Bahía Blanca | Sabado, 20 de abril

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Una tragedia signada por la negligencia

Chapecoense se había ganado el respeto de muchos por su creciente recorrido hacia la cúspide del fútbol continental y la simpatía de todos, a partir de la humildad que caracteriza a los clubes chicos.

Sin embargo, cuando estaba a punto de afrontar el momento más trascendente de su historia, un accidente aéreo en una zona montañosa de Colombia segó la vida de 19 jugadores, destrozó los corazones de su gente y terminó con la trayectoria mítica del equipo desde 2009.

El viaje a Medellín para jugar la trunca final de la Copa Sudamericana frente a Atlético Nacional estuvo enmarcado en numerosas historias e irregularidades que derivaron en la tragedia. Tantas, que el plantel de Chapecoense parecía estar condenado a su triste destino.

En principio, la delegación no recibió el permiso para salir desde San Pablo por orden de la autoridad aeronáutica brasileña y debió hacer escala en Santa Cruz de la Sierra para embarcarse allí en un avión que, hoy se sabe, tenía una autonomía de vuelo limitada.

Fue en Bolivia donde comenzó la increíble cadena de absurdos desaciertos que, según los expertos, causaron el fatal desenlace. Y aunque las cajas negras develarán con precisión en los próximos meses los detalles pormenorizados de la catástrofe, los principales cuestionamientos recaen básicamente sobre el piloto.

Entre varios testimonios surgidos en los últimos días, está bastante claro que no se tomaron las medidas protocolares y de precaución necesarias. Hubo errores en el trazado del plan de vuelo –observado por la Administración de Aeropuertos Boliviana y desatendido por los integrantes de la tripulación-, un mal cálculo de la cantidad del combustible, la negativa a reabastecerse en un aeropuerto alternativo (Cobija o Bogotá) y el hecho de no reportar a tiempo la declaración de emergencia para evitar la espera en el aire y encontrar rápidamente la pista de aterrizaje.

Los especialistas sostienen, además, que el aparato estaba diseñado para cubrir distancias cortas y no entienden cómo tampoco pudo preverse la obligatoria reserva de combustible en una travesía más larga que la aconsejada, que duraría 4 horas y 22 minutos para cubrir los 2.265 kilómetros del trayecto referido.

Al agotarse el combustible, se apagaron los generadores y se originaron los problemas eléctricos que precipitaron el descenso y provocaron la colisión del chárter aéreo en el Cerro Gordo.

Mientras el dolor no cesa, la Conmebol quedó también en el ojo de la sospecha por los supuestos vínculos con la firma Lamia. Aun cuando el organismo y la empresa niegan posibles lazos, buena parte del periodismo internacional inició investigaciones que probarían lo contrario. Incluso el exarquero paraguayo José Luis Chilavert culpó directamente a la Confederación Sudamericana por el fatídico suceso.

Hay quienes también comentan que existía una especie de “recomendación” para que los equipos vuelen en Lamia por su bajo costo. Sol de América, Cerro Porteño, Olimpia, el propio Atlético Nacional y las selecciones de Argentina (hace 23 días desde Belo Horizonte) y Venezuela utilizaron sus servicios. Lo llamativo es que la compañía apenas contaba con tres aeronaves, dos de la cuales se encontraban en mantenimiento.

Por otra parte, y a la luz de la desgracia sufrida por Chapecoense, el accidente del micro de Huracán en Venezuela, ocurrido en febrero pasado, marcó un antecedente y dejó a la vista los descuidos de la Conmebol, más preocupada por sus negocios que por garantizar la seguridad en el traslado de los planteles.

En medio de las especulaciones y entramados, Chapecó convive con una enorme congoja. Nadie puede explicar todavía cómo una ciudad de 200.000 habitantes pasó en una semana de festejar la hazaña de sus héroes a llorar por sus muertos.