Bahía Blanca | Jueves, 28 de marzo

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La muerte de Pablo

Mi primer encuentro con la muerte fue por Axel. No éramos amigos, solamente compartíamos las clases de gimnasia en el Colegio Nacional y a veces volvíamos juntos a nuestras casas, subiendo por calle San Martín. Hablaba poco pero siempre lúcido, uno de esos pibes que enseguida te das cuentas que piensa a una velocidad mayor que el promedio.

Me caía bien, no creo que haya tenido que ver que su hermana era linda. Me acuerdo que era un poco tosco para jugar al básquet, aunque aceptable como pasador. Se lo notaba buena gente, con ese pelo rubio que no le iba a durar mucho y los anteojos.

Una mañana me enteré que una enfermedad repentina, nunca supe cuál, se lo llevó. Jamás había visto morir a nadie de mi edad. Al otro día escribí una pequeña carta, se la entregué al padre en el velatorio sin decirle nada y me fui. Decía algo así como que Axel ahora iba a estar bien, tranquilo, en el cielo, que es donde están las buenas personas. Poco después me enteré que su padre era amigo del mío.

El lunes 2 de febrero de este año leí la noticia de la muerte de Pablo. Había desaparecido varias semanas antes. Salvo por los lentes y lo buenas personas, no se parecían mucho con Axel.

Pablo tenía unos años más que yo, además de un enorme talento para tocar el piano. Lo conocía por amigos en común y porque siempre me llevé muy bien con su hermano Pedro, uno de los grandes músicos que dio esta ciudad, pianista de jazz y guitarrista de la primera banda bahiense de rock que me gustó en la vida, Los Corleone. También nuestros padres eran amigos.

Una vez, en Buenos Aires, el novio de una prima mía, hablando cualquier cosa sobre Bahía para buscar temas en común, me dijo que conocía a Pablo de la época en que se había ido a vivir a Capital y que él tenía dos amigos con ese nombre. A uno le decían "Pablo con heladera" y al otro "Pablo sin heladera", el más talentoso y menos alineado con la realidad.

A Pablo lo encontraron muerto en un descampado en Villa Belgrano. Padecía un trastorno que le hacía perder el sentido de la orientación y no era la primera vez que desaparecía sin dejar señales.

Ya se va a cumplir un mes y no pasa un solo día sin que me pregunte cuál será el azar que opera en nuestros cuerpos, mentes y corazones para que una persona llena de talento se quiebre o se paralice, se vaya sin poder explotarlo. Cuál será el momento, mensurable o místico, que te marca para siempre y te dice que vos vas a poder, vos no.

No sé por qué hoy se me ocurrió hablarles de Axel Prommel y Pablo Giorlandini. Será que todavía no me animé a llamar a Pedro para decirle que lo lamento mucho.