Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Las puebladas que no son tales

Las puebladas no son nuevas. En febrero de 1909, los comerciantes minoristas de Rosario iniciaron una huelga contra los altos impuestos. Como las autoridades municipales no cedían, una multitud ganó las calles y protagonizó intensos enfrentamientos con la policía, apedreó al gobernador y provocó múltiples destrozos de edificios, en una jornada de furia que terminó con dos muertos y numerosos heridos.

Desde entonces, esta palabra ha definido muchas y variadas jornadas de protesta, por razones diversas, con resultados dispares, con más o menos virulencia, auténticas, otras armadas, algunas honestas, otras orquestadas. Sin embargo, es importante entender que ser parte de una pueblada no exime a sus participantes de ser consecuentes con las leyes y el orden.

Lo ocurrido el pasado sábado en Monte Hermoso, con la salida a las calles de los vecinos conmovidos por el hallazgo del cadáver de Katherine Moscoso, enterrada en un médano de esa localidad balnearia, se convirtió en un penoso caso de vandalismo y de una violencia injustificable.

No solo incendiaron varios edificios –entre ellos la casa municipal, la comisaría y la vivienda particular de un funcionario municipal-, sino que además decidieron acudir a la casa de el abuelo de un sospechoso del hecho –otro joven que ni siquiera está imputado ni existe pedido de captura-, al que golpearon sin contemplaciones, con salvajismo y un ensañamiento que ni siquiera la muerte del hombre pudo diluir.

Penosamente, un político como Sergio Massa vislumbró en estos hechos una oportunidad más para su campaña como candidato presidencial y dijo, desde su casa de Tigre, que ese “no es el método”, pero pareció justificarlo asegurando que “la gente no aguanta más”, harta de los políticos que no asumen su responsabilidad, de la inseguridad y la inoperancia policial.

Por eso resulta importante que la calificación de “pueblada” no se transforme en sinónimo de algo que justifica cualquier reacción, que da razón a cualquier comportamiento y que de alguna manera encubre o protege a quienes, como en el caos mencionado, asesinan a un inocente sin ningún tipo de contemplación ni miramientos.

Es de esperar entonces, que, más allá del pedido de justicia que, de manera pacífica, plantean los familiares y allegados a Katherine, también la Justicia se ocupe de los autores del segundo asesinato, el de Juan Carlos González, de 70 años de edad, así como de quienes dañaron bienes ajenos. Ambos hechos causan espanto, dolor y preocupación.