Bahía Blanca | Martes, 23 de abril

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Tinelli y Macri

Marcelo Tinelli es un showman como pocas veces se ha visto otro en estas tierras. El éxito que ha generado lo ha convertido, por mérito propio, en una marca registrada. Con la particularidad de que, con los picos de audiencia que tiene acreditados desde hace dos décadas, poco más o menos, su influencia excede con creces el universo televisivo. El hecho de que su programa resulte visto diariamente por millones de personas lo ha transformado en un verdadero factor de poder. Es en este contexto, pues, donde conviene ubicar la disputa o diferencia –como prefiera llamársela- estallada entre el animador, hincha fanático de San Lorenzo de Almagro, y el presidente de la República, seguidor apasionado de Boca Juniors.

Traer a comento semejante rencilla podría parecer una decisión entre frívola y desatinada, si no fuera por el calado que arrastran los dos personajes en su deriva. Conviene entender que, a su manera, Tinelli es también, al margen del papel que ocupa en el mundo del espectáculo, un personaje político, aun cuando, a primera vista, no lo parezca.

No por nada fue tanteado en su momento por el kirchnerismo, con el cual, tras un idilio, terminó a las patadas. Cerrado ese capítulo, Marcelo –como le dicen todos, los íntimos y los recién llegados a su entorno por igual – abrazó la idea de presidir la AFA y allí chocó con Mauricio Macri. Hasta ese momento entre los dos no había existido ni un sí ni un no. Todo era miel sobre hojuelas. Pero la conducción de una entidad futbolística de tamaña importancia transformaría una relación de buena vecindad en conflictiva, sin escalas intermedias.

Al gobierno actual, como a cualquiera de sus antecesores, las críticas de periodistas de renombre con un rating escuálido, le importan poco o nada. En cambio, que millones de personas hayan visto al sosias de Macri en calzoncillos tratando de explicar, con tono balbuceante e incoherente, los aumentos tarifarios, no le pasó desapercibido. En la Casa Rosada suponen que el tono antimacrista del programa dirigido por Marcelo Tinelli fue un pase de facturas por la oposición que, según este último, le hizo el presidente a su fallida candidatura en la AFA.

En ningún país medianamente serio sucederían estas cosas, y no porque no existan en el primer mundo conductores televisivos enormemente exitosos, críticos, a un mismo tiempo, de las políticas gubernamentales y de los funcionarios públicos. El motivo es otro, bien distinto, y radica en la índole de la sociedad. En los Estados Unidos , Alemania, Francia o Japón se puede perder una elección presidencial en un debate que, en términos generales, es presenciado por millones de espectadores. Nunca los candidatos en disputa, en cambio, podrían ver clausuradas sus posibilidades por efecto de un programa como Showmatch.

En estos pagos sin instituciones sólidas y con una clase política desprestigiada hasta límites indecibles, el mundo del espectáculo, en sentido amplio, ha probado ser una trampolín extraordinario para escalar posiciones donde lo que se juega es el poder. Carlos Reutemann, Daniel Scioli, Palito Ortega, Pinky, Nito Artaza, Miguel del Sel y Héctor Baldassi, entre otros, son la prueba más evidente de lo expresado. Hasta el mismo Mauricio Macri cabría en esta galería ¿O alguien cree que sin su extraordinario éxito como presidente de Boca Juniors podría haberse lanzado a navegar las procelosas aguas de la política criolla con alguna posibilidad, siquiera remota, de sentarse algún día en el sillón de Rivadavia?

El de Macri y Tinelli fue -¿es?- un conflicto político de baja intensidad pero no de importancia menor. Hoy Tinelli, aunque quisiese, no está en condiciones de enderezar, en contra de su adversario, un torpedo capaz de impactar en la línea de flotación de la administración de Cambiemos. Pero, eso sí, se halla a su alcance la posibilidad de esmerirarlo de a poco. Suponer que podría poner en jaque al gobierno, representa un sin sentido. Al menos, no por ahora. En distintas circunstancias, recordemos cuanto sucedió con Fernando De la Rúa.

Tinelli no puede herirlo a Macri de la misma manera que Macri, aun con todo su poder, carece de los resortes para ponerle un bozal a Tinelli. Si fuese Néstor Kirchner, la situación sería distinta. En los años que manejó el país a gusto y gana, ni una sola vez el santacruceño fue objeto de burlas en Showmatch. Por el contrario, en la misma oportunidad que se montó una parodia al respecto, el entonces presidente fue presentado como un jodón divertido. Ni por asomo parecido a la imitación que Freddy Villarreal montó respecto de De la Rúa.

Había un motivo que ahora no existe: con Kirchner no se jugaba y quien osara romper unas reglas de juego no escritas, pero por todos sabidas, sufría las consecuencias. A Macri, inversamente, se le puede ridiculizar sin problema. Tiene códigos distintos y una concepción de la libertad de prensa ajena al pensamiento kirchnerista.

La sangre, demás está decirlo, no llegó al río. Los dos contendientes le bajaron los decibeles a la polémica entablada cuando se reunieron, en la Casa Rosada, con el propósito de aclarar los tantos. La pelea no le convenía a ninguno y los dos lo sabían. Sólo que, más allá de la disputa pasajera, quedó la sensación –nada agradable para el oficialismo- de que Macri había cedido por miedo a resultar, él o su mujer, ridiculizados. Analizada la cuestión desde esta perspectiva, que el showman fuera recibido en Balcarce 50 y que el dueño de casa se prestara a las morisquetas de todos conocidas, revelan claramente que no hubo empate. Macri rozó el ridículo.