Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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CFK, Scioli y Kicillof sobre el Calbuco

Tuve un sueño, que a veces fue pesadilla y otras uno de esos sueños agradables de los que uno tanto sufre cuando al despertar se extinguen y se deshilachan de la memoria. Por eso hay que escribirlos.

Soñé con una tardecita como muchas tardecitas de otoño de este año, incomparables.

No obstante, algo en el aire hacía pensar que la vida se dirigía hacia otro largo invierno, sin los exabruptos anunciados antes, pero de manera inexorable (esta era la parte de pesadilla).

Pero enseguida el sueño volvía a la linda tardecita en la que nada pasaba, o mejor dicho, nada pasaba fuera de lo común.

Allí estaba el tío Axel, contando algunos de sus clásicos cuentitos de ficción: “Blancanieves y los únicos siete pobres”, “Caperucita verde y el cepo” (Abu, ¡qué dientes tan grandes tienes!), “Boudou y Gretel” (esa vieja historia en la que un muchachito y su novia pelirroja y zonza se pierden en un bosque encantado de papel moneda, donde se comen a una bruja, además de varios millones de pesos) y “Pindec”, el entrañable muñeco mentiroso al que le crecía la nariz, al mismo nivel que la inflación.

Mientras tanto, Daniel de Buenos Aires, un poco más allá, lustraba a mano su armadura (en un momento del sueño, Daniel se convertía en Agidulfo, ese personaje del “El caballero inexistente” de Italo Calvino, que era una armadura sin nadie adentro, puro brillo). Pero esa parte del sueño pasaba, y enseguida, Daniel volvía a ser “Daniel y su armadura” y la inseguridad, la educación en crisis, la salud pública agobiada, ABSA, y las demás tragedias bonaerenses le rebotaban en el cuerpo una y otra vez sin magullar un centímetro el metal perfecto que lo envolvía.

Y en el centro de ambos (y de otros más que eran los rostros aterradores de siempre), mamá Cristina hablaba, hablaba, hablaba y hablaba, llevando mi pesadilla al jadeo.

Pero luego viene la última parte, la del sueño del que no hubiera querido despertar. Es que toda esa escena se desarrollaba como en el centro de un anfiteatro circular, rodeado por enormes paredes rocosas. En el sueño, no sé exactamente dónde estoy, pero hace un calorcito agradable.

Entonces, comienza a subir una especie de pluma de humo blancuzco que se filtra desde el centro, justo debajo de ellos, y luego, de repente, el ruido ensordecedor, rayos, centellas, sílice, y todos vuelan como cohetes, hasta los 20 mil metros de altura convertidos en cenizas que el viento lleva mar adentro, desde donde es imposible volver.

Francamente, no sé qué quiere decir mi sueño. Lo que sí imagino es que el drama del volcán Calbuco me afectó el dormir.