Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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A 12 kilómetros de Bahía, 2 hombres se ganan la vida entre toneladas de basura

Un grupo de 40 personas vive de las sobras. Son todos hombres, de distintas edades, que trabajan desde hace 17 años en el relleno sanitario.
Fotos: Pablo Presti y Facundo Morales-La Nueva.

Por Mauro Decker Díaz / mdeckerdiaz@lanueva.comBelén Uriarte / buriarte@lanueva.com

   Carlos Enrique Prieto carga o intenta cargar una gran bolsa negra en una pala mecánica. Empuja y empuja, pero el peso parece superarlo. Sólo él conoce el contenido.

   Intenta una vez más y logra subirla. La máquina se retira despacio. Prieto respira agitado. El aire combina los aromas de alimentos podridos, animales en descomposición, tierra y gaviotas.

   Hay muchas gaviotas cangrejeras, cientos de ellas. Prieto las ignora, pero cada tanto sus desechos caen del cielo como gotas de una lluvia desagradable.

   —No sabés qué amargo. Una vez me estaba riendo boca arriba y …—Se ríe y su risa lo dice todo.

   Tiene 59 años y hace 17 que trabaja en el relleno sanitario que está a 12 kilómetros de Bahía, por la ruta vieja a Punta Alta (Nº 229).

   En este informe especial de lanueva.com te mostramos cómo trabajan los recolectores informales en el relleno: denuncian falta de máquinas y de controles municipales, y situaciones riesgosas de trabajo.

   Ellos son los únicos que reciclan en ese lugar parte de la basura que tiran los bahienses: entran más de 10.000 toneladas por mes y el Municipio paga $ 191,25 por cada tonelada.

   Prieto nació en Bariloche, estudió algunos años -no recuerda cuántos- y trabajó mucho tiempo en el tambo ordeñando vacas. También crió animales y fue ayudante en obras de construcción.

   "Tengo 8 hijos, 4 mujeres y 4 varones; en ese tiempo no tenía televisión", dice entre carcajadas. Hoy está separado y vive sólo a unas pocas cuadras del relleno sanitario, sin gas ni agua potable.

   Prieto está en Bahía desde los ‘80. Un tiempo se ganó la vida "cirujeando" por el centro. Tenía su carro y los negocios lo conocían: le daban hasta mercadería. Pero cuando prohibieron los carros, tuvo que buscar otra salida. Y apareció el relleno.

   "Nos dicen 'los crotos de la quema', nos tienen por bandoleros, pero nada que ver", asegura quien ya lleva 17 años juntando y reciclando lo que la ciudad tira en el predio municipal.

   —¿Y cómo llegó ahí?

   —Un día se me dio por venir para este lado, vi que estaba bueno para "cirujear" y entré. No me dejaban, pero me metí igual. Era la época del intendente [Jaime] Linares [1991/2003].

   Prieto es uno de los 40 recolectores que con permiso de Desarrollo Humano trabajan en el relleno y se distribuyen en dos turnos de 20: unos a la mañana, otros a la noche. Juntan plásticos, cartones, nylon, vidrio, alambres y hasta trapos.

   Esos 40 hombres son los únicos que hoy permiten que los materiales reciclables que tiran los bahienses sean reutilizados. De lo contrario, se enterrarían.

   —Todo es plata. Acá no hay patrón, no hay sueldo, el sueldo lo hacemos nosotros mismos— explica Prieto.

   Y agrega: "Todo lo vendemos a los mayoristas, un montón de sinvergüenzas. Ellos ganan plata y el frío o calor lo pasamos nosotros".

   También en el relleno trabaja Néstor Fabián "El Ruso" Vogel, un bahiense de 50 años. Él pasó una década en la Junta Nacional de Granos hasta que en 1995 cayó en manos privadas. Desde entonces hizo lo que pudo y hace más de 15 años vive de la crianza de animales en el campo y de la basura: a veces selecciona material arriba y otras tantas baja para enfardar en el galpón que funciona desde hace casi 6 años.

   Vogel, padre de 11 chicos, admite que la economía cambió: "Antes el material se mandaba a Buenos Aires pero ahora no se puede, no dan los números: tenés que mandar un camión, hay muchos riesgos y es mucho el flete. Así que se entrega acá en Bahía nomás".

