tabaco inglés, / que pa’ hablar con una mina / sepa el chamuyo al revés”.