Bahía Blanca | Martes, 16 de abril

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No nos cambien el país

Escribe Malena Gainza

En su autoritaria reprimenda a la clase media que participó en la marcha del 18F, la primera mandataria nos regaló una perogrullada por cadena nacional y Twitter , alegando que esta marcha no era de duelo sino política: toda marcha ciudadana, como expresión popular, es siempre política. El núcleo, en este caso, fue el desagravio al fiscal Nisman, las condolencias a su familia, y el respaldo a una Justicia independiente, protagonizado por un pueblo acongojado y atemorizado ante un magnicidio aún inexplicable, que conmocionó al país y al mundo, y que el gobierno intenta relativizar con comentarios soeces.

Nada justifica que una mujer adulta ya mayor, circunstancialmente empoderada para administrar el bienestar armónico de cuarenta millones de personas, elija expresarse por cadena nacional y redes sociales cual adolescente irreflexiva, con términos burlones, despectivos y prepotentes hacia parte del pueblo que gobierna. Las rabietas extemporáneas de la presidenta, sus desplantes groseros y chabacanerías infantiles, solo pueden traducirse como expresiones de autoritarismo, y el pueblo argentino es particularmente sensible al autoritarismo, porque ya lo padeció a través de su historia, en diferentes escenografías.

En la década del 70, jóvenes afines a la violencia terrorista contra gobiernos democráticos acudieron luego a organismos de Derechos Humanos para protegerse de la también violenta represión militar. Hoy impacta ver resurgir a aquellos envejecidos adolescentes devenidos políticos poderosos, ahora negándoles el amparo de los derechos humanos a militares y funcionarios civiles ancianos y enfermos, y pretendiendo coartar la libertad de expresión de quienes piensan diferente. Produce escozor, asimismo, la complicidad actual de la Presidencia de la Nación con la cúpula militar y los servicios de inteligencia...

La clase media era el mayor segmento social en Argentina y, de confiar en el relato kirchnerista sobre los logros del gobierno, debería haber crecido en número, nivel educativo y bienestar... pero aquí también la realidad supera la ficción: tras una década de kirchnerismo corrupto e ineficiente, con avidez fiscal sin contraprestaciones, e inflación destructora del ahorro, la pobreza se profundizó avanzando sobre la clase media. Para peor, el declamado modelo de inclusión social potenció esta triste realidad, con una desenfrenada importación de indigentes y delincuentes extranjeros quienes, seducidos con prebendas e inmunidad delictiva como política de Estado a cambio del voto, contribuyen a transformarnos, a contramano del relato, en un país de pobres, sin vivienda digna ni fuentes de trabajo lícito, rehenes de subsidios estatales para sobrevivir esclavizados.

Si la generación del 80 fue cuestionada por haber recibido inmigrantes sin asegurarles una infraestructura básica y aún padecemos el resentimiento de quienes soñaron otra realidad socioeconómica, ¿qué saldo dejará en nuestra sociedad la inclusión de la narcodelincuencia y sus víctimas? La supuesta década infame pudo lograr, sin embargo, que el hijo del gringo chacarero se transformara en “m’hijo el dotor” para integrar una clase media floreciente... ¿Qué apelativo merecerá entonces la década kirchnerista, donde el hijo del doctor se gradúa de ni ni villero adicto al paco, y la hija adolescente es madre soltera diplomada con un plan de jefa de hogar, sin presente ni futuro, a menos que acceda al curro de graduarse de camporista a sueldo o barrabrava?

Los Kirchner transitan su tercer período consecutivo de gobierno: la permanencia desmedida en el poder los obliga ahora a cosechar su propia siembra tóxica. Si hoy existe una oligarquía, no se trata de las familias fundadoras del país, ni de estancieros o grandes industriales, que en sociedades menos mezquinas serían conceptuados como aristocracia, y respetados por su aporte a la sociedad . La única oligarquía en la Argentina es la burocracia política, casta privilegiada que no genera ingresos genuinos y vampiriza las arcas del Estado.

La primera mandataria debería abrir ojos y oídos, además del corazón, para comprender el mensaje profundo de la clase media y de todo el pueblo que compartió la marcha del 18F (porque no fue solo la clase media). Pueblo somos todos, no nosotros y ellos , como pretendió dividirnos desde su atril. Cada sector social necesita del otro, recíprocamente, en una sociedad donde debería imperar la movilidad social basada en la igualdad de oportunidades, el respeto al otro, y la tolerancia social para convivir en armonía. Con un estadista sabio al timón de la República, respaldado por un Congreso idóneo que preserve el bien común, y vigilado por un Poder Judicial independiente, expeditivo y eficiente, que proteja al pueblo del delito y de los abusos del poder.

El libre acceso a múltiples fuentes de información faculta a la clase media, y al pueblo todo a ejercer su soberanía, como mandante, controlando al mandatario en el poder (el periodismo es el cuarto poder republicano). Nadie quiere golpismo, estallido o revolución, sino el desarrollo pacífico del ciclo democrático estipulado por la Constitución. Solo preocupa, y mucho, la ambición de poder perpetuo del Frente para la Victoria, que, previo a las próximas elecciones y abusando del respaldo transitorio de su mayoría parlamentaria, tiene abierto el camino para imponer medidas totalitarias que transformarían a la Argentina en la Venezuela de Chávez y Maduro, o la Cuba de Fidel Castro. Asociada a Angola, China, Rusia, Vietnam e Irán, con el gigante asiático amenazando nuestra soberanía en la Patagonia, aislada del mundo democrático, sin libertad...

Por esta razón también marchamos los argentinos el 18F, bajo el simbolismo de un fiscal valiente que sacrificó su vida en defensa de la Patria: para que nadie nos cambie el país.