   Y apunta contra EVA S.A, concesionaria del relleno desde finales de 2008: "Es un desastre, se están robando toda la plata, las máquinas viven rotas".

   Las montañas de toneladas de basura parecen no terminar. Las gaviotas revolotean permanentemente graznando sin parar. El olor es intenso. Hay baños, pero no agua potable. Sin embargo, los recolectores no se espantan. Es la costumbre.

   Prieto cuenta que en el lugar no dejan entrar ni mujeres ni menores por la peste, aunque ellos nunca se enferman, incluso comiendo en el lugar.

   —La comida la compramos nosotros y si no comemos de acá, de las bolsas, ¡qué tanto!, si vienen cosas buenas. Gracias a Dios estamos bien, qué más podemos pedir en la vida, trabajo tenemos.

   Los recolectores cuentan que son vacunados todos los años y que tienen un botiquín para cualquier emergencia, aunque carecen de botines y guantes. "La otra vez andaba en zapatillas, me inserte un vidrio y estuve como dos meses que no podía ni pisar", relata Prieto.

   Y Vogel añade: "Nunca nos lastimamos con las máquinas. Antes, cuando entraba gente de afuera, un camión le pisó las piernas a un pibe. Pasa que se colgaban del camión para sacar mercadería".

   Dicen que eso nunca más pasó. Menos mal, porque no hay seguro. Los trabajadores se juntaron varias veces para hacer un monotributo, un seguro y hasta una cooperativa, pero no hubo acuerdo.

   Para ellos la preocupación mayor pasa por el transporte. Algunos viven a pocas cuadras del relleno. Otros en Loma Paraguaya, Villa Rosario y Villa Delfina. Todos usan autos para trasladar sus materiales, aunque la mayoría no tiene habilitación para circular por la ruta. Por eso, ruegan que no haya operativos.

   "Agarran un cacharro como el que tengo yo y me lo quitan. Queremos que nos den un permiso para ir del relleno a la fábrica a entregar las cosas, no vamos a tener un 0 km para eso. No andamos mamados ni vamos a 100 kilómetros por hora", explica Prieto.

   Llega un camión de Sapem Ambiental y deja una pila de bolsas sobre la tierra. Aunque no es solo tierra, también son toneladas de basura que se acumulan desde 1992, cuando se habilitó el relleno.

   El camión se va y los recolectores se abalanzan sobre la pila de desechos.

   Si las máquinas de EVA S.A. funcionan, esa pila se desparrama y las bolsas se revisan en su totalidad. Cuando no, la “inspección” es superficial.

   De una u otra forma, los recolectores van. Trabajan de lunes a sábado, haga calor o frío.

   —¿Prefieren verano o invierno?

   —De verano es lindo de noche, porque de día con 40 grados no sabés lo que es el olor a basura. En verano sale mucho más material plástico, la gente consume más. En invierno se achica el plástico. Para trabajar no es lindo ni en verano ni en invierno, pero hay que hacerlo—explica Vogel.

   Prieto dice que cuando llegó, en 1999, el relleno tenía otros cuidados: "Metían mallas abajo, chimeneas plásticas, y hacían las piletas para que vaya el desagüe de la mugre. Ahora, no ponen ni una chimenea".

   Y eso no es todo. Prieto cuenta que algunos días de septiembre de 2015 no han podido trabajar por cortes de luz y que las autoridades nunca cumplieron con la garita de seguridad que iban a poner. Es más, recuerda que hace más de 10 años ellos mismos les pagaban 300 pesos a los policías para que vayan a cuidarlos. Aún conserva los papeles, muy manchados, con los nombres de los que abonaron.

   Para trabajar en el relleno, los recolectores tienen un permiso municipal. Y no puede entrar cualquiera: el cupo actual es de 40.

   En la entrada, los recicladores se identifican con sus carnets municipales. Prieto los tiene todos. Los colecciona como las anécdotas.

    En sus 17 años como recolector, revolvió pilas y pilas de basura y más de una vez se llevó una sorpresa. Halló bombas, granadas, agujas de hospitales y hasta fetos de varios meses de gestación.

   En esas casi 2 décadas, Prieto y Vogel ayudaron a disminuir el impacto ambiental que tienen las más de 10.000 toneladas de desechos que los bahienses generan por mes.

Leé las otras notas:

 -Recolectores denuncian que se recuperan menos desechos de la ciudad por falta de máquinas

-El negocio del relleno